Capítulo 3

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Jueves 7 de Marzo, 2013


Cuando llegué a la calle, el crepúsculo descendía poco a poco sobre el lugar. Las casas proyectaban sombras alargadas por la luz del sol sobre las calles.

Con la vista fija en el suelo, memorizaba el contorno de mis botas negras, manchándose con el barro y los charcos sucios que se amontonan en la acera.

Alcé la vista hacia el cielo, con las gotas de la lluvia provocando cosquillas en mis mejillas. Parpadeé, cuando divisé una gota negra derramándose en la zona de mi garganta. La lluvia barría mi rostro y el maquillaje negro que rodeaban mis ojos. A pesar de que el delineador era a prueba de agua, no era suficiente para soportarlo bajo la lluvia torrencial. El frío gélido me abrazaba hasta los huesos, así que traté de reprimir un estremecimiento.

Observé a la multitud que pasaba a mi lado con prisa, los paraguas refugiándolos de una lluvia que no paraba de atacarme. En aquel momento no me importaba permanecer bajo la lluvia, pero el frío era el problema real.

Una mujer apresurada se detuvo a mi lado cuando me vio. En su rostro, la preocupación y conmoción inundó en sus expresiones. La observé, desde arriba, con expresión sombría. Ella era de tamaño muy pequeño, como mi madre. Pero era mucho mayor que ella, con cabello gris surcando en los mechones de su cabello. Dio un par de pasos hacia atrás, dubitativa. Ella estaba luchando por elegir entre refugiarme con su paraguas, indicar el maquillaje corrido por mis mejillas o preguntar si me encontraba bien.

Pero no hizo ninguna de esas cosas. Y se fue.

La observé alejarse con rapidez, con los hombros encogidos, claramente avergonzada o asustada de mi aspecto en aquel momento porque estaba segura de que no me veía muy atractiva que digamos.

Suspiré, mi respiración convirtiéndose en un vaho blanquecino mezclándose con el aire pesado por la humedad. Al recordar los cigarrillos, me entraron unas ganas inmensas de fumar, pero estaba tratando de abandonar ese mal hábito.

Recuerdo que aquel día no tenía clases. Estaba en el último año como estudiante, a punto de graduarme de la preparatoria. Pero los profesores ni siquiera se tomaban la molestia en asistir a nuestras últimas clases.


Estaba de camino a casa con una pequeña sonrisa esbozada en mis labios. Era consciente de que tendría la casa para mí sola por la mañana, ya que mis padres estaban en el trabajo.

Y luego recordé quién se había quedado en casa.

Clementine.

La multitud iba y venía. Se tropezaban conmigo. Algunos murmuraban disculpas, unos me miraban de reojo, otros ni siquiera se daban cuenta de mí y continuaban en su camino como si yo no fuera alguien en absoluto.

«Exigen que los trates como a una persona, pero ni siquiera ellos tratan a los demás como tal.»

Estaba a punto de cruzar la calle cuando la luz roja del semáforo me detuvo a mí y a un par de personas. Solté un bufido mientras la gente con paraguas negras me rodearon.

Observaba la luz roja, la acera húmeda reflejando el cielo oscuro. Los autos y carros pasaban rápidamente, inconscientes de la calle resbaladiza. Algunos se detenían en seco pero continuaban acelerando, como si ellos no estuvieran a punto de cometer un accidente.

Clavé mi vista en el suelo, sumida en mis pensamientos. Qué fácil era dar un par de pasos hacia adelante, y esperar.

Esperar... un destino que tal vez ansiaba terriblemente.

Cuando los ángeles merecen morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora