Veintiocho.

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He estado yendo al cementerio general desde ese día. Llevando el libro de La Luz en Casa de los Demás todos los días conmigo. Sentándome a lado de la tumba de Val, para leer con ella.

Odiaba tener que ver su nombre en la lápida, Valeria Carter (1997 - 2014). No tenía ninguna típica frase como "la amamos demasiado" "siempre te recordaremos" etcétera, etcétera.

Odiaba ver la lápida ya que me hacía recuerdo a que en algún momento, acepté que ya no estaba viva, pero aceptar que era así, no significaba haber superado su muerte.

Iba al cementerio los días lunes, miércoles, viernes y sábados. Llevaba el libro y me sentaba a lado de la tumba de Val, a leer diez páginas cada vez que iba.

¿Por qué sólo diez? Sabía que era muy poco. Pero sólo leía ese número de páginas porque quería alargar más el tiempo con ella, ya que, me juré dejar ir todo esto al terminar el libro.

Ya habían pasado dos semanas, y ya habíamos leído ochenta páginas.

Admito que a veces quería seguir leyendo, el libro era demasiado interesante, pero le juré leer sólo diez páginas por visita.

También tenía ganas de seguir leyendo en casa, pero teníamos que leerlo juntos. Como se lo había jurado uno de esos días junto a ella, cuando ella aun respiraba. Cuándo aún vivía.

Era lunes, me desperté y me alisté para ir al colegio, a pasar clases. Mamá me había hecho mi desayuno favorito.

- Buen día, Sebas, vuelta a clases después de dos semanas de descanso.

- Sí. Gracias por el desayuno mamá, pero no tengo hambre.

- Hace tiempo que no te veo comer bien Sebastian. Estás muy flaco. - Era verdad, había adelgazado bastante, ya no comía casi nunca, porque simplemente no tenía hambre ¿Es tan difícil entender eso para las madres?

Este mes había bajado ocho kilos, sin exagerar, pero mamá no sabía eso, y era mejor que no se entere jamás. Empezaría a embutirme comida como a niño de cinco años con el capricho de no querer comer sólo porque no le da la gana de hacerlo.

Le dije lo que todos los adolescentes sin hambre dicen. - Mamá, sí como bien, lo que pasa es que tú nunca me ves comer.

- Está bien, pero comerás todo hoy en el almuerzo, sin peros.

- Bueno. Adiós mamá. - Le di un beso en la mejilla y me dirigí a la puerta.

Salí y fui en mi bicicleta al colegio. Ahora mis paseos en bici eran distintos, observaba más todo, con detalle, respiraba más lento, me relajaba más. Llegué al colegio y dejé mi bici en el estacionamiento para bicicletas del colegio.  Luego vi a Matteo.

- ¡Matteo! - grité. El dirigió su vista hacia mí, había algo de lo que no me había dado cuenta, estaba con una chica. Agarró la mano de la chica y se acercaron a mí.

- ¡Sebastian! ¿Cómo estás? Te presento a Jessica. - la miré. Jessica era tierna, tenía el cabello castaño cenizo, casi rubio, hasta los hombros en una melena, ojos grandes de color verde plomizo y una nariz respingada, no era muy alta, pero no era tan pequeña como lo era Karina.

- Hola. - Dijo Jessica.

- Hola Jessica.

- Jess entró al colegio. Se quedará a vivir aquí. - dijo Matteo.

- Me alegro por ustedes.

- Matteo me habló mucho de tí, pero enserio. - dijo Jessica y se rio. - Es verdad.

Sonreí. - ¿Ya viste tu horario? - dije sospechando una cosa.

- Sí, ahora tengo Ciencias con el profesor Harrinson. - lo sospeché.

Matteo me miró con tristeza en los ojos.

- Por lo visto serás mi compañera. - dije.

- ¿No tienes compañero?

- No, ella falleció.

- Ay, no. Lo siento. Lo siento tanto Sebastian. Sé que nada puede remplazar un amor.

- Le conté todo. - me dijo Matteo.

- Está bien. - susurré. - Vamos.

Esa mañana fue un poco desgarradora, ver que la sociedad ya superó a Val, que ya la habían reemplazado.

Jessica era una buena chica, era inteligente, me agradó como persona, me sentí muy feliz por Matteo, ella era lo contrario a Laura. Era amable, tierna y generosa.

Terminó la mañana y fui a mi casa. Mamá me hizo terminar todo lo que me dio y, aunque tenía ganas de vomitar, le hice caso, sólo para que deje de decir que no como nada de nada.

- ¿Cómo ya estás con lo de Valeria? - Preguntó mamá mientras yo tomaba mi vaso de Sprite. Bajé el vaso.

- No lo sé. Tengo que ir a las tres de la tarde a leer con ella.

- No hables así, por favor.

- ¿Así cómo? - puse el vaso en la mesa. Frunciendo el ceño.

- Como si siguiese viva. Como si leyeras con ella. - respondió acentuando la palabra con.

- ¿Piensas que estoy loco?

- No, no, no. Sólo pienso que deberías dejarla ir de una vez por todas, Sebastian, pasaron más de cuatro meses, de su muerte digo... Ya sabes.

- Mamá, sólo quiero terminar de leer esto, es algo que le juré en vida, y ella así lo deseaba. Si tú fallecieras, y en vida me pidieras algo así, lo haría porque lo mereces y, porque te amo.

Me miró a los ojos con preocupación.

- Está bien. Puedes ir. Pero lee más páginas por día. Por favor, Sebas.

- De acuerdo.

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Fui al cementerio general, dejé mi bicicleta apoyada en un árbol a unos metros de la tumba, me paré a lado de ella, tenía un florero con rosas rojas y blancas encima, seguro vino Claudia, nadie más venía a su tumba, sólo nosotros dos.

Me senté en el pasto al frente de la tumba, como todos los días, volví a observar su nombre. Respiré profundamente y suspiré.

- Hola Val, desde ahora leeremos más por visita. - Abrí el libro donde nos quedamos, y leí cuarenta páginas en voz alta, como de costumbre. - Creo que es suficiente. - Me levanté. - Nos vemos el miércoles, Val. Me haces falta. Enserio.

Acaricié las rosas. Le traeré flores la próxima pensé.

No podía creer lo vacío que me sentía, lo incompleto. Siempre pensé que esa clase de sentimientos no existían, pero lo estaba viviendo y, sí existen.

Notas a mi Muerte.Where stories live. Discover now