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Andria Dirmale — invierno 1358

Cruzamos el pórtico del Edificio Principal y nos dirigimos a la casa cruzando el Patio, oscuro y cubierto de nieve. Atrás quedaba la breve ceremonia presidida por Iara y una Alta Sacerdotisa pelirroja con rostro de águila. Y atrás quedaba también la Primera Etapa del Camino. Cuesta creerlo, pensé, mirando mi túnica gris bajo el manto. Una a una nos habíamos arrodillado ante Iara, nos habíamos quitado las túnicas negras de Pupilas que vistiéramos durante tres largos años, y a cambio nos entregaron túnicas grises y el título de Aprendices. Todavía costaba creer que al fin hubiera ocurrido.

—¿Adónde nos dirigimos? —preguntó Loha.

—A la casa —respondió Lena sin mirarla.

—¿Y mañana? ¿Qué ocurrirá mañana, Tutora?

Loha quiso ponerse a la par de Lena y tropezó. Elde la sostuvo, evitando que cayera.

—Preocúpate por llegar a la casa —dijo Lena.

Las demás reímos por lo bajo, pero Loha no se dio por vencida.

—¿Seguiremos viviendo aquí?

—Ésta es su última noche en el Sector Occidental. Mañana se trasladarán al Sector Oriental, donde vivirán durante los próximos tres años de la Segunda Etapa.

Lena se detuvo junto a la fuente y la imitamos.

—Vendré por ustedes tras la primera plegaria. Tengan todo listo para partir.

La enfrentamos desconcertadas. ¿No nos escoltaría hasta la casa? Lena nos miró impasible, quieta bajo la fina nevada. La primera en reaccionar fue Munda. Tironeó de mí y de Narha, se despidió de Lena con un murmullo y volvió a andar. La seguimos experimentando una rara resistencia a separarnos de Lena.

—¿Por qué no nos acompaña? —preguntó Loha en voz baja.

—Ya no somos Pupilas —respondí—. Su relación con nosotras ha terminado.

—La echaremos de menos —suspiró Elde.

—Ya lo creo que sí —murmuró Lune.

Cuando entramos a la casa, Loha quiso mirar hacia atrás. Xien, que la seguía, le impidió detenerse y cerró la puerta.

—No precisas comprobar que seguía allí —dijo.

—¿Qué había de malo en hacerlo?

—Lena también es humana —terció Zamir.

Las demás la enfrentaron un poco sorprendidas. De nuevo, fue Munda la primera en reaccionar.

—¿Quién quiere té? —inquirió, quitándose el manto.

—Yo, por favor —respondí.

Loha y las demás se distrajeron, olvidando lo que dijera Zamir, y a nadie se le ocurrió espiar por la ventana.

El amanecer nos halló sentadas a la mesa, terminando el desayuno. Llevadas por la costumbre, todas nos habíamos despertado una hora antes de la salida del sol. Y aunque no hubo comentarios al respecto, las miradas fugaces a los tres lugares vacíos en la mesa delataban lo que sentíamos: no sólo estábamos preocupadas por Tirra e Ilón, también echábamos en falta a la Tutora.

La casa ya estaba limpia y ordenada cuando Lena vino a buscarnos.

—¿Han preparado provisiones para dos días? —nos preguntó.

—Sí, Tutora —respondió Narha—. Y decidimos dejar nuestros enseres para las nuevas Pupilas.

Lena frunció el ceño, interrogante.

Las Hijas de SyndrahWhere stories live. Discover now