Sangre en las calles

14 3 0
                                    

Mierl junto a un gran grupo de soldados mantenían una férrea defensa en la calle principal de Bern. Desde esta calle se podía seguir recto hacia el palacio de Sesmar o dar un giro hacia el Colegio de Magia. Si perdían esa calle practicamente perdían la ciudad. La calle tenía un leve defecto; a el lado izquierdo había un montón de casas que subían junto a la calle, pero al lado derecho estaba una caída que mientras más se subía más se acentuaba que daba en la zona donde se alzaban las estatuas.

La estrategia que Mierl ordenó fue la de una pared de escudos desde la que se podía atacar con lanzas a través de los espacios entre ellos.

La principal fuerza del Imperio Varione se encontraba frente a ellos. Intentaron romper la formación, pero tras unos cuantos caídos decidieron retroceder y disparar unas cuantas flechas.

—¿Qué estarán tramando? —Murmuró Mierl para sus adentros.

La respuesta llegó en pocos segundos. Una potente maquina de metal con forma de dragón se acercaba con lentitud. De la boca disparaba potentes chorros de hierro fundido capaces de derretir sus escudos. Un arma de ese calibre seguramente fue construida por manos enanas.

Mierl comprendió la genialidad de la estrategia del Imperio. Si se quedaban donde estaban serían derretidos y si atacaban romperían la formación y serían presa fácil de los soldados.

El anciano vampiro sabía que hacer. Unos cuantos metros más atrás había un elfo con una flecha atravesada en el pecho. Mierl se lanzó sobre el y arrancó la flecha para posteriormente beber toda la sangre que pudo. La transformación tuvo lugar y Mierl saltó sobre los escudos. Al caer frente a los soldados imperiales estos se vieron sorprendidos por la visión del vampiro. Para Mierl fue sencillo drenar la sangre de uno a través de sus poros y lanzarla en forma de agujas contra otro.

Mierl abrió sus alas y voló sobre la máquina, Mierl abrió sus garras y se lanzó sobre la máquina, pero antes de poder llegar, una lanza le atravesó el ala izquierda y lo hizo caer hacia las estatuas.

Malia y Anlia saltaron desde la calle también.

—De donde venimos los vampiros son quemados —Dijeron ambas mientras alzaban sus lanzas.

—Pero esto no es Páramo Desolado —Respondió Mierl arrancando la lanza de su ala.

Mierl intentó drenar la sangre de ambas pero vió sorprendido que no podía.

—Las lanzas están benditas con el poder de Lexodia, criatura de la noche. Igualmente tus poderes no funcionarían con nosotras—Dijeron ambas a la vez.

—Tienen la maldición de Limiant ¿No? —Dudó Mierl mientras su transformación se terminaba— Almas unidas.

— Correcto. Donde muchos vieron una gran anomalía el Imperio vió la oportunidad de crear un arma. Dos soldados capaces de combatir con la fiereza de dos centenas —

—Veremos si dos centenas me igualan a mí.

Ambas hermanas saltaron sobre Mierl, pero este las esquivó por pocos milímetros saltando hacia atrás. Mierl sacó su cuchillo e intentó apuñalar a Malia, pero fallo y Anlia le dió una patada.

Mientras esto sucedía, en la calle los soldados humanos arrasaban entre las filas de los elfos. La potente máquina del Imperio derretía los escudos y armaduras sobre los cuerpos élficos, los cuales quedaban con expresiones de horror deformadas por el hierro fundido que los cubrían.

Mierl se incorporó rapidamente y esperó a que una de las dos le atacara. No esperó sin embargo que ambas lo atacaran a la vez. Se logra defender de Anlia, pero la lanza de Malia le da en el costado.

La sangre empieza a manchar la piedra pulida del suelo. El efecto de las bendiciones hacen que la visión de Mierl se nuble y le comienze a doler la cabeza.

Un soldado imperial cae de la calle y al impactar su cabeza con el suelo la sangre brota a borbotones. Mierl ve en eso una oportunidad.

Anlia corre y clava su lanza en el suelo y la usa como pértiga para alzarse cinco metros sobre el suelo y obtener la velocidad suficiente para dar una patada que fracturó múltiples costillas en el pecho de Mierl. Malia se acercó para intentar apuñalar a Mierl, pero el vampiro lanzó su puñal y le hizo un corte al brazo de esta.

Curiosamente, la sangre deslizó del brazo de ambas. Mierl terminó de entender de que se trataba a la Maldición de Limiant, poseían telepatía y sabían lo que sentía la otra, pero cada daño que una recibía la otra también.

Mierl se arrastró por el suelo hacia el cadáver del soldado. Malia y Anlia veían a los elfos preocupadas de que ninguno se haya fijado en su debilidad.

Ese factor le dió tiempo a Mierl de llegar a donde estaba el charcho de sangre. Anlia y Malia le lanzaron ambas una de sus lanzas, las cuales se insertaron en la parte baja de la espalda y pierna derecha del vampiro. Anlia le enterró otra a la altura de los pulmones y Malia la imitó poniendo la última junto a la de su hermana gemela.

Mierl con sus últimas fuerzas convirtió la sangre del soldado en una estaca, la lanzó a toda velocidad y se enterró en el pecho de Anlia.

Anlia cayó al suelo de rodillas y se desplomó frente a Mierl. Malia por su parte vió horrorizada como su sangre se deslizaba por los espacios de su armadura. Malia se acostó en el suelo y abrazó a su hermana mientras la vida se escapaba de ambas.

—Tanto conocimiento y jamás me pregunté a donde van los vampiros cuando mueren— Reflexionó Mierl mientras cerraba sus ojos. Si no los hubiera cerrado se daría cuenta de que estaba a los pies de la estatua que habían construido en su honor.

El alma de Mierl se dirigió a Darruzal, obviamente olvidó que tenía la promesa de entrar a los salones de Lexodia.

Los soldados élficos habían logrado derrotar esa ola de avance imperial y estaban apropiados de la máquina, que se apodó como la Incineradora. Pero ahora que el que los dirigía yacía muerto en el monumento bajo ellos y su rey moribundo estaban a su suerte y sin dirección de algún tipo.

LexodiaWhere stories live. Discover now