Capítulo 7

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¿Qué es lo que me hiciste, Angélica, diosa de la pasión abrasadora? Ahora soy un vil parásito que se alimenta del sufrimiento ajeno. Me he convertido en una oscura sombra que espera tu regreso. Imploro tu suave piel, anhelo tu llegada con aroma a lavanda. Convierte a este pordiosero, en aquel joven que te amaba.
Tormentosa pasión, Nathaniel Proulx.

—Esto es arte —murmuro y me imagino el alma en pena de Dante, siento su sufrimiento en aquella cita. La piel se me eriza y contengo un suspiro al imaginarlo sentado frente a la fuente vieja, recordando aquel día en el qué le dijo por primera vez que la amaba.

Salgo de la habitación y recorro el extenso pasillo conteniendo mis ganas de abrir las puertas blancas que se encuentran a ambos lados.

Es sábado y estoy más aburrida que en una clase de señora Masterson. Estos últimos días sólo me dediqué a pasar tiempo en el instituto y luego venir aquí, a esta fortaleza de millonario soltero y pretensioso. Luego llegó el momento de acordar los términos para el contrato y ahí estuvo el padre de Bryanna para revisar que todo esté en orden. Por suerte estuvo él con mi madre y no Henry Hall, Nicholas se encargó que no pisara el edificio mientras yo estaba presente. María me avisó que fue al día siguiente, cuando yo estaba en horario de clase.

Cuando llego a la cocina, María está cocinando pasta. Inhalo el rico aroma a salsa casera y se me forma un nudo en la garganta cuando recuerdo a Rita. Según dijo mi madre, Rita ahora está viviendo en nuestra casa y ella la está ayudando en los quehaceres hasta que se recupere.

—¿María? —pregunto mientras me siento frente a la mesa. Ella voltea luego de añadir especias a la olla—. ¿Sabes hacer tiramisú? —Me sirvo un poco de agua de la jarra de vidrio que se encuentra sobre el mantel blanco.

—Sí, ¿por qué? —pregunta con el ceño fruncido—. ¿Se te antojó ese postre?

—No, pero es el favorito de Rita y me gustaría prepararlo.

—No tengo problema en hacerlo yo... ¿Vendrá a cenar aquí? —pregunta volviendo su atención a la comida.

—No, no quiero molestar a Nicholas, pero me gustaría enviárselo para que lo coma con mi madre... Aunque mi madre no coma nada con muchas calorías —comento y siento las ganas de pedirle a Nicholas que me deje traer a mi familia para cenar como en los viejos tiempos pero entonces una alarma comienza a sonar en mi cráneo, recordando que las cosas nunca volverán a hacer como antes.

—Invítalos para esta noche, Nicholas no estará en todo el fin de semana.

—¿Ah, no? —pregunto desconcertada.

—No, viajó por negocios y me pidió que te presentara al equipo de seguridad —comenta limpiándose las manos—. Ellos subirán después del almuerzo.

Asiento y la simple idea de conocer a la gente que me estará custodiando las veinticuatro horas, hace que se me cierre el estómago pero me tranquilizo cuando recuerdo las palabras de Petrov: "Ni siquiera los notarás, ellos sólo se encargarán que nadie peligroso se te acerque". Creer ciegamente en sus palabras hace que esté menos tensa porque si me pongo a cuestionar todo, seguramente termine llorando y encerrada en la habitación que está acomodada para mí. No quiero eso, quiero ser fuerte y demostrar que puedo, aunque no esté convencida de ello. Para llorar tengo todas las noches antes de dormirme o cuando estoy en la ducha, ese es el único momento en el que despierto y dejo que la realidad me golpee el rostro como su fuera un golpe de puño de un luchador profesional.

—¿Segura que él no estará? —pregunto dubitativa y ella asiente para luego regalarme una cálida sonrisa.

Le creo y no porque tenga una expresión sincera sino porque necesito creerle. Sonrío y saco mi celular del bolsillo del pantalón. No sólo le aviso a mi madre que venga con Rita a cenar, sino que le pido a mis amigas que hagamos un fin de semana de pijamadas. Estoy segura que a Petrov no le molestará un poco de desorden en su edificio inmaculadamente frío.

Mi problema favorito #1 [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora