Mi problema favorito #1 [EN EDICIÓN]

Capítulo 8

Me despierto por los sonidos de morsa asmática que hace Delta cuando duerme y siento un calambre en el brazo derecho, además de frío. Me abrazo un poco y entreabro los ojos para notar que tengo a América desparramada sobre mi brazo, además de ocupar todas las sábanas. Resoplo y me voy arrastrando hacia el lado izquierdo del colchón, tratando de no patear la cabeza de Delta mientras lo hago. Sonrío cuando veo que está hecha un bollo en los pies de la cama, mientras ronca con la boca completamente abierta. Contengo las ganas de tomarles una foto para demostrar en las redes sociales, que ellas no son precisamente unas princesitas cuando duermen, pero sé que me molestarán si lo hago.

Me rasco la cabeza, todavía sentada en el borde del colchón y entonces noto que tengo palomitas pegadas en mi cabello. Mis dedos se pegotean por el caramelo y asqueada, tomo el control remoto para apagar la televisión. Estuvimos viendo películas de terror toda la noche y ahora sólo se ve la imagen azul en la pantalla.

Tanteo con los pies, las pantuflas en forma de perrito que tiene Delta y me arrastro hasta el baño. Una vez adentro, me aseguro que mi boca huela a pasta dental de menta y no a snacks de cebolla. Ricos a la hora de comerlos, espantoso luego de vaciar dos paquetes enteros mientras los mezclas con palomitas y Coca-Cola. Sé que en cualquier momento se me van a caer los dientes y se taparán mis arterias, pero no voy a parar hasta que el dentista me ponga dentadura postiza y el nutricionista me diga que me queda poco tiempo con vida.

Una vez que estoy un poco más despierta, arrastro mi cuerpo hacia la cocina... Como dije antes, no cambiaré mis hábitos alimenticios nunca. Bostezo sin importarme en tapar mi boca o hacer ruido porque sé que sólo estamos nosotras tres en este piso, pero una parte de mí desea que María esté despierta así le puedo pedir un desayuno continental. Mi estómago ruge cuando cabe la posibilidad de llenarlo con comida grasienta otra vez. Sé que si engordara todo lo que como, me preocuparía bastante pero ni siquiera se va la grasa a mis muslos. Ser semi plana y tener el metabolismo de los dioses, tiene sus pequeñas ventajas. Uno, no engordar fácilmente. Dos, comer como jugador de rugby, luchador de sumo y animal, todo a la vez. Lo malo, sé que en cualquier momento me moriré de hipertensión arterial o cardiopatía coronaria, lo que ocurra primero.

Me detengo en seco cuando veo a Nicholas sentado en el sillón del living con la cabeza recostada en el respaldo, como si estuviera completamente agotado. Me acerco a él sin hacer ruido y con el ceño fruncido. Se ve extraño cuando duerme, parece tenso pero no es aquel hombre que me provoca escalofríos con una simple mirada. Entonces tropiezo con sus zapatos, cayendo con medio cuerpo encima de él. Él abre los ojos asustado y me observa, volviendo a convertirse en ese depredador sin escrúpulos que te hace sentir un parásito con solo mirarte.

—¿Se te perdió algo? —pregunta con voz ronca por el sueño.

Trago saliva y comienzo a levantarme antes que él quiera ayudarme, pero entonces su mano se cierra alrededor de mi brazo y me ayuda a levantarme. Mi pequeño orgullo cae en picada mientras esquivo su mirada para que no note lo incómoda que estoy.

—Perdón —murmuro acomodándome el pijama y poniéndome los más erguida posible, pero tener ropa de dormir con estampados de Spiderman en caricatura, hace que pierda efecto cualquier intento por recuperar la compostura.

Trágame tierra, pienso mientras me mastico el labio superior con intensidad.

Nos quedamos en silencio y tengo esa avasallante necesidad de decir algo, que suene inteligente y que me dé chance para salir corriendo con la dignidad intacta. Bueno, correr sería sospechoso pero un andar ligero no me vendría mal, pienso sopesando las opciones.

—Perdón, no quise despertarte pero...

—¿Pero te dio curiosidad verme durmiendo? —pregunta interrumpiéndome y su frente se arruga un poco cuando levanta ambas cejas.