CAPÍTULO 28.

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El cronómetro daba los últimos treinta segundos del partido y en las gradas la euforia se hacía sentir. Los puntos se quedaban en casa.

Scott empujaba a las personas de su paso. 

La advertencia de Gerard seguía en pie, y pronto los gritos de alegría se convertirían en terror y alaridos de dolor. 

Sangre de inocentes regaría el césped de la cancha.

Los jugadores festejaban en el campo, todos menos Jackson. Sus guantes cayeron al suelo, y al sonar el pitazo final sus ojos cambiaron a pupilas rasgadas, revelando su naturaleza. 

Y atacó.

Sarah e Isaac corrían tomados de la mano en busca de Scott. La desesperación se hacía sentir en los dos. Fue cuando la luz de la cancha se fue, y ambos chicos detuvieron su paso.

La gente se empujaba entre sí, chocando contra ellos, todos desesperados por arrancar. Los gritos hacían cundir más el pánico. 

Isaac se desesperó cuando dejó de sentir la mano de Sarah.

La morena, desconcertada, buscaba inútilmente a Isaac. 

Había sentido como la habían jalado hacia atrás y tiraban de ella hacia la salida. 

Intentaba sacudirse de quien fuera la estuviera tirando, pero su fuerza no se comparaba con la de la otra persona.

Era un hombre. 

Por el rabillo del ojo, Sarah pudo notar que se trataba de un hombre alto, de unos treinta o tal vez más. Tiraba de ella con gran brutalidad. Intentó poner resistencia, pero la fuerza del tipo la arrastraba con gran facilidad.

Necesitaba ayuda. 

Gritó con fuerza el nombre de Isaac, al igual que el chico el de ella, pero en medio del pánico ninguno de los dos se podía oír.

Como última opción, Sarah sacó una de sus dagas y se preparó para lo peor. El temblor de su mano evidenciaba su pánico. Era ella quien iba a morir esta noche, y esta vez, más que nunca, deseaba continuar con vida.

Sin medir consecuencias ni remordimiento alguno, encajó la daga con fuerza en el hombro de su secuestrador, el cual soltó un alarido lastimero al sentir la cuchilla penetrar su carne.

―¡Maldita perra! ―bramó entre quejidos, y liberó a la chica.

Sarah comenzó a correr de regreso al campo, pero no tardó mucho cuando fue interceptada nuevamente, esta vez por dos cazadores.

Pateó, gritó y golpeó, pero no la soltaron.

Pedía por ayuda, a quien sea, pero en medio del pánico todos gritaban para salir del campo de lacrosse. Nadie la escuchaba.

➊𝐅𝐫𝐚𝐠𝐢𝐥𝐞╢𝐓𝐄𝐄𝐍 𝐖𝐎𝐋𝐅Where stories live. Discover now