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La luna aún no había salido y ninguna nube opacaba las estrellas, que inundaban la oscura bóveda del cielo. El claro trazo de la Galaxia se estiraba hacia el norte, marcando la Vía de Syndrah con nitidez. La mano de Vega se alzó para señalar un grupo de estrellas. Andria, tendida boca arriba a su lado, identificó la constelación local conocida como El Mensajero. Uniendo sus estrellas con líneas imaginarias, podía verse una figura angélica sosteniendo un cántaro en sus manos. Desde esta constelación hasta la cumbre de la Escala, siempre oculta, las estrellas representaban paso a paso el mito del Descenso de Syndrah.

—Es una historia bonita —dijo el Maestro, uniendo ambas manos bajo su cabeza.

Andria mantuvo sus ojos en el cielo y alzó las cejas. Jamás se le había ocurrido adjetivar así a un mito. Menos a ése, uno de los más importantes de la teogonía Lunar.

—Y es también una de las más antiguas —agregó Vega—. Proviene de milenios antes de que Syndrah fuera llamada Estrella.

—Nuestra Tradición es la más antigua de Kor.

Vega hizo un gesto como si se encogiera de hombros.

Andria señaló la segunda constelación de la Vía. —La Puerta del Paraíso. En verdad rezamos rosarios estelares... —murmuró.

Vega apreció el toque poético de emplear aquel término arcaico y más bien Solar. Poseemos un carácter marcadamente poético, nosotros los Lunares, pensó. Una debilidad y una ventaja al mismo tiempo.

—A pesar de nuestra naturaleza romántica, la Orden es una institución de orientación política —dijo.

¿Está probándome?, se preguntó Andria, y se sintió tentada de palmearse la frente. ¡Como si en algún momento dejara de hacerlo. —La Orden es una institución política al servicio de sus fieles.

Cautelosa, pensó Vega, sonriendo de costado.

—¿Es ésa la función de la iglesia?

—Si no lo es, debería serlo.

—¿Lo es?

—Es lo que yo creo.

¡Tan cautelosa! Andria dejaba en claro que se trataba de su opinión, y que como tal, no era necesariamente correcta.

—Somos una religión con un único mandamiento. Sin embargo, todo creyente tiene muy arraigada una compleja escala de valores que le dice qué es pecado y qué no —comentó.

—Un mandamiento de carácter ético permite infinidad de interpretaciones —replicó Andria—. La noción de pecado es un concepto más cultural que religioso, relacionado con los valores de justicia en cada sociedad. Lo que para un pueblo es un crimen, para otro puede resultar una necesidad natural. Una de las funciones de la Orden es regular y equilibrar esta diferencia de juicios en la medida de lo posible.

—Cuando te lo propones, eres un verdadero compendio de respuestas académicas.

Andria se permitió reír por lo bajo ante la burla de su Maestro. —Tal vez haya prestado demasiada atención a mis Maestras.

Vega rió también. Le agradaba el humor de Andria, esa cuota justa de ironía que salvaba la inmadurez y se detenía a un paso del sarcasmo irrespetuoso.

—El Ave de Fuego vuela con el Cántaro en su pico —dijo, señalando el cielo.

Andria contempló la tercera constelación y asintió. —Baisha es un Ave Fénix, mientras Syndrah es parte del Fuego.

Nunca ha mencionado sus intereses, pensó Vega. —¿Te interesan las letras o la historia?

Andria respondió sin vacilar. —La Naturaleza es historia, y también contiene todas las ciencias exactas. Es un postulado viejo como la humanidad y creo en él. No quisiera pecar de poética, pero la Naturaleza combina todas nuestras letras con perfección exquisita. Nuestra ciencia no es otra cosa que una aproximación torpe a lo inasequible para todo lo convencional: la Esencia de la Vida. La literatura y las matemáticas son sólo tentativas que utilizan distintos lenguajes o caminos en busca de la misma meta: descifrar la clave secular de un corazón latiendo.

Andria calló y Vega imitó su silencio. Eso era una fuerte declaración de principios.

El maestro se preguntó cómo encajaba la noción de iglesia en ese concepto. —¿Qué papel juega la Orden en esa búsqueda?

La muchacha se tomó un momento para componer su respuesta. —Nuestra misión es servir de enlace entre los buscadores y su grial. Nosotros cuidamos ese grial.

—¿Grial? —repitió Vega. Otra expresión arcaica que la voz juvenil de Andria parecía refrescar.

—La magia. Somos una religión sin profetas: la Orden salvaguarda el misterio mágico de un futuro sin profecías que puedan atentar contra el libre albedrío.

Vega ladeó la cabeza para mirarla cuando la escuchó sofocar la risa. Pocas veces había escuchado una definición tan acertada de los designios de la Orden, ¿qué era lo que le causaba gracia?

—Perdón, Maestro —murmuró ella—. Tal parece que esta noche soy una romántica enciclopédica.

Vega volvió a mirar el cielo y señaló la cuarta constelación, el Río de Vida donde el Ave llenaba el Cántaro. Más allá, la quinta y última constelación permanecía oculta tras las nubes que velaban la cumbre de La Escala: La Dama. La Madre asumía forma humana y descendía hasta el triple pico de la Montaña Sagrada para derramar el contenido del Cántaro. Así había nacido el Río que cruzaba el Valle. En sus aguas llevaba Vida para despertar la obra del Hacedor, y su efecto irradiaba desde allí a toda la Galaxia.

—¿Has visto La Dama alguna vez? —preguntó.

—No, Maestro.

—¿Y has oído la leyenda acerca de un santuario secreto bajo la cumbre de La Escala?

—Sí, aunque nunca la consideré demasiado creíble.

—Pues el Santuario existe. Se encuentra en un punto al que sólo se puede acceder descendiendo hacia el noroeste desde la base del Pico Sur. ¿Por qué te burlaste de tus propias palabras?

Andria meneó la cabeza, dando a entender que no lo sabía. Había expresado su opinión sin detenerse a pensarlo demasiado, y conforme lo hacía, su propia solemnidad le había resultado extraña. Sospechaba que reír había sido un intento de aligerar el peso de sus palabras.

—No deberías burlarte de la verdad —dijo Vega con gravedad.

Ella siguió en silencio, turbada. Vega se incorporó y le tendió una mano, instándola a imitarlo. Andria recogió la manta que llevaran y regresó tras él al campamento.

—Llegaremos al Santuario —dijo Vega sin mirarla.

—¿Ascenderemos La Escala? —inquirió Andria con voz queda.

—No puedes ser consagrada Alta Sacerdotisa sin haber pasado al menos una noche en el Santuario. No tú.

—¿No yo?

Vega colgó una escudilla con agua y hierbas sobre el fuego. Andria se sentó al otro lado de la fogata y él estudió su semblante en el resplandor cambiante de las llamas. Su expresión se había contraído en mil dudas e interrogantes que se condensaban en una sola pregunta: ¿por qué?

—Por qué es una pregunta vana, ¿no te lo enseñaron tus Maestras? —dijo— Por qué apunta hacia atrás, a los antecedentes de una situación, que serán más o menos evidentes pero siempre identificables. Pregúntate para qué. Relaciona los antecedentes con la situación y proyéctalos hacia sus posibles finalidades.

Los ojos de Andria encontraron los suyos con una intensidad que no precisaba palabras.

Vega esbozó una sonrisa fugaz. —Tú eres el para qué.

Ella aceptó sus palabras en silencio y desvió la vista hacia los contornos brumosos de La Escala. Sabía que esas respuestas, que parecían acertijos, siempre acababan aclarándose. Era una cuestión de tiempo. También una cuestión de paciencia, pensó. Y la paciencia era una de las primeras cosas que aprendían las Elegidas.

El Santuario secreto... Un escalofrío corrió por su espalda. El lugar donde Syndrah se mostraba a quienes lograban llegar. La Dama de larga cabellera de noche y ojos de estrellas, bella y dulce, que te susurraba la misión que te tenía reservada y te bendecía. Una travesía extremadamente peligrosa, si lo que decían era cierto. Nunca se mencionaban números exactos, pero se sabía que no pocas Elegidas habían perecido en su intento de alcanzar el Santuario: "La Escala guarda con celo sus secretos y no es prudente desafiarla." Su Maestro acababa de decir que la escalarían. ¡Y que yo soy la única finalidad del intento!

Las Hijas de SyndrahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora