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Ilón Erkleria — primavera 1356

La luna llena blanqueaba el Patio y los tejados del Sector Occidental, sumido en la profunda quietud de la noche estival. Todo el dormitorio estaba en silencio cuando desperté, y aplasté la cara contra mi almohada para sofocar un gemido. Me costaba convencerme de que había logrado despertar. La silueta de Elde se recortó al instante contra el paisaje blanco al otro lado de la ventana y la luna iluminó su semblante contraído en una mueca de preocupación. Giró su cabeza hacia mí, apartó su manta con un movimiento enérgico y se acercó a mi cama. Alguien habló en sueños en la otra hilera de camas, el murmullo flotó un momento en el aire. Otra de las muchachas se movió en el extremo de nuestra hilera. Elde se sentó al borde de mi cama y me acarició la cabeza. La ignoré, aún temblando. Librarme de esas horribles pesadillas me demandaba un esfuerzo cada vez mayor. Cuando por fin lo lograba estaba agotada, y sólo quería que me dejaran sola, en paz.

—¡Ilón! ¿Qué te ocurre? —susurró.

—Vuelve a dormir —repliqué con un gruñido.

—Dime qué te ocurre.

—Déjame tranquila. No puedes ayudarme.

Elde halló mi mano y la estrechó. —Otra pesadilla.

Traté de liberar mi mano, maldiciendo su habilidad para adivinar siempre lo que me ocurría. Camastro por medio, Loha se quejó en sueños.

—Despertarás a todas.

—Entonces vayamos a la cocina. Allí podremos conversar.

¡Conversar! Si había algo que no deseaba hacer en ese momento, era hablar. Especialmente con ella, que intentaría sonsacarme qué sucedía como venía haciendo en los últimos meses. Sabía que acabaría diciéndoselo tarde o temprano, y temía ese momento.

—No quiero hablar, Elde. ¡Déjame ya!

Elde tironeó de mi mano hasta que no tuve más alternativa que levantarme y seguirla. Y supe que ya no podría eludirla. Esa noche tendría que sincerarme con ella.

Recorrimos el estrecho corredor entre las dos hileras de camastros sin ruido y rodeamos uno de los bancos y la mesa hasta el hogar. Ya no ardía fuego, pero aún restaban algunos rescoldos encendidos. Nos sentamos en el ancho borde de ladrillos y acercamos las manos a los tizones. Hacía un poco de frío en la cocina.

—¿Por qué no quieres contarme tus sueños? —preguntó Elde apenas nos acomodamos.

—Ya bastante desagradable es tenerlos para, además, hablar de ellos. —Sabía que estaba siendo innecesariamente brusca, pero me resistía a aceptar lo que estaba por suceder.

—Quizás así podrías comprenderlos y dejarían de atormentarte.

—Oh, cállate.

—Mi padre presta mucha atención a los sueños de sus pacientes y los utiliza para curarlos. Dice que en ellos se oculta la clave de cuanto nos ocurre a diario. Mi padre es un médico respetado.

No me molesté en contener mi ironía. —¿Y qué opina el licenciado de Arka Risena de alguien que sueña una y otra vez con su propia muerte?

Elde tardó en responder. Intentó disimular su sorpresa y me observó en la penumbra rojiza de los rescoldos. Me costaba discernir sus rasgos en las sombras caprichosas que poblaban la cocina, pero en el año que llevábamos en la Escuela había aprendido a conocer e interpretar cada uno de sus gestos. Supe que en ese momento pensaba, "Con que de eso se trataba." Elde sentía un afecto sincero por mí, más profundo que el que le inspiraban las otras muchachas, y lo que acababa de decirle le había provocado el mismo efecto que el agua helada por las mañanas.

Las Hijas de SyndrahTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang