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Lydia no podía creer que por fin estaba sucediendo. Después de los dos años más locos de su vida, y que a la par había experimentado lo imposible, por fin se estaba casando con Barry Allen.
Se recordó en la ceremonia; llena de emoción y al borde de las lágrimas, caminando hasta el altar en donde aguardaba el chico, que tenía el mismo aspecto que ella.
Luego la fiesta en el salón. Los invitados, las luces del lugar y la decoración. Ni en el mejor de sus sueños hubiera imaginado ese momento, todo era tan...perfecto.
Ella no se quejaba nunca de la vida de súper héroe que llevaba Allen, pero agradeció al cielo que ese día las cosas hayan sido tan...sin villanos.
Y bueno, a excepción de la extraña mesera castaña que se le había acercado a preguntarle un par de cosas, todo había sido maravilloso. De lo mejor.
Barry sonrió viendo a la mujer que amaba, tomó su mano llamando su atención, Lydia le sonrió de vuelta.
—¿Qué es en lo que piensa la nueva señora Allen?.-Le dijo el castaño, con cierto brillo en los ojos.-
—Amo como suena eso.-Lydia se acercó a darle un beso.-
—No más que yo.-Respondió él, antes de cargarla como princesa, seguido de la risa de ella.-
Barry subió con Lydia las escaleras que faltaban para llegar a su departamento, sin ninguna dificultad y con la chica aún en sus brazos abrió la puerta. Hizo el recorrido hasta el dormitorio, el cual compartían. Barry dejó a Lydia sobre la cama, se hizo hacia atrás, de repente tenía una sonrisa tierna en el rostro, y la pelirroja podía jurar que él se había sonrojado.
—¿Qué?.-Le preguntó ella, del mismo modo, con una sonrisa.-
—Es que...soy afortunado.- Ella frunció el cejo, confundida.— Tengo suerte de que la hermosa chica que entró ese día a la estación haya aceptado una cita conmigo, y ahora sea mi esposa.
—Bueno, el castaño que trabajaba como forense en la estación se acercó a hablarme a mí. También me considero afortunada, ahora es mi esposo.-Siguió el juego.-
—Y soy Flash.
—A si, eso también.-Ambos rieron.— Pero eres mucho más que el héroe de Central City. Barry, incluso si no fueras Flash, eres una increíble persona. Y no tienes idea de cuánto te amo.
El corazón de Barry latió desenfrenado y podía jurar que jamás se sintió así antes. El tiempo en que estuvo enamorado de Iris no se comparaba en nada a lo que ahora mismo estaba viviendo con Lydia. Era una especie de felicidad que no cabía en su cuerpo, era esperanza, anhelo.
Se acercó a la chica y la besó; despacio, lento y romántico. Quería disfrutar cada segundo, quería demostrarle lo inmensamente feliz que había sido desde que la conoció. Lydia profundizó el beso, cruzando sus brazos detrás del cuello del chico, y le respondió de la misma manera. Ninguno de los dos tenía prisa. Barry quería amarla por siempre y para siempre, ahora podía hacerlo. Y entonces cayó en cuenta que no le importaba que dijera el futuro sobre ellos, si ilustraba la desaparición de él o que no hablara de ella, pensó y se convenció a si mismo que nada estaba dicho. Él no se permitiría dejar ir todo lo que tenía junto a la chica. La protegería, de quién fuera y lucharía contra lo que fuera, para estar al final del día a su lado.
Y fue justamente el lugar que ambos habían nombrado como su hogar, quién fue testigo esa noche de la muestra de amor por parte de los dos, como varias noches atrás. Ente caricias y suspiros por parte de ambos, los besos inocentes fueron subiendo de tono, sin perder el sentimiento detrás de estos. La temperatura empezó a subir en la habitación y la ropa comenzó a sobrar. Barry quería amar cada parte de ella, como si de repente necesitara demostrarle algo. Lo cuál no era cierto, Lydia no necesitaba que él hiciera lo que fuera, porque ella lo amaba, quizá mucho antes de que él se hubiera dado cuenta, y eso no iba a cambiar, nunca. Habían pasado muchas cosas y aunque no siempre todo estuvo bien, nunca se rindieron. Ella no estaba dispuesta a hacerlo, no con él.
Fue Barry quién comenzó a desesperarse un poco, por lo que Lydia lo dejó tomar el control, y un momento después no había pieza de ropa que se interpusiera entre ambos. Barry entraba y salía de ella, movimientos acompasados y nada toscos. Amaba el sonido de los gemidos de la chica, la forma en que ella se retorcía de placer mientras él el susurraba cosas tiernas al oído. Y aunque en momentos, ambos cerraban los ojos dejándose llevar por el placer, sus demás sentidos seguían alerta. Podían sentir las manos del otro recorrer su cuerpo, escuchaban la falta de aliento y como cada pulgada de su cuerpo pedía más. Y cuándo fue demasiado, y el hormigueo recorrió de las puntas de sus pies, deshizo el nudo en sus estómagos para finalmente alcanzar la cima.
Barry intentó no desplomarse encima de ella, pero lo suficientemente cansado como para moverse. En cuánto se recuperó un poco, Lydia le sonrió, sintiendo los rastros del orgasmo aún recorriendo su cuerpo. En un gesto tierno, besó la nariz del chico, el cual le sonrió de vuelta.
Él no supo que más decir, ya que un te amo no sería suficiente para expresar lo que sentía, así que sólo se le quedó mirando, incluso después de salir de ella y recostarse a su lado. Y compartieron más besos, caricias y sonrisas. Porque la burbuja que formaban alrededor de ellos era difícil de romper, porque cuando estaban juntos era imposible que pensaran en alguna otra cosa. Ellos se demostraban que se amaban no sólo con palabras; sino con la forma en que se preocupaban el uno por el otro, el modo en que se mandaban miradas desde partes distintas de cada habitación y por como los demás se fastidiaban de ellos.
El futuro podía ser incierto para los demás, y los afiches y computadoras podrían decir una cosa pero, sin embargo, Barry y Lydia tenían todo claro.
