La Última Pelea de Elemor

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La mayoría de edificios en Bern estaban ardiendo. El palacio y el Colegio de Magia era lo único completamente a salvo del fuego.

Los elfos y hombres que quedaban luchaban entre el fuego solamente por odio, por que Bern ya estaba condenada a desaparecer bajo las llamas.

Elemor despertó en una gran y cómoda cama roja, se imaginó que le pertenecía a Sesmar. Le pareció raro ver que había estado dormido con la armadura puesta.

Elemor se intentó levantar, al intentarlo se percató de que le dolía todo el cuerpo. Alzó la cabeza para buscar el motivo de su dolor.

Su armadura, antes resplandeciente, se encontraba ennegrecida y con un agujero en el medio.

—Si el rayo hubiera sido eléctrico seguramente habría muerto.

Tras unos pocos minutos, Elemor fue capaz de levantarse y dar unos pasos.

—Huele a que algo se está quemando...

Elemor se asomó por la ventana y vió como todo estaba ardiendo.

—¿¡Pero qué está pasando!?

En la misma habitación, Elemor encontró una poción de al menos un litro dentro de un cajón a un lado de la cama.

—Peligro, no ingerir todo de un trago y bla, bla, bla...—Leyó Elemor antes de beberla toda de un trago.

En pocos segundos ya había recuperado todas sus fuerzas y se disponía a entrar a la batalla.

—Estuve desmayado cuanto... ¿Un día y todo Bern se quema?

Cogió su espada y se colocó un escudo redondo de hierro común en el brazo mecánico, el cual no estaba reaccionando bien.

En las calles principales de la ciudad, miembros de ambos ejércitos se mataban entre sí. Alotias, aunque herido, seguía siendo un enemigo formidable que ahora luchaba con una hacha pequeña que había cogido del cadáver de uno de sus compañeros.

Desde donde estaba ubicado, Alotias podía ver a los cuerpos sin vida de Mierl, Anlia y Malia, además del Colegio de Magia y el Palacio de Sesmar. Al dirigir su mirada hacia este último, sus ojos se cruzaron con los de Elemor, el cual lo veía desde el balcón.

Elemor se apresuró a bajar para enfrentarse contra su enemigo. Suponía que era el más duro de derrotar.

Un elfo de nombre Dirilimia atacó a Alotias con una lanza. El soldado de la armadura negra le arrebato la lanza, la quebró sobre su pierna y le clavó ambos trozos en el pecho.

A unos cuantos metros, Alotias fue capaz de encontrar un estandarte de su amado Imperio, el cual alzo hacia el palacio.

—¡Al final de este día! ¡Estandartes y banderas como esta ondearan por toda la ciudad!

Entre la calle principal y las puertas existían ciento veinte escalones. Elemor se encontraba en el último y Alotias en el primero. Los escalones, antes blancos, ahora estaban manchados de sangre y de hollín.

—¡Tu y la bandera a la que le juras lealtad han asesinado a muchos de mis amigos!

—¡Tu los mataste al declarar la guerra al Imperio Varione!

Ante esta respuesta Elemor se quedó en shock. Desde cierto punto de vista, el causó la muerte de muchos elfos. Estos pensamientos lo mantuvieron distraído hasta que el reflejo del sol en el hacha de Alotias a pocos metros de sí lo hicieron reaccionar.

Elemor apenas pudo levantar su escudo para defenderse. El hacha rebotó e hizo que Alotias tambaleara. El escudo se abolló gravemente. Elemor aprovechó para darle una patada en el pecho, pero Alotias lo cogió del pie y lo jaló hacia adelante. Elemor a su vez cogió a Alotias del hombro y ambos cayeron hacia adelante rodando por los escalones.

El viento cambió de dirección y el humo comenzó a dirigirse a donde la lucha estaba teniendo lugar.

Alotias se recuperó con rapidez y dió un hachazo a donde debería haber estado el pie derecho de Elemor si este no lo hubiera apartado con rapidez.

Al intentar incorporarse, Elemor lo hizo apoyándose en su brazo mecánico, pero este cedió y causó que Elemor resbalara dos escalones más.

Alotias sentía fuertemente el dolor de las heridas que le había hecho Ylireandul, pero eso no le evitaba centrarse en su objetivo. Dejó caer su hacha sobre el brazo de Elemor, cersenándolo, que por suerte para este último era el mecánico y no le dolió.

Aunque la pérdida del brazo no afectó a Elemor en términos de dolor, si que lo hizo a la hora de hacer equilibrio. Tras múltiples intentos de levantarse lo logró hacer con la fuerza de las piernas, solo para volver al suelo de un golpe del hacha en el costado de la armadura.

Al caer y ver que Alotias estaba lo suficientemente cerca, utilizó su espada para hacerle una herida ej la pierna, pero su espada rebotó contra la poderosa armadura y entonces se le ocurrió una idea. La armadura negra sería la perdición de su enemigo.

Elemor se levantó y tiró su espada al suelo. Alotias quedó perplejo ¿Acaso el elfo se estaba rindiendo? El movimiento de Elemor fue deslizar hacia abajo la visera del casco, dejando expuesto el rostro de Alotias y volviéndolo a subir.

Alotias comprendió la jugada de su enemigo. El humo entró dentro de su casco y no podía salir. No podía ver nada y sentía que se asfixiaba.

—¡No es justo! —Se quejó Alotias mientras tosía.

—En la guerra nada lo es — Respondió Elemor antes de enterrar su espada en la parte más débil de la armadura de Alotias. El cuello.

Una vez muerto el último "líder" de los soldados imperiales de Bern, estos fueron presa fácil de los elfos debido a la desorganización. Ese día no hubo prisioneros y solo diez mil elfos quedaron con vida. Pero finalmente habían triunfado.

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