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Vega observaba a su Discípula desenvolverse en el refugio con una soltura que lo sorprendía y lo intrigaba a la vez, y no evitó un gesto interrogante al verla tender un mantel sobre la mesa antes de servir la comida. Mientras cenaban, Andria le contó cómo ella y sus hermanas habían arreglado poco a poco El Gali. Vega se limitaba a escucharla, intercalando una que otra pregunta. Sus respuestas llevaban a una sola conclusión: las Elegidas de la promoción de Andria habían forjado una estrecha amistad entre sí a lo largo de los años, y esa amistad daba un nuevo valor al lugar donde se desarrollaba. Esas muchachas habían llegado a ver a la Escuela como algo más que un centro de formación transitorio, confiriéndole ciertos rasgos de hogar.

Se preguntó si la Regente estaría al tanto de esa conducta tan peculiar. En todos los Centros de Instrucción que la Orden poseía en la Galaxia, el condicionamiento inducido a los adeptos apuntaba a lo mismo: lealtad a la Orden ante todo y más allá de todo. El dicho que afirmaba que "la Orden de Syndrah no precisa puerta de salida" era tan antiguo como cierto. La política de la Orden era lo bastante sabia para no empujar a ninguno de sus miembros a desear abandonarla. Y la Orden era entendida por sus adeptos como un organismo en el cual cada uno ocupaba el lugar correspondiente y necesario. Sin embargo, la lealtad entre adeptos se daba como reflejo de esa otra lealtad primordial a la Orden. Que también era la razón de que se trataran de "hermanos" entre sí, desde la Hermana Superiora hasta el último asistente en el último confín de Kor: hermanos por ser todos hijos de la misma Madre. El sentimiento de cariño fraternal no se fomentaba para evitar la formación de camarillas.

Estas muchachas han cambiado eso, pensó Vega. Las palabras de Andria traslucían que las Elegidas de su promoción que ya habían dejado la Escuela seguían siendo consideradas parte del estrecho círculo de amistad. Un vínculo de peso insospechado desde que las impulsaba a cambiar su óptica de lo que las rodeaba. Recordó lo que la Regente le escribiera en la cápsula que contenía los datos de Andria: "La Hermana Superiora las considera el referente de una nueva generación, llamada a operar importantes cambios." El mensaje concluía con el saludo ritual que apuntaba directamente al núcleo de su lealtad: "La Orden cuenta contigo." Bien, era imprescindible sondear cuanto pudiera las peculiares características del grupo al que Andria pertenecía. Sólo así sabría cómo proyectar su lealtad al grupo a la Orden, un proceso que debía comenzar cuanto antes.

—¿Por qué crearon un código propio? —preguntó a quemarropa.

Andria lo miró a los ojos un momento sin mostrar sorpresa ni nerviosismo. Vega se dio cuenta de que no estaba recurriendo a ningún truco para enmascarar sus emociones. Esperaba la pregunta.

—Pensamos que podía ser entretenido.

Entretenido era una elección curiosa como adjetivo. Entretenido, ¿no útil? La respuesta era sincera, aunque mencionar una opción no negaba las demás.

—¿Sólo entretenido?

Andria se puso de pie y recogió los platos. Al regresar a la mesa traía dos escudillas humeantes que exhalaban un aroma fresco. Volvió a sentarse frente al Maestro y cruzó las manos sobre la mesa.

—Queríamos saber si éramos capaces de crear nuestra propia clave —respondió—. Imagino que fue una típica reacción adolescente. Sabíamos que nuestras superiores tenían un código que no conocíamos y sentimos la necesidad de emularlas. Poco después aprendimos el código de la Orden y el nuestro quedó relegado.

Relegado, no olvidado. Vega comenzaba a disfrutar la forma en que Andria se expresaba, simple y concreta. Probó su té. ¿Qué buscaba la muchacha con esa actitud?

—¿Éstas son las hierbas que trajo tu hermana? —preguntó en tono casual—. ¿Las procesó ella misma?

—Sí. Xien es una verdadera "Verde" atribiana. Será una excelente planetóloga cuando se gradúe en Arka Risena.

Andria aceptaba con docilidad la distracción, dando respuestas que aportaban información objetiva y subjetiva a la vez voluntariamente. Indicaba que estaba dispuesta a responder cualquier pregunta. Cualquiera puede ser demasiado, pensó Vega.

—¿Qué significa el mensaje en el estante? —preguntó.

Andria no se inmutó. —Significa que mi hermana Vania estuvo aquí.

Vega reconoció al fin la táctica de Andria. Se la enseñaba como "prueba de la sinceridad" : responder con la verdad y observar cómo usaba el interlocutor esa franqueza. Un juego peligroso.

—¿A quién iba dirigido el mensaje? ¿A ti?

—A cualquiera de nosotras.

—¿Con qué objeto?

—Que supiéramos que estuvo aquí.

—¿Qué se supone que haga quien encuentre el mensaje?

—Dejar su propia señal.

—¿Cómo sabes que fue ella y no otra de tus hermanas?

—Esas palabras la identifican sólo a ella.

—¿Cuáles te identifican a ti?

—"Somos una con la Madre."

—¿De dónde las han tomado?

—Una antigua plegaria nuestra.

—¿Con cuántas de tus hermanas has tenido contacto sexual?

—Con una.

—¿Estás diciendo la verdad?

—Sí.

Vega se echó hacia atrás y estudió a Andria a través de sus párpados entornados. Simplemente perfecto, pensó satisfecho. Ni siquiera se había dejado sorprender por el violento cambio de tema. Andria aún sostenía su mirada, imperturbable.

—¿Hasta dónde me hubieras permitido llegar? —inquirió.

—El interrogador alcanza su límite antes que el interrogado. La certeza de que obtendrá respuestas a todas sus preguntas desalienta su curiosidad.

—Sólo falta que cites al autor del postulado.

—Hermana Ibla de Deneb. Estrategias de Formulación, año 20.115 Cronología Antigua. ¿Puedo tomar mi té, Maestro?

Vega rió alegremente. Ella se permitió sonreír. En verdad éste será el invierno más largo de la historia.

Las Hijas de SyndrahWhere stories live. Discover now