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32.

Tarareaba la melodía de una canción que desde hace un par de noches no me dejaba dormir (y que, desgraciadamente, aún no había podido desarrollar del todo por estar ocupadísima con las actividades previas al evento de Ilsan) mientras me pasaba los dedos por el cabello mojado frente al espejo del baño, sacudiéndolo para liberar cualquier rastro de gotas pesadas en él. A pesar de ser sábado a las ocho de la mañana no me sentía cansada en lo absoluto, pues por primera vez en mucho tiempo estaba levantándome a hacer algo que me hacía sentir bien en el aspecto tanto económico como emocional.

Como caso aparte del estudio (que todavía me hacía sonreír al recordarlo, como si me hubiese enamorado de aquel espacio con micrófonos desperdigados y esponjas en las paredes), los chicos de DNH eran una pasada. A veces demasiado ruidosos para mi gusto, pero no había uno solo que me desagradara. En las dos semanas de trabajo en el estudio podía decir que había aprendido a tomarles un poco de aprecio. Además, cada uno tenía un talento indiscutible y juntos hacían que la calidad del trabajo y composiciones de todos subiera varios peldaños de la idea base.

Aunado a esto, llevaba casi dos semanas viviendo en el apartamento con Yoongi y Taehyung. Nos habíamos arreglado para la paga de la renta y servicios, siendo incluso de precio más reducido que cuando vivía por mi cuenta. Y si hacía un recuento oficial de lo ocurrido durante ese tiempo, podía decir que las cosas en general habían estado muy bien.

Yoongi, contrario a lo que pude haber imaginado, no era un mal compañero de habitación. A pesar de que no convivíamos exageradamente (pues mis salidas al estudio no me lo permitían) llevábamos un balance entre el tiempo que pasábamos juntos y el tiempo en el que cada quien requería su espacio personal. Era cómodo, de alguna forma. Podíamos estar separados durante todo el día y en la noche —muy cerca de la madrugada— él, como un gato en busca de atención, venía y se recargaba en mi hombro o me apretaba de la cintura para que le hiciera caso.

Nuestra relación era... agradable. Le había contado a Seokjin por llamada hace algunos días y él con todo el orgullo y la felicidad del mundo —propios de un hermano mayor— me había susurrado "te lo dije". Aún si Yoongi y yo no éramos una pareja, para Jin era como si lo fuésemos y lo apoyaba en un cien por ciento mientras me hiciera feliz. ¿Había forma de cambiar de hermanos de sangre? Porque de ser así quería rellenar un formulario para intercambiar oficialmente a Yeonah por Seokjin.

Rodé los ojos con media sonrisa ante mi estúpida ocurrencia y me eché un último vistazo en el espejo antes de salir.

El olor a café me saludó nada más abrí la puerta del baño. Agradecí mentalmente por tomar la decisión de cambiarme ahí adentro y no haber salido sólo con una toalla enrollada alrededor del cuerpo como muchas veces acostumbraba entre semana, cuando Tae se había marchado a la universidad y Yoongi estaba tan muerto e inmóvil en la cama como una maldita piedra.

Al dar un paso fuera hacia el pasillo me encontré con que Taehyung era quien estaba frente a la estufa, de espaldas a mí, probablemente preparándose el desayuno.

Me extrañó verle despierto tan temprano, pues los sábados no solía vérsele de pie sino hasta por ahí del mediodía (con suerte), pero a juzgar por su rutina —a pesar de todavía vestir la pijama— supuse que tendría que salir dentro de un rato.

Mi relación con Taehyung en realidad no había cambiado demasiado tomando como referencia unos cuantos días antes de que me mudara definitivamente con ellos. Quizá nos tratábamos con más confianza, pero ninguno de los dos había mencionado nada de la noche en la que nos besamos. En parte podía culpar al tiempo que no jugaba a nuestro favor; pero era como si nunca hubiese pasado y, aunque aparente y superficialmente era cómodo, también me invadía un sentimiento de desazón, como cuando dejas el nivel de un juego que estás a punto de pasar. Aún si no había sido nada significativo para ninguno de los dos, no era propio de mí dejar las cosas a medias.