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Andria sintió retirarse el flujo de energía de Vega y demoró en abrir los ojos. Aún intentaba asimilar lo que su Maestro le transmitiera. La turbación que él experimentara cinco años atrás hallaba eco en su interior. A sus espaldas, la puerta del refugio se abrió y se cerró: Vega había salido. Ella no era la única que precisaba un poco de calma y soledad para entenderse con sus emociones. Al fin abrió los ojos, y su vista se perdió en el cielo que veía a través de la ventana posterior de El Rilsa.

Perdió noción del tiempo mientras repasaba lo que acababa de conocer. Todo era tan claro ahora que la plenitud de su comprensión la amedrentaba. Hasta que el silencio se tornó opresivo. Su cuerpo no consultó con su mente. Se puso de pie y salió a la terraza natural de rocas donde se levantaba el refugio. Miró alrededor sin encontrar a Vega. ¿Dónde estaba? Se adelantó hasta el borde mismo del acantilado. De pronto su ausencia se hacía ominosa.

—Aquí estoy.

Giró bruscamente, buscando sus ojos claros y brillantes. Por supuesto que estás aquí. Como cada vez que te necesité a mi lado. Le echó los brazos al cuello y lo abrazó con todas sus fuerzas. Vega la estrechó en silencio, recibiendo con todo su cuerpo el caudal incontenible de emociones que Andria volcaba en él. Sintió las lágrimas de la muchacha humedeciendo su piel. Enredó los dedos en la melena rizada y sus labios rozaron la frente de Andria. Y ella supo que antes y en ese momento, sólo con él hubiera podido pasar aquella Prueba ya distante en el Camino.

Con su mente todavía envuelta en el torbellino de las emociones de ambos, Andria aflojó su abrazo y echó la cabeza hacia atrás para enfrentarlo, sus caras a escasos centímetros. ¿Qué era este sentimiento que la inundaba, le cerraba la garganta, llenaba sus ojos de lágrimas que no tenían nada que ver con el dolor o la tristeza? Por supuesto que amaba a Vega. Le había costado admitirlo, pero ya no le quedaban dudas. Sin embargo, sentía que se trataba de una emoción que no tenía ninguna relación con el deseo físico. Su cuerpo no necesitaba de él. Se trataba de algo mucho más profundo y... lógico. ¿Cómo no amar alguien como él, y además, alguien que había hecho tanto por ella? Era simplemente natural. Y en cierto sentido, a su manera, él también la amaba. Porque veía una luz en su alma que nadie más que él, ni ella misma, siquiera sospechaba. Porque apreciaba su sinceridad y su tenacidad. Porque sabía que sus intenciones eran invariablemente honestas.

Vega sostuvo su mirada desbordante de interrogantes sin intentar evitar que leyera en él, permitiéndole por primera vez ver cuanto latía en su interior. Andria frunció el ceño conmovida y apoyó la mano contra su mejilla. Su mente volvía a ser un tumulto incomprensible y le resultaba imposible aquietarla. Sus ojos se movieron por el rostro del Maestro y se detuvieron un momento en sus labios, tan cerca como sólo aquella noche lo habían estado. Volvió a enfrentarlo con mirada suplicante, sin saber qué hacer.

Él la observaba, tan conmovido como ella. Al verla vacilar, tomó suavemente la mano que se apoyaba en su propia cara. Retrocedió y guió a Andria hacia un pequeño parche de hierba que crecía al sol. La hizo sentarse a su lado y enjugó sus lágrimas con suavidad. Ella se estremeció de pies a cabeza. Ni siquiera había advertido que esas lágrimas habían caído de sus ojos.

—Esto era lo que debíamos vivir antes de continuar la ruta hacia el Santuario —dijo Vega, con la misma gentileza que empleara para calmarla en aquella lejana noche de invierno.

Andria asintió sin soltar su mano y logró apartar los ojos de él y bajar la vista.

—La energía sexual es el motor de la vida humana —añadió él, su acento sereno y cálido—. Es nuestro alimento primordial. Pero como todo alimento, debemos procesarlo, aprender a desechar lo que no nos nutre, recoger su impulso vital y darle una dirección. Nuestra evolución individual depende de nuestra capacidad para dirigir ese manantial inagotable de energía.

Ella se limitaba a escucharlo, muy quieta. Era una lección repetida que de pronto se presentaba bajo una nueva luz.

—El producto último y más elevado de esa energía es el amor. El verdadero amor, que trasciende el deseo y el instinto reproductivo. Y sin ese amor, es imposible llevar adelante nuestra misión como miembros de la Orden.

—Esa noche, tú... Si hubiéramos... —murmuró Andria.

—No estaríamos aquí hoy. Todo hubiera quedado inevitablemente prisionero de nuestros cuerpos. Una cadena acaso imposible de cortar, peor aún de sobrellevar. La manifestación física del amor es un puente indispensable, pero básico. Se encuentra en el escalón más bajo de lo que se espera de una Hija de Syndrah, o de un Maestro Superior. Y en ese entonces, nada que ocurriera entre nosotros habría ido más allá.

—Tú lo supiste desde el principio.

—Tú también.

Andria respiró hondo. Sí, era cierto. Aunque hasta entonces hubiera escapado a su intelecto, algo en su interior lo había sabido siempre.

Vega continuó para mantenerla enfocada en lo que necesitaba que comprendiera. —Esa emoción ha permanecido latente entre nosotros desde aquel primer momento. Tú continuaste tu Camino, y aprendiste a reconocer y dirigir tu energía. Por eso nos reencontramos en la Etapa Final. Lo que ocurrió esa noche fue lo que permitió que pudiéramos llegar hasta aquí, con todo lo que eso significa.

Un largo silencio siguió a sus palabras. Los ojos de Andria se movían por las cumbres más allá del acantilado. Vega advirtió un brillo desconocido en ellos, como si finalmente reflejaran el fuego que ardía en su alma. Los dedos de ella apretaron su mano.

—Yo... No creo estar enamorada de ti. —Hizo una mueca, buscando cómo expresarse—. Me refiero a que ahora mismo... hace un momento podría haberte besado, y sin embargo... no sentí esa necesidad.

Vega sonrió. Carecía de importancia que ella estuviera en lo cierto o no. Lo único que importaba era lo que ella creía, porque eso decidiría sus próximos pasos.

—Aún tenemos una montaña por subir —dijo ella con acento grave.

Él respondió con la misma gravedad. —Mi rol como Maestro tuyo no supera este día, Andria. Has dejado de ser mi Discípula. A partir de hoy somos iguales: hermana y hermano.

Andria lo enfrentó al fin y Vega estuvo tentado de reír al ver su expresión, entre desconcertada y ofendida.

—Tú eres mi Maestro. Siempre lo serás.

Vega le estrechó la mano entre las suyas y le sonrió con dulzura. —Soy un hombre, Andria. Carne y hueso. ¿Quién lo sabe mejor que tú?

Lo sorprendió que Andria le devolviera la sonrisa.

—Gracias doy a Syndrah porque eres ambas cosas.

Las Hijas de SyndrahWhere stories live. Discover now