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Una cabeza castaña asomó por encima del seto del corral. Andria alzó la vista al oír el chistido y sonrió al ver a Elde. La muchacha se izó con agilidad, pasó las piernas sobre la cerca y se dejó caer a su lado.

—¿Cómo se han portado hoy? —preguntó, esquivando a las gallinas.

—Sólo tres huevos —respondió Andria resoplando—. Las detesto.

—No se te ve demasiado afligida. Ven, prepararé algo de tomar.

Ya dentro de la casa, Elde puso agua al fuego manteniendo un ojo en la ventana de la cocina. Advirtió la mirada interrogante de Andria y sonrió. —Las demás no tardarán. ¿Te queda matamemoria?

—¿Las demás?

Elde sacó del bolsillo de su túnica un minidisco y le guiñó un ojo. Andria resopló su desaprobación. Ese capricho de escribirse a escondidas con Loha era un juego peligroso.

—Insistes en enfadarte, pero admite que te gusta saber de ellas. A propósito, la Ardilla obtuvo noticias de Xien en Arka Risena. —Elde rió al ver cómo cambiaba la expresión de Andria—. Prepárate: se separó.

—¡Separa...! ¿Xien? —exclamó Andria—. ¿De su chico Solar? ¡Imposible!

—¡Imagínate! Y lo peor es que sucedió hace un mes. ¡Y nosotras sin saberlo!

Un discreto golpe en la puerta las hizo callar. Andria espió por la ventana e hizo señas a Elde de que podía abrir. Lune y Narha entraron pateando la nieve de sus botas.

—Buenos días, hermanitas —saludó Narha, y señaló el disco en manos de Elde—. ¿Noticias de las perdidas?

—Un día acabaremos castigadas por esto —gruñó Lune, pero le arrebató el disco a Elde de un manotazo y sonrió al sentarse a leerlo. Su sonrisa no tardó en desvanecerse—. ¿Qué es esto de la Verde? ¿Estaba viéndose con alguien?

—No sólo viéndose: viven juntos —replicó Narha—. Aguarda, "estaba"?

—Según Loha, se separaron hace un mes —explicó Andria.

—¿Quién era? —preguntó Lune.

—Un Solar estudiante de Leyes —respondió Elde—. Está en Arka Risena becado por la Liga. Un futuro Auditor. ¿Qué me dices de nuestra planetóloga?

El rostro de Lune se contrajo en una mueca de horror. — ¡Un Solar! ¡Gracias a la Madre que se separaron, entonces!

—Vamos, Dorada —dijo Elde—. Las Guerras de Tradiciones terminaron hace mil años, por si no lo sabías.

Andria sirvió el té disfrutando escucharlas. Aquellas reuniones furtivas tenían mucho de ritual. Era una forma de revivir la cálida intimidad de la convivencia, alimentaba ese vínculo de amistad que en tantas ocasiones resultara una fuente cierta y efectiva de fortaleza para todas ellas. Los discos que Loha les hacía llegar por intermedio de una auxiliar del molino eran una clara prueba de la fuerza de aquel vínculo, que no se había debilitado después de que ella y las demás dejaran la Escuela, dos años atrás.

Andria se sentó entre Elde y Narha y las cuatro se tomaron las manos a pesar de que la primera plegaria ya había pasado y faltaban varias horas para la segunda. La hora no tenía importancia. Esto era una parte esencial del ritual improvisado, algo que reforzaba esa cadena que las unía sin atar.

—Soy una —dijo Lune.

—Una con la Madre, una con mis hermanas —dijo Narha.

—Somos una con la Madre —dijo Andria.

—Ella nos hace fuertes —dijo Elde.

Y las cuatro concluyeron juntas: —Somos fuertes porque somos una.

Se miraron sonriendo, los ojos brillantes. Elde iba a decir algo cuando un repetido rasguño en la ventana las distrajo. La cabeza rubia de Vania se agitó bajo los finos copos que caían desde el amanecer.

—¿Ya rezaron? —jadeó al entrar, todavía agitada después de correr en la nieve.

Narha asintió mientras Lune le hacía lugar en su taburete y Andria le servía un té. Yasna y N'lil llegaron minutos después y se sentaron en torno al hogar.

—¿Qué hay, Elde? ¿Tienes noticias de las perdidas? —preguntó Yasna frotándose las manos—. Vi a la Maestra de Dur golpear su puerta al alba. Ella y Sergala no pueden demorarse mucho más.

—Tal vez parta hoy mismo —terció Narha.

Las demás intercambiaron miradas de sorpresa.

—Es cierto. Y ésta es la última vez que estamos juntas quién sabe por cuánto tiempo —dijo Vania—. Al menos hasta el próximo otoño.

Una larga pausa siguió a sus palabras, mientras las muchachas intentaban asimilar la separación tan cercana. Una más, pensó Andria. Aquel maravilloso refugio de intimidad desaparecería. Y con él, la única posibilidad que tenían para olvidar por un rato el rígido condicionamiento que les era impuesto y ser espontáneas.

—Debemos planear el reencuentro —dijo Elde—. Nos lleven o no al Anfiteatro para ser consagradas, necesitamos fijar una fecha y un lugar para reunirnos.

—El Manantial del Halcón —propuso Lune.

Las demás asintieron. Todas conocían bien el paraje de sus salidas a la montaña.

—El día siguiente al último plenilunio de otoño, que es la fecha prevista para la ceremonia de consagración —agregó Yasna.

—Sin horarios —dijo Narha—. Aguardaremos mientras haya luz diurna.

Las otras volvieron a asentir. Alguien llamó a la puerta. Convencida de que sería alguna de las dos ausentes, Elde abrió la puerta de par en par sin mirar antes, y se encontró con una auxiliar de la Asistente. La mujer no se inmutó al encontrarla en una casa ajena, ni a ella ni a las demás que se estiraban a su espalda para espiar qué ocurría.

—Entrega esto a Andria hija de Aria —dijo la mujer. Puso un paquete envuelto en tela en manos de Elde, dio media vuelta y se marchó.

—Baisha nos condene —gruñó Lune apenas Elde cerró la puerta.

—¡Dorada! —la regañó Narha, como cada vez que maldecía.

—Será mejor que nos vayamos —dijo Vania, incorporándose.

—Da lo mismo —replicó Yasna sin moverse—. Ya nos han pillado. Así que déjame terminar mi té y cuéntenme qué novedades hay de las muchachas.

Las Hijas de SyndrahWhere stories live. Discover now