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Andria vació su escudilla contemplando la figura dormida de Vega, tendido boca arriba, un brazo cubriendo los ojos cerrados. Dejó la escudilla junto al fuego suspirando. Un vistazo a la posición de las estrellas le indicó que faltaban tres horas para el amanecer. A su espalda aguardaba el Gran Glaciar, y más allá la temible Pared Ciega, eternamente envuelta en nubes. Su filo se prolongaba hasta la base misma del Pico Sur, el más bajo de los tres de La Escala con 8823 metros de altura. De acuerdo a un holo que le mostrara Vega, al pie del Pico Sur nacía un sendero que rodeaba el enorme macizo y descendía hacia el noreste hasta el llamado Abismo del Viento, a 7550 metros. Y allí, al borde de aquel precipicio insondable, oculto por farallones milenarios, se hallaba el Santuario. Una caminata de dos días a través de lugares llenos de sorpresas acaso mortales, trasponiendo las fronteras que una leyenda ancestral atribuía a los Centinelas, los espíritus guardianes de la Montaña Sagrada.

Cuatro días atrás habían dejado el Siamón, el último refugio al que conducían las rutas conocidas de La Escala. Y desde entonces, una extraña certidumbre había cobrado fuerza en su interior conforme se acercaban al Gran Glaciar: Debo hacerlo sola. Sus ojos regresaron a Vega, quieto y silencioso en su sueño, tan ausente. Tú sabrás comprenderlo. No puedo permitir que vuelvas a arriesgar tu vida por mí. Desvió la vista hacia el equipo que terminara de preparar minutos antes. Sus ojos se detuvieron en el capullo blanco que había dejado junto a su mochila. Lo había descubierto mientras recogía agua para la cena, asomando entre las rocas junto al estrecho cauce de deshielo. Una rosa del cielo, la única flor capaz de crecer a tanta altura. El hallazgo le había parecido una señal y lo había cortado. Ahora lo tomó pensativa. No había intentado abrirlo como Vega le enseñara. Sólo lo haré si regreso.

Se incorporó con un suspiro. Sentía que cuando diera el primer paso hacia el Gran Glaciar, sería el fin de cuanto conociera hasta entonces. No sólo la Etapa Final, sino todo el Camino que la condujera hasta allí. Tres horas hasta el amanecer pueden ser una eternidad. ¿Quién podía predecir dónde la encontraría el sol, cuando ya se hubiera internado en el Glaciar rumbo a la Pared Ciega y el Abismo del Viento?

Mientras se cerraba la chaqueta, pensó que tal vez era la última vez que veía a Vega. Giró hacia él y vio que había cambiado de posición sin ruido, tendiéndose de lado. Sonrió de costado. Sabía que aun si regresaba sana y salva, no estarían juntos mucho más. Una corta semana. El tiempo que tardemos en regresar al Sector Septentrional. Sucediera lo que sucediese, ésa era una despedida. La despedida, aunque se adelantara unos días. Contemplándolo en la fría luz lunar, desfilaron ante ella incontables momentos del año que pasaran juntos. Sabía que los recuerdos de esos días permanecerían intactos en su memoria el resto de su vida. Alzó la vista al cielo, a las estrellas que parecían tan cercanas. Identificó Vega en la constelación conocida en Mira Omega como El Conquistador. Volvió a sonreír. Tu águila nunca caerá, Maestro. Syndrah cuidará que así sea. Se inclinó con sigilo a su lado y dejó el capullo de rosa del cielo junto a su mano.

Mientras se colgaba la mochila, su mirada siguió la ruta entre peñascos que la conduciría al Gran Glaciar. Ajustó su arnés, cerró los guantes en torno a sus muñecas, ajustó los lentes de protección, encendió el haz frontal en su casco, tomó los bastones. No llevaba cápsulas de oxígeno: había decidido que haría la travesía sin ellas. Echó a andar con paso animado, perdiéndose en la noche sin mirar atrás.

Junto al fuego del vivac, los ojos de Vega se abrieron y brillaron al posarse en el capullo. La Estrella te acompañe, hermana. Te estaré esperando.


Andria se izó resoplando y se tendió un momento a recuperar el aliento. Había alcanzado el filo de la Pared Ciega, el día declinaba y el viento no penetraba en las nubes que se cerraban a su alrededor. No quiso consultar la temperatura. El frío que sentía a pesar del sistema térmico de su ropa era suficiente para saber que era más baja de lo aconsejable para demorarse al aire libre. Se obligó a ponerse de pie y buscó un hueco entre las rocas para montar su pequeña tienda individual. Se encerró en ella tiritando y se apresuró a encender su diminuto calefactor de travesía, porque con la humedad de las nubes que se apretaban contra la tienda, ni el saco ni toda su ropa servirían para evitar que muriera congelada durante la noche.

Su cena estuvo lista en pocos minutos y pronto se acurrucaba dentro del saco de dormir, disfrutando la tibieza reconfortante que la envolvía. Poco después se sintió en condiciones de hacer un ejercicio de relajación, y lo aprovechó para repasar la jornada que llegaba a su fin.

Conforme se alejaba del vivac había experimentado esa curiosa sensación de desdoblamiento que conociera en la primera pared de La Escala, y no se preocupó por bloquearla. De modo que mientras avanzaba atenta a la menor señal del entorno, su interior se poblaba de imágenes y emociones que cobraban un significado claro como símbolos que le hablaban del futuro.

El amanecer la había encontrado bien adentrada en el Glaciar, y se había detenido a admirar esa explosión deslumbrante de colores que lo había cubierto todo. La había rodeado con su danza vertiginosa y cambiante, como anillos de fuego sobre el hielo, el espacio atravesado por mil lanzas de luz.

Poco después continuaba su camino, blanco atrás, blanco adelante, rumbo a los jirones vaporosos que ocultaban el macizo del triple pico. La primera etapa de la travesía no había presentado obstáculos inesperados ni insuperables. Sólo durante las últimas dos horas el viento la había preocupado un poco, con ráfagas oblicuas que la embestían de lado, como si quisieran apartarla de su ruta. Alguna auxiliar del molino hubiera dicho que era el saludo de los Centinelas. "Mejor regresa al campamento." Pero Andria había reído por lo bajo al pensarlo, sin aminorar el paso.

Había alcanzado la base de la Pared Ciega antes de lo que estimaba y pudo tomarse un merecido descanso antes de comenzar la peligrosa escalada en solitario. A mitad de camino hacia el filo se había hundido en la parte inferior de las nubes. El viento ya no la amenazaba, pero su visión se había reducido considerablemente, y el haz frontal sólo se estrellaba contra un muro pálido y húmedo que no se dejaba traspasar. De modo que debía alcanzar el filo antes de que el sol se ocultara detrás de la montaña. A pesar de todo, no se apresuró. Barrió cualquier pensamiento que pudiera corroer su determinación y se concentró al punto de sentirse una máquina inhumana. No importaba. Se hallaba completamente sola y su mente era su motor primordial y su único sostén. Mantenerla clara era la clave de su supervivencia. Durante el último tramo, su cuerpo había comenzado a acusar el desgaste. Su cadera dolía otra vez, sentía la fatiga mental producto de la disminución de oxígeno, sus músculos se quejaban un poco. Nada que no esté preparada para superar, se dijo, y continuó adelante. A su paso quedaban clavos, seguros, sogas, todo dispuesto para que a su regreso pudiera deslizarse Pared abajo hasta la rimaya sin dificultad.

Si regreso, había pensado en ese momento. Y mientras la noche se cerraba en torno a la tienda, rió por lo bajo de su propio fatalismo. Sabía que lo que quedaba por delante era mucho más difícil y peligroso que lo que dejara atrás, pero confiaba en su propio realismo para afrontar las dificultades. Y comprendió que aquella temeraria travesía en solitario era, en cierta forma, una metáfora de su propia vida. Al mismo tiempo, supo que alcanzara el Santuario o no, sería consagrada Alta Sacerdotisa en menos de un mes. Pero algo en su interior repetía que sólo en el Santuario descubriría si era digna, si correspondía que ciñera la tiara de oro o si debía rechazarla. A pesar de todo, era sólo una parte más de la metáfora. El Santuario no era más que una representación física de una región de su propio espíritu. No sería en un templo, por sagrado o místico que fuese, que hallaría la respuesta: estaba recorriendo un camino hacia afuera y hacia adentro, cuyo transcurso era el verdadero núcleo, y a cuyo término hallaría las respuestas que buscaba.

El sueño acudió como la marea, envolviéndola como el Mar de Rassán cubría sus pies de niña, allá lejos en su hogar en Mira Prime. Un hogar que ya no es mío, pensó adormecida. Un lugar que se ha sumado a la galería de símbolos que encierran significado sólo para mí.

Las Hijas de SyndrahWhere stories live. Discover now