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Andria Dirmale se detuvo a recuperar el aliento en el hall circular, sorprendida de encontrar tanta gente en el Templo. Media docena de auxiliares de la Asistente se apresuraba hacia el pórtico, esquivándola al salir al patio central del Sector, blanqueado de nieve. La alta figura de la Maestra de Rituales se perdió con dos ayudantes en un ancho corredor lateral, la Maestra de Métodos entró a paso rápido rumbo al mismo corredor. ¿Qué estaba ocurriendo? Lena no había mencionado que la ceremonia contaría con semejante asistencia.

Una voz familiar la hizo volverse. Lune llegó a su lado con la misma sorpresa reflejada en su rostro cobrizo. Tras ella venía Vania, que se les unió mirando en derredor con el ceño fruncido.

—No creí que invitarían a todo el personal —comentó.

—Nosotras tampoco —terció Lune—. Lena no nos anticipó nada de esto.

—Será mejor no seguir demorándonos —intervino Andria.

Elde y Yasna las alcanzaron resoplando, se notaba que habían corrido casi todo el camino por el bosque desde sus casas.

—¿Llegamos a tiempo? —jadeó Elde, enjugándose el sudor de su rostro redondeado—. ¡Jamás lo hubiera creído!

En ese momento Lena salió del recinto central del Templo.

—¡Aprisa, están retrasadas! —susurró.

Las muchachas se apresuraron tras ella, y Lena las llevó a ubicarse con las demás Elegidas ya formadas. Ellas obedecieron mirando sorprendidas a su alrededor. El Templo estaba iluminado por una multitud de antorchas fijadas a las paredes, cuya luz cambiante dejaba la alta cúpula en penumbras. Más allá de la inmensa Estrella de Ocho Puntas, que en el suelo de mármol señalaba el centro del recinto, vieron una plataforma baja con una ancha silla de madera de brazos y respaldo tallados. Un paso por delante de la plataforma, a ambos lados del sitial vacío, se alineaban en total diez personas, las capuchas de sus mantos blancos ocultando sus rostros. Las Maestras del Sector y sus ayudantes se habían situado en los laterales del recinto, flanqueando a las Aspirantes.

—¿La Regente? —susurró Vania, señalando el sitial con disimulo.

Las otras alzaron los hombros, y Andria notó los ojos dorados de Lune fijos en la plataforma, situada de tal manera que el rostro de la Regente quedaría en penumbras, como siempre. Luego se dedicó a estudiar las figuras de pie frente a ellas. La apostura de tres, el contorno de sus hombros bajo los mantos, las cabezas inclinadas como para disimular la diferencia de estatura, le llamó la atención. Elde la miró por sobre su hombro y sus labios dibujaron con claridad una palabra que su expresión convertía en pregunta: ¿hombres? Su mano buscó el brazo de Yasna para formar un breve mensaje, y el movimiento de sus cabezas delató risas contenidas.

Andria ni siquiera sonrió. Elde sólo había confirmado su sospecha. La presencia de esos hombres en la Escuela tenía un solo significado posible: eran Maestros Superiores, los únicos miembros masculinos de la Orden cuya presencia se permitía en el Valle Sagrado. Vega es uno de ellos. Respiró profundo y descubrió que la perspectiva de volver a verlo ya no la turbaba. Pero que estuviera allí insinuaba infinidad de preguntas que Lena ni siquiera había aludido. ¿En qué consiste realmente la Etapa Final? Lena sólo había dicho que las Aspirantes y sus Maestras Superiores abandonaban los recintos del Sector Septentrional para aislarse durante el último tramo de su adiestramiento. No había explicado adónde iban o en qué consistía ese adiestramiento individual. Pero aquéllas que acudieran con sus Maestras al Anfiteatro el otoño siguiente, con toda seguridad serían consagradas Altas Sacerdotisas. Sin embargo, esa noche en el Templo no había sólo Maestras. También estaban esos tres hombres.

Las puertas laterales del ábside se abrieron y la Regente entró al recinto, escoltada por la Asistente del Sector y la Censora. Avanzaron juntas hasta el sitial, que la Regente ocupó con un amplio movimiento de su manto de pieles blancas. Las otras dos mujeres se situaron de pie flanqueando el sitial.

En el silencio que siguió, la voz de la Regente resonó grave y profunda para alcanzar con claridad a cada uno de los presentes, que inclinaron la cabeza en señal de respeto.

—Alabada sea la Madre —dijo.

—Su luz es nuestra guía —respondieron todos a una.

La Regente aguardó a que el último eco se extinguiera en lo alto de la cúpula y alzó una mano, que surgió al resplandor cambiante de las antorchas con la palma hacia arriba, tendida en dirección a las Aspirantes. Lena se adelantó hacia la plataforma, precediendo la doble fila de muchachas. Andria sintió la mirada estudiándolas desde las sombras mientras se aproximaban.

—Elegidas —dijo la Regente, y Andria percibió una inflexión desconocida en su acento. Un tono casi íntimo, familiar—, sé que ahora son conscientes de lo que significa estar aquí. Han recorrido un largo camino para llegar a esta noche y esta ceremonia. Y porque lo han hecho, a partir de este momento dejarán de ser Aspirantes para convertirse en Discípulas.

La Regente hizo una pausa para permitir que las muchachas asimilaran sus palabras. Pero no era necesario. La total ausencia de sorpresa o curiosidad tenía una sola explicación posible: Lena. La Consejera les había anticipado el motivo de aquella ceremonia. Sólo espero que esto no figure en el reporte que llegará a Aishta, pensó. Las momias de Inteligencia lo considerarían un subjetivismo imperdonable.

Como siempre que les hablaba, cuando la Regente calló, el silencio pareció crecer y llenar el Templo. Diríase que ella era la única capaz de hacerlo retroceder.

—Discípulas —continuó, y Andria supo que ninguna de ellas podría atender a otra cosa que sus palabras. El magnífico manejo que tenía de su voz le había permitido cautivarlas con esa única palabra—, desde aquí hasta el Portal sólo resta un corto tramo del Camino, pero es el más estrecho. Cada día del año que hoy comienza encerrará una prueba que deberán afrontar y superar: es la Etapa Final del Camino. Sin embargo, no estarán solas para recorrerla.

Hizo otra pausa, observando el efecto de su anuncio, y sonrió satisfecha para sus adentros. Podía ver los resultados del intenso adiestramiento al que las muchachas se habían sometido durante los últimos dos años. Y el inestimable aporte de la Observadora, asentándolo. Lena ha hecho otro trabajo excepcional con ellas, se dijo. Les he ordenado temer y no evidencian el menor signo de miedo o dudas. Volvió a estudiar cada rostro. Todas ellas regresarían. El próximo invierno ella consagraría diez nuevas Hijas de Syndrah, listas para asumir las misiones que la Hermana Superiora les reservaba. La Orden tendrá lo que necesita. La serena paciencia de las muchachas le inspiraba un dejo de orgullo.

Las Hijas de SyndrahWhere stories live. Discover now