XXV - Una Nueva Civilización

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Mirov y su tripulación estaban en el pasado terrestre, en la región que corresponde al actual continente africano. Empezaban a poner en práctica la segunda fase de la operación, con la implantación de los embriones extraterrestres. Las naves de reconocimiento bajaron a la Tierra, transportando el material genético. Mirov, Radof, Kirubi y Croiff se teletransportaron a tierra firme y aguardaban, ansiosos, la llegada de los futuros habitantes de la Tierra.

Los ingenieros prepararon con todo cuidado el delicado material genético para implantación en el ambiente terrestre. Centenas de incubadoras fueron utilizadas para favorecer el crecimiento de los embriones en la temperatura y ambiente adecuados. Después de horas de trabajo, todos los embriones estaban posicionados en varias cavernas. Era hora de seleccionar un grupo para que se quedase allí cuidando de ellos.

Entre los más viejos de la misión, cuatro tripulantes fueron seleccionados para cuidar de los nuevos habitantes del planeta y protegerles hasta la fase adulta. Una era una médica experimentada y otro un oficial militar. Los otros dos eran una pareja que cuidaría de los niños y acompañaría su crecimiento y desarrollo.

Mirov dio órdenes directas a los tripulantes designados para encargarse de los nuevos seres que crecerían en el planeta. Los extraterrestres podían vivir por muchos años, debido a los avances conseguidos en la terapia genética, técnicas de rejuvenecimiento, no sólo en la apariencia estética, sino en todo el sistema corporal.

De este modo, podrían acompañar a sus crías por diversas generaciones, acompañando el desarrollo de la población terráquea.

— Doctora Yulla, tú serás la jefe del grupo y cuidarás de la salud de los embriones implantados. Estos deberán llegar a la edad adulta y reproducirse perpetuando así nuestra especie. Usa los equipos que estamos dejando en las naves de reconocimiento para exámenes y tratamiento.

— Puede quedarse tranquilo, mi señor, que ejecutaremos esta misión con todo el conocimiento que adquirimos — respondió la médica.

— Sargento Ushipa, tú serás el responsable por la protección militar del grupo y sobrevivencia de los niños que crecerán en esta tierra. Ellos evolucionaran por sus propios medios sin nuestra tecnología. Yo volveré en un futuro lejano para enseñarles nuestra educación. Dejaré nuestras mejores armas para que los protejáis. Tendréis una nave de reconocimiento para misiones propias. Si aquellos reptiles gigantes que usamos para extinguir la raza humana aparecieran, destruidlos. Nada deberá impedir el desarrollo de nuestra raza. A partir de ahora el planeta Tierra es totalmente nuestro.

— Sí señor. Responderé por mi misión con mi propia vida — respondió el militar.

En cuanto a la pareja que cuidaría de los nuevos habitantes, Mirov ordenó que cuidasen única y exclusivamente del bien estar físico y psíquico de los seres implantados en el planeta, como si fuesen sus propios hijos, como las leonas defienden a sus crías. No podían tener sus propios descendientes, deberían supervisar y cuidar a los nuevos seres.

Era hora de volver al futuro de la Tierra y comprobar el éxito de aquella misión. Mirov precisaba coger los frutos de aquellas semillas y reinar sobre los nuevos habitantes del planeta. En el futuro, también tenía que preparar una trampa para cuando tuviese que enfrentar a su peor enemigo.

El grupo que se quedó en la Tierra miró al gran crucero de batalla Génesis despegando rumbo al cosmos. Ellos sabían que nunca más podrían ver a sus semejantes. Sólo les restaba cuidar a los embriones como las madres cuidan a sus retoños.

Y así pasó el tiempo y las personas designadas empezaron a darse cuenta de cómo eran diferentes estos seres que habían implantado. Al principio, pensaron que era alguna mutación genética causada por la manipulación, pero después observaron que las criaturas se desarrollaban de manera diferente a los habitantes del planeta Vida. Tenían el cuerpo lleno de pelos, brazos alargados, con maxilares fuertes y cráneos pequeños.

Los Hijos del Tiempo 2 - El Origen de La VidaWhere stories live. Discover now