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—Por favor, para.—Mi voz es casi inaudible y ronca por el dolor. El agarre de mis brazos se afianza y las lagrimas me escuecen los párpados. No creo que pueda soportarlo más, si siguen así, creo que voy a perderlo para siempre.

La risa ronca que resuena en la habitación y los quejidos de mi ángel hacen eco en mi cabeza y me hacen cerrar los ojos, simplemente rezando porque esto no sea real.

9
Un mes antes

Inhala, exhala, lanza, esto no está funcionando, exhala.

—¿En serio? —Scott me mira desde su posición con una ceja enarcada mientras yo miro con una mueca los veinte centímetros de distancia que quedaron entre la navaja y el centro del tablero de tiro.

—Te dije que no era buena en esto—digo encogiendome de hombros. Scott me mira con los ojos entrecerrados y retira la delgada hoja del tablero.

—Mientras sigas concentrada en decir que no eres buena y no actúes para cambiarlo, no vas a ser buena, Liz. Y créeme que decir "no soy buena" en una pelea no te va a librar mágicamente de ella.

Suspiro. 

Y aquí vamos otra vez.

Permíteme explicarte qué está sucediendo: Scott, Zadquiel,mi ángel guardián (como quieras referirte a él) aquí presente, con el que hace una semana hice un viaje de tres días en busca de respuestas respecto a una profecía que parece involucrarme y que me otorga la responsabilidad casi divina del destino de la humanidad, ha creído conveniente entrenarme para pelear. En todo el sentido de la palabra.

Estoy sudando como un cerdo, mis músculos se sienten agarrotados debido a toda la semana de ejercicio y me siento tan cansada que creo que podría dormir por tres días... Por favor, ¿podría alguien decirle eso al ser divino y literalmente incansable frente a mi?, es que parece que se le olvidó que soy humana.

—Necesitas ser más rápida que ellos, más inteligente—dice caminando a mi alrededor—y sobretodo más precisa.

En un movimiento que apenas soy capaz de percibir, lanza la cuchilla que tenía en la mano. Esta viaja en una trayectoria perfecta pasando peligrosamente cerca de mi mejilla y dando justo en el centro del tablero.

—Jesus—doy un respingo en mi lugar y doy la vuelta para encararlo. Le dirijo una mirada de pocos amigos.

—Me halagas, pero de hecho solo trabajo para él—dice encogiéndose ee hombros.

—Ja. Ja, Ja. Que gracioso, Scott.—Ruedo los ojos y se ríe. Hago un puchero después de mirar el reloj en mi muñeca.—¿Podríamos por favor detenernos ya? Llevamos cuatro horas aquí, estoy muy cansada y tengo hambre. Por mucho que lo intente no voy a hacer nada bien.

Suspira acercándose con las manos en las caderas hasta que llega a mi altura y tiene que inclinar la cabeza para poder mirarme a los ojos.

—¿Me prometes que vas a hacerlo mejor mañana si te dejo descansar?

—Mañana es domingo—me quejo.

—El lunes—dice cediendo a regañadientes.

—Lo prometo, pero déjame ir a casa por favor. —Acorta la distancia entre nosotros y me da un beso rápido en la punta de la nariz.

—De acuerdo. Vamos.

Sonrío.

Esto es algo nuevo a lo que definitivamente no me ha costado acostumbrarme.

Scott ha sido un mentor para mi durante el último mes. He aquí lo que me llama la atención y me hace mucha gracia: mientras entrenamos, permanece serio la mayor parte del tiempo; es decidido, se mantiene firme con lo que dice y no da su brazo a torcer por nada. Pero, una vez terminamos, es como si se derritiera y se convirtiera en el ser más dulce del planeta.

Annoying: Ángeles entre nosotros | EDITANDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora