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Andria abrió los ojos con un rápido parpadeo, respondiendo al llamado de Vega.

—No continuaremos como hasta ahora —dijo el Maestro, soltando su mano—. Tómate un descanso, seguiremos después de comer.

Andria permaneció sentada frente al hogar mientras Vega preparaba un almuerzo liviano. Era el séptimo día que pasaban en El Rilsa y la muchacha comenzaba a preguntarse por qué no seguían camino. El clima era aún óptimo para la travesía que planeaban, pero las lluvias otoñales comenzarían en sólo tres semanas, y en la mitad superior de La Escala serían nieve.

—Hay cosas que necesitas comprender antes de dejar este refugio —dijo Vega, como en respuesta a sus pensamientos—. Por eso no recrearás sola la Primera Prueba: lo haremos juntos. Sólo así le hallarás sentido cabal a algunas cosas que has vivido desde entonces.

Andria se limitó a asentir. Si bien el mecanismo de esos ejercicios ya no le demandaba demasiado esfuerzo, revivir cuanto precediera a las Pruebas, volver a sentir la ansiedad, los temores, tanto propios como de sus hermanas, resultaba agotador. En ese momento, el cambio de método ni siquiera despertó su curiosidad. Sólo deseaba terminar de una vez por todas.

Dos horas más tarde volvían a sentarse frente al fuego, esta vez frente a frente, y Vega le tendió ambas manos para que apoyara las suyas. Andria cerró los ojos y pronto toda percepción de cuanto la rodeaba se desvaneció. Volvía a estar en el Edificio Principal del Sector Occidental en una cruda noche de invierno, siguiendo con sus hermanas a la auxiliar escaleras arriba y por una ancha galería.

La auxiliar se detuvo ante la primera puerta y señaló a Loha, que retrocedió instintivamente. Elde puso una mano en su hombro y trató de sonreír al enfrentarla. Loha se separó del grupo y la auxiliar volvió a andar sin más. Tras ellas, el chasquido de la puerta al cerrarse hizo estremecer a las muchachas. Frente a la segunda puerta, la mujer señaló a Tirra. Andria se inclinó junto a ella.

—Somos una —susurró en su oído—. Hasta mañana.

—¡Silencio! —ladró la auxiliar.

Tirra asintió, tratando de mostrarse serena. La siguiente fue Zamir, luego Lune, y Elde. Frente a la puerta antes del recodo, la mujer se volvió hacia Andria. La muchacha se detuvo, bajando la vista, y escuchó a las demás alejarse.

Sola ante la puerta, el corazón le latía con tanta fuerza que Andria creyó que le estallaría. Su mano tembló húmeda al alzarse hacia la cerradura. Deglutió cerrando los ojos. No lograba dominarse. ¿Qué le ocurriría allí dentro? ¿Cómo sería el hombre que la aguardaba? ¿Qué hará?, se preguntó angustiada. ¿Qué se supone que debo hacer? Una oleada de frío envolvió su cuerpo. No sabía cuánto más la sostendrían sus piernas. Se sentía débil y exhausta, y nunca antes había estado tan asustada. Acercó la mano al sensor de la cerradura, pero antes de alcanzarlo, la puerta se abrió sin ruido. Andria retrocedió llevándose una mano al pecho, donde su corazón pareció detenerse: el hombre estaba frente a ella, al otro lado de la puerta abierta.

—Entra —dijo, con un acento gentil que la sorprendió, e hizo un ademán que acompañaba la invitación.

Andria obedeció bajando la vista y se detuvo en medio de la amplia habitación, agitada y aturdida. La puerta se cerró tras ella y escuchó los pasos del hombre acercándose. Su primer impulso fue apartarse al sentir que le tocaba los hombros. El hombre se movió para aparecer en su campo visual. Sonrió alzando un poco las manos.

—Sólo quería ayudarte con tu manto —dijo, siempre en el mismo tono gentil.

Andria atinó a asentir. Se desprendió el manto y lo colgó en el perchero que el hombre le señaló. Entonces quedaron frente a frente, y tuvieron oportunidad de estudiarse por primera vez.

Las Hijas de SyndrahWhere stories live. Discover now