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El sol se acercaba a su cénit cuando Lesath, que abría la marcha, se detuvo. Los demás lo imitaron y Andria escuchó el rumor que poco a poco se diferenciaba del continuo aullido del viento. El hielo vibró bajo ellos. ¿Otra avalancha? El bramido de la nieve al precipitarse ladera abajo les llegó con toda claridad.

—Fue en la cara oriental —dijo Vega.

El temblor hizo que la nieve suelta cayera dentro de las grietas como breves cascadas. Andria no giró hacia su Maestro, atrás y a la derecha con Vania y Yed. Aún no había transcurrido una hora desde la avalancha anterior.

—Está haciendo calor —terció Yed.

—Apresurémonos —dijo Lesath, volviendo a andar.

Andria lo siguió con una mirada al filo oriental, donde una nube de nieve en suspensión asomaba por encima del glaciar. No debo dudar, se repitió. El miedo es el primer detonador de catástrofes. Se concentró en las huellas que Lesath dejaba en el hielo. El reflejo del sol le irritaba la vista, como si no llevara lentes protectores.

Una hora más tarde se tomaron un descanso para comer unas barras energéticas en medio del glaciar. Habían alcanzado la depresión situada al otro lado del filo occidental, y desde allí comenzarían a aproximarse al pico en línea recta. Aún restaban tres horas de marcha hasta el lugar donde acamparían. Durante el breve almuerzo, las bromas de Yed contribuyeron a distender los ánimos, y continuaron camino todavía conversando.

Poco después se detenían ante una grieta de unos tres metros de ancho y al menos quince de profundidad que se abría perpendicular a las demás, extendiéndose al menos un kilómetro en ambas direcciones. Frente a ellos, un delgado espolón de hielo se tendía como un puente, dejando un trecho de menos de dos metros hasta el otro lado. Lesath indicó a los demás que aguardaran y Andria soltó su rollo de soga para que pudiera adelantarse solo y comprobar la resistencia del hielo.

Lesath probó el espolón con sus bastones y se volvió hacia los demás. — No tiene sentido rodear la grieta. Éste es un buen punto para cruzar. Sólo eviten pisar en la punta —señaló.

Detrás de Andria, Lune repitió sus palabras para los otros tres, que los seguían. Ellas se reunieron con Lesath y entre los tres montaron un seguro con rapidez. El Maestro aguardó a que las muchachas tuvieran su soga bien sujeta y encaró el espolón. Tomó impulso y alcanzó el borde opuesto de la grieta sin dificultad, con un salto ágil. Allí montó otro seguro, mientras Andria dejaba a Lune en su puesto y avanzaba hacia el borde de la grieta. Lesath le indicó que el seguro estaba listo y asintió con una rápida sonrisa de aliento. Andria respiró hondo. Un solo paso, rápido y liviano, se dijo. Tomó impulso y saltó. Lesath le tendió ambas manos para recibirla, pero no fue necesario. Andria cayó en cuclillas junto a él sin inconvenientes.

Lune desmontó el seguro y se adelantó sin vacilar. Lesath y Andria habían saltado un paso antes de la punta del espolón, de modo que ella debía saltar antes. Sin embargo, en el momento de impulsarse le pareció sentir un crujido en el hielo. De pronto sólo había aire bajo sus pies.

Alcanzó a oír que Lesath gritaba: —¡Abajo! —justo antes de que su cabeza chocara con la pared de hielo.

Cuando Lune desapareció dentro de la grieta, Andria aferró la soga del seguro, esperando el tirón. Pero éste fue tan violento que la derribó. Ella soltó la soga con una mano y alcanzó a retraer el bastón, clavando la piqueta en el hielo. Lesath se arrojó sobre ella, aunque no pudo evitar que el peso muerto de Lune la arrastrara centímetro a centímetro hacia la grieta.

Los otros tres corrieron en su auxilio. Lune había perdido el sentido y pendía del extremo de la soga, meciéndose y girando lentamente contra la pared de hielo.

Andria mantenía los ojos cerrados y los dientes apretados. Lesath había pasado un brazo bajo sus axilas y la tenía bien sujeta, evitando que resbalara hacia la grieta. Pero su cintura y su espalda dolían más a cada minuto que pasaba con el peso de su hermana colgando de su arnés. Escuchó que los otros salvaban la grieta sin inconvenientes. Yed y Vania montaron otro seguro a un paso de ella para bajar a buscar a Lune. Uno de sus pies se desprendió del hielo y pateó el suelo con rabia, fijando el crampón nuevamente. Oyó a Yed y Vania descender, mientras Vega trabajaba en el segundo seguro. ¡Gran Madre, apresúrense!

—¿Puedes resistir? —le preguntó Lesath, y su voz delataba el esfuerzo que él también estaba haciendo para evitar que Andria se reuniera con Lune dentro de la grieta.

Ella no respondió. No lo habría hecho aunque no hubiera estado aplastada de cara contra el hielo, una mano entumecida todavía sujetando la soga y la otra aferrando la piqueta. De pronto el peso que colgaba de su cintura cedió. Yed y Vania comenzaban a izar a Lune. Andria se movió y Lesath se corrió para permitírselo. El Maestro se hizo cargo de la soga que soltó la muchacha, dejándola arrastrarse un par de pasos y tenderse boca arriba, sin aliento.

Tan pronto como Yed y Vania extrajeron a Lune, aún inconsciente, Vega dejó el seguro y se apresuró hacia Andria. Ella lo oyó arrodillarse a su lado y revolver su mochila. El hormigueo que sintió moverse por su cuerpo le indicó que su Maestro estaba usando un diagnosticador sobre ella. Sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, incapaz de hacer a un lado el miedo que todavía le quemaba el pecho.

Vega revisó sus signos vitales y le entregó el diagnosticador a Lesath. Se sentó junto a Andria y se quitó los guantes para tomarle una mano entre las suyas. Ella se cubrió el rostro con la otra mano, luchando por no llorar.

—Tu hermana está bien —le dijo Vega un momento después, y ella supo por su acento que sonreía.

Se sentó con dificultad, alzando los lentes de seguridad para mirar más allá de su Maestro adonde yacía Lune. Yed le sostenía la cabeza en su regazo mientras Vania y Lesath le vendaban la frente. Sólo entonces enfrentó a Vega. Él aguardó a verla asentir y la ayudó a incorporarse para ir los dos hacia los otros. Lune abrió los ojos cuando llegaban a su lado. Se tocó el vendaje con movimientos lentos, deglutió con dificultad y frunció el ceño al alzar la vista hacia Yed.

—¡Estás pálido! —murmuró.

—¡Baisha te condene, Dorada! —exclamó Yed, riendo con voz entrecortada.

Lesath permaneció de pie a varios pasos de ellos, mirando a su alrededor como si vigilara que no sucediera ningún otro imprevisto. Les dio un cuarto de hora para reponerse. Entonces se volvió hacia ellos.

—¿Puedes caminar? —le preguntó a Lune.

Ella asintió con seguridad. —Sí, pero necesitaré un poco de ayuda.

Yed la ayudó a ponerse de pie y deslizó un brazo bajo los de ella. Maestro y Discípula tentaron varios pasos con cuidado. Vega se volvió hacia Andria, que se apoyaba en su brazo. Andria asintió intentando sonreír.

—Ve con Yed —le dijo Vega a Lesath—. Vania y yo asistiremos a Andria.

Las Hijas de SyndrahWhere stories live. Discover now