Renacer del Dragón

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En lo profundo de una montaña; llamada Montaña de La Desesperación debido a la dificultad de su ascenso a pesar de ser muy popular entre los aficionados a la escalada, situada entre Viento Cortante e Isla Lukai; un portal entre el Más Allá y este mundo se había abierto, y de su interior emergió un dragón negro cual azabache, con ojos rojos como sangre y de una envergadura de treinta metros, su nombre es Gil-Garald.

Hace mucho tiempo que había muerto y ahora buscaba reinvidicarse, tenía su objetivo muy claro, siete espadas que permiten el paso a Darruzal, hogar de divinidades a las que se les rendía culto en la región.

La espada que busca se encuentra en el lugar de su deceso, la pacífica y pequeña ciudad de Bern.

Gil-Garald abre sus poderosas alas y toma el vuelo hacia la ciudad mientras ruge y escupe fuego de un color naranjo con tintes purpúreos, atrayendo monstruos como arpías y trasgos a que lo sigan, porque un dragón oscuro busca solo dos cosas: Dominación y Adoración.

En su camino encuentra dos ciudades hermanas repletas de personas que ya descansan, Alta Gaia y Baja Gaia.

Al verlas, Gil-Garald sonrió al ver esas endebles e inflamables construcciones en las que posiblemente habían personas durmiendo y casi instintivamente, como si fuera una parte de su ser, se dirigió hacia ella mientras su nariz exhalaba humo negro.

La oscuridad de la noche ocultó su llegada hasta que fue demasiado tarde.

—¡¡¡SU MUERTE ESTÁ AQUÍ!!!—Rugió Gil-Garald mientras lanzaba proyectiles incandescentes y aterrizaba en el tejado de una casa que cedió bajo su peso.

En Viento Cortante no había existido una guerra en mucho tiempo, así que la mayoría de las ciudades y provincias poseían un frágil ejército que ejercía de guardias y las ciudades de Gaia no eran la excepción.

Cuatro viajeros se vieron sobresaltados por el repentino alboroto.

—¡Un dragón! —Exclamó Ramen.

—¡Protegan a los civiles! —Ordenó el arquero llamado Galelor mientras le disparaba flechas envenenadas al indómito dragón, las cuales rebotaban en su mayoría —Tal vez luego nos den una recompensa.—Murmuró para sus adentros.

El hechicero llamado Alerión invocó unos látigos de fuego y ató las fauces del dragón mientras que el guerrero llamado Agarer intentó clavar su espada en su zarpa izquierda, aunque la espada rebotó sin causar ningún daño.

Ramen poseía entrenamiento en artes marciales y en esgrima, trepó sobre el dragón y clavó sus dos katanas en su espalda unos pocos centímetros de profundidad antes de que se rompieran.

—Parece que he perdido algo de poder y práctica —Dijo Gil-Garald liberandose de los látigos con una simple sacudida.— En el pasado, sus armas habrían sido pulverizadas por el simple contacto y sus mentes enloquecido.

—¡Demosle tiempo a los habitantes para que huyan!—Ordenó Agarer.

—¡Qué almas tan valerosas, pensando en los demás!—Comentó Gil-Garald con dulzura fingida y asco a la vez—. ¿De dónde vienen?

—¡De Bern criatura infernal!—Exclamó Ramen mientras Gil-Garald se colocaba a escasos metros de ellos.

—No contestes así a un futuro Dios—Aconsejó Gil-Garald—. ¡En escasas horas voy a arrasar el asqueroso caserío de Bern y ustedes van a acompañarme!

—¡¡¡Jamás!!!—Se negó Alerión mientras sus manos se encendían con fuego mágico

—La mirada de un dragón es hipnotizante si el lo desea ¿Lo sabían? —Se jactó el dragón mientras abría sus ojos—. Imaginaoslo nada más, pasaran de ser aquellos que lucharon valerosamente hasta su deceso a aquellos que traicionaron a la humanidad para servirme a mi, todos los odiaran y solo yo conoceré la verdad.

Hasta ese momento nadie había visto los ojos del dragón con claridad, sus pupilas desaparecieron para dar lugar a un par de esferas oscuras que aunque no las vieras sabías que te observaban, desnudando tu ser y examinando tu alma y resaltando todos los errores que hubieses cometido durante tu vida.

—Concienus Pnotactuz—Susurró Alerión un hechizó para el y sus aliados mientras su voluntad se resquebrajaba y sentía el impulso de obedecer a el dragón oscuro.

—Servid a mis deseos—Ordenó Gil-Garald con un gesto despectivo.

—Si amo—Respodieron los cuatro al unísono.

—¡Qué las fuerzas de la oscuridad fortalezcan sus cuerpos mientras asesinan a los que los rodean!—Exclamó Gil-Garald con aprobación.

Los cuatro que antes habían luchado contra el dragón para salvar a las personas ahora los masacraban con sus armas dañadas.

Un trasgo ligeramente más grande que el resto se acercó a Gil-Garald.

—¡Mi señor!—Dijo el trasgo, que se llamaba Broákel—. ¿Va a ir solo a Bern?

—No los necesito, pero veo tus deseos—Analizó Gil-Garald—. Puedes venir junto a una pequeña manada de tu clase.

—Una vez terminen su carnicería reunan un ejército de monstruos y partiremos a Hámzterdan—Ordenó Gil-Garald dirigiéndose a los cuatro hipnotizados mientras aplastaba a una mujer con sus zarpas.

Se dice que nadie sobrevivió esa noche, otros que solo unos pocos, pero todos concuerdan en que ellos cuatro junto a unos monstruos mataron a más de cuarenta y dos mil personas.

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