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Andria se reunió con Vania y Lune en la explanada rocosa detrás del Etana. Era una mañana radiante a fines de primavera que el sol comenzaba a dorar, alcanzándolas con los primeros rayos que desbordaban los picos orientales de la cordillera. Echaron a andar las tres cuesta arriba, el tintineo rítmico del equipo que colgaba de sus arneses acompañando su marcha.

Caminaron una hora en silencio, hasta que Lune dijo: —¿Se han dado cuenta de que es la primera vez que estamos solas en la montaña?

—Ellos están cerca y nos aguardan —terció Vania.

—Pero nunca antes salimos solas al encuentro de nuestras Maestras.

Andria le dio la razón. Ahora descubría, no sin sorpresa, la ausencia de esa especie de euforia que les provocaban los raros momentos en que ningún miembro del personal de la Escuela merodeaba. Esas raras ocasiones en las que podían hacer a un lado la cautela y tenían la rara oportunidad de bajar la guardia y ser espontáneas. Durante estos años, nuestra vida ha sido una cuestión de bandos, pensó. Ellas y nosotras, con Lena como único puente para suavizar las diferencias.

Lo que sentían en ese momento no tenía ninguna relación con ese esquema de bandos opuestos. Y comprendió que tanto ella como sus dos hermanas no consideraban a sus Maestros parte del "otro bando". Si eso adelgazaba insospechadamente cualquier línea divisoria, por fuerza hacía vacilar la división con el resto del personal de la Escuela.

¿Esto es lo que significa sentirse parte de la Orden?, se preguntó. Un plano en que la única diferencia entre dos personas radicaba en su rol dentro de la inmensa estructura de la Orden, aunque los roles en sí no significaban distinciones. Un plano en el que sólo existían hermanos con un mismo objetivo: servir a la Madre. Sin embargo, su teoría se tambaleó cuando trató de imaginarse llamando hermana a, por ejemplo, la Regente. O Iara y Pollux, pensó con un escalofrío.

¿Y Vega? No concebía otro título que Maestro para él, y le costaba pensar que pudiera verlo de ninguna otra manera. De alguna forma él siempre será mi Maestro. Sí, en una forma diferente a todas las Maestras que tuviera hasta entonces. Podía imaginar el día que llamaría hermano a Yed o a Lesath, también a Lena, tal vez a Alphard o Bellatrix. Pero, ¿a Vega?

—Hasta ahora nunca nos hemos sentido miembros de la Orden —dijo Vania entonces.

—Nos hemos limitado a acatar nuestro destino y tratar de vivir con él —terció Lune.

Una vez más, los pensamientos de las tres habían seguido el mismo camino.

—Eso está cambiando en este mismo momento, desde que somos capaces de comprenderlo —dijo Andria.

Las otras dos asintieron, pensativas. Continuaron en silencio hasta que Vania las enfrentó con una sonrisa.

—Andria tiene razón. Siempre hemos visto la Orden como algo distante y abstracto. Sólo teníamos a nuestras superiores para intentar hacernos una idea de ella. Un reflejo bastante inexacto. Creo que hubo algo que hemos pasado por alto durante todos estos años: nosotras somos la Orden. No formamos parte de ella: la conformamos junto con todos sus miembros, nuestros hermanos y hermanas.

Era una sensación extraña, pero las palabras de Vania tenían un innegable viso de verdad, que se hacía más notorio a medida que reflexionaban.

De pronto Lune se detuvo con actitud acechante. Andria y Vania la imitaron sin molestarse por hacer preguntas. No en vano Lune había sido la favorita de Pollux y campeona invicta de todos los torneos de lucha en los que participara desde que llegaran a la Escuela. Las tres se pusieron en guardia, hombro con hombro dándose la espalda, para cubrir todos los flancos. Transcurrió un largo minuto hasta que Andria percibió el rumor de pasos en la nieve, proveniente de la cuesta tras el peñasco, ladera abajo, a un costado de las huellas que ellas mismas habían dejado.

—Es uno de ellos —susurró Lune.

De frente al peñasco, Andria divisó una mota oscura que asomaba por encima de la lomada. Una cabeza, tras la que emergieron los hombros y el cuerpo.

—Es Yed —dijo.

—¿Viene solo? —preguntó Vania, sin apartar los ojos de su flanco.

—Eso parece.

A pesar de que la mochila que traía a la espalda se veía atiborrada de equipo y pertrechos, Yed se aproximaba a paso ligero.

—Pueden bajar la guarda, vengo en son de paz —les dijo cuando estaba a pocos metros de ellas.

Lune fue la primera en obedecer, las otras dos se limitaron a imitarla. Yed no se detuvo y les hizo gesto de que lo siguieran.

—El campamento no está lejos —dijo, y señaló la pared que se erguía vertical sobre uno de los ríos de hielo—. Haremos noche allí.

Continuaron en silencio y Andria repasó lo ocurrido. Permanecimos a la defensiva hasta cerciorarnos de sus intenciones, pensó. Y sólo porque Lune creyó lo que decía. Era la situación de bandos otra vez, restando peso a lo que dijera Vania. No perteneceremos realmente a la Orden mientras sintamos que necesitamos estar a la defensiva ante siquiera uno de sus miembros.

—¿Por qué adoptaron esa posición al escuchar que me acercaba? —preguntó Yed entonces.

—Era la única manera efectiva de defendernos —respondió Lune.

—Deja que tus hermanas respondan. ¿Para qué formaron ese triángulo?

—Para no ofrecer flancos desprotegidos —dijo Andria.

—Es una posición más segura que espalda contra espalda, y eso nos permite vigilar al frente sin tener que preocuparnos por los flancos, porque sabemos que otro los cubre —agregó Vania.

—Otro —repitió Yed—. ¿Cualquiera?

—Cualquiera en quien confíes —replicó Vania.

—¿Quiere decir que ustedes confían unas en otras, lo suficiente para delegar la seguridad de su espalda y sus flancos en una lucha cuerpo a cuerpo?

—Somos hermanas —dijo Andria con acento grave.

Yed sonrió. —Eso es lo que significa pertenecer a la Orden.

Las muchachas se detuvieron, sorprendidas, e intercambiaron miradas interrogantes. Yed giró hacia ellas, siempre sonriente.

—Lo que te protege la espalda, el núcleo en el que puedes depositar tu confianza aunque se trate de una cuestión de vida o muerte. Que lo veas o no, estará siempre allí para respaldarte. Eso es la Orden.

Siguió caminando y Lune lo alcanzó para enfrentarlo con curiosidad.

—Estábamos hablando de eso precisamente. ¿Acaso nos estabas espiando?

Yed rió en respuesta a su acusación y meneó la cabeza. —Me parece muy bien que comiencen a replantearse su relación con quienes, de hecho, siempre han sido sus hermanas y hermanos. Cuando dejen la Escuela y se les asigne un destino, o tú, Vania, asumas el gobierno de tu mundo, lo que hoy les digo cobrará un sentido más completo. —Hizo un alto al ver el campamento al pie de la pared y volvió a sonreír, esta vez de costado—. Al adoptar esa posición defensiva han demostrado que comprenden la esencia misma de la Orden. En esta ocasión se trataba de hermanas que conocen y aprecian, con quienes han crecido. Tal vez mañana sea un hermano desconocido, o que hoy consideran en un nivel distinto al de ustedes. Entonces comprobarán que conozcan o no al otro, su sola pertenencia a la Orden hará que la situación sea idéntica a la de hoy: podrán confiarle sus vidas, de ser necesario. Sin temores ni dudas.

Las Hijas de SyndrahWhere stories live. Discover now