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El fresco sonido de la cascada guió a Andria adonde Vega la aguardaba. Se había formado un amplio estanque al pie de las rocas, desde donde el agua se apresuraba ladera abajo. El Maestro estaba sobre una piedra alta y aplanada, el rostro alzado hacia el sol del mediodía y los ojos cerrados. Ella se acomodó a su lado en silencio y admiró la singular belleza del lugar.

—¿Por qué estás triste?

Andria sonrió de costado al escuchar su pregunta.

—Hoy se cumplen tres años de la muerte de Zamir —respondió—. Es un día triste para nosotras. Y es la primera vez que estoy separada de todas mis hermanas en esta fecha.

Vega bajó la cabeza y tornó a mirarla. Andria contemplaba la cascada. Su acento había sido melancólico, pero su expresión no lo reflejaba.

—Las echas de menos.

Andria volvió a sonreír, meneando la cabeza. —Somos hermanas: ellas están aquí. —Se tocó el pecho—. Sólo estoy aprendiendo como será este día de ahora en adelante, ya que lo más probable es que nunca volvamos a pasarlo juntas. Es una sensación extraña, como una ausencia de tiempo y espacio. Como si en algún lugar en nuestro interior, siempre fuéramos al Templo a encender juntas un cirio en memoria de Zamir, sin importar cuántos años hayan pasado desde que nos separamos.

Vega asintió y permanecieron largo rato en silencio.

—¿Cómo fue el principio de la Segunda Etapa?

Andria alzó apenas los hombros. —Un poco triste. Nos alegraba dejar atrás el Sector Occidental. En ese momento, esos tres años sólo significaban una pesadilla larga e incomprensible. Ignorábamos que hubiéramos aprendido algo útil. Pero dos de nosotras permanecían graves en la enfermería, y a las restantes nos separaron.

—Siempre hablas en plural. ¿Cómo te sentías tú?

Andria bajó la vista y tardó en responder.

—Angustiada... Me sentía responsable por lo ocurrido a Tirra, y hasta que volví a verla, me resultó imposible prestar atención a nada. Si no tuve problemas a causa de mis distracciones, fue gracias a mis hermanas. Aunque no advertí cuánto me habían ayudado hasta que todo terminó.

Ese núcleo de lealtad. Vega lo hallaba a cada paso. Le tendió una mano, la palma vuelta hacia arriba.

—Muéstrame cómo te diste cuenta que te habían ayudado.

Andria puso su mano en la de él y cerró los ojos respirando hondo. Ya no precisaba una meditación preliminar para comunicarse con él de esa forma, y los recuerdos brotaron y fluyeron de ella sin esfuerzo.


La única luz visible en el Sector Oriental era el candil que ardía a toda hora sobre la entrada del Templo. Presa del insomnio, Andria se sentó en su camastro bajo la ventana. Oyó dos golpes discretos y la puerta trampa en el piso se alzó. Xien asomó la cabeza.

—¿Aún despierta? —susurró.

Andria le hizo señas para que terminara de subir la escalera de mano que llevaba a su habitación y fuera a sentarse con ella. Xien se le unió con cuidado de no golpearse con el techo a dos aguas. Miraron juntas hacia afuera y Xien señaló las estrellas que brillaban sobre la Colina. Dos de ellas eran Atribis y Mira Prime, sus mundos natales. Andria sólo asintió.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Xien.

—¿A qué te refieres?

— Cómo te sientes ahora que has visto que Tirra está bien. Estuviste con ella hoy en el Taller, ¿no?

Las Hijas de Syndrahحيث تعيش القصص. اكتشف الآن