Capítulo 19

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Jueves 4 de Abril, 2013


Debí de haber dormido en algún momento hacia la madrugada, porque el amanecer ya brillaba en las ventanas. Tenía dolor de cuello y todas las articulaciones crujieron irritadas por haber pasado la noche sentada. Alcé la cabeza para observar. Había estado apoyada en el hombro de Jesse, inclinada hacia la camilla toda la noche. Por los movimientos que hacía supuse que él estaba despierto.

—Hola —susurré con la voz adormilada.

—La bella durmiente acaba de despertar.

Bostecé.

—¿Cómo sabes que la «bella durmiente» es bella? No puedes verla.

—Claro que no puedo verla, para eso están las palabras. Si le dicen que es bella, entonces lo es.

—Si «bella» en realidad significara «fea»...

—Entonces, ¡qué grato es estar ciego!

—No seas tonto —lo empujé suavemente entre risas.

—Ouch. —Se detuvo de reír y masajeó su antebrazo como si lo hubiera herido.

—¿Qué hora es? —pregunté con desorientación.

—Yo te lo diré, cariño —respondió levantando su brazo y mirando hacia su muñeca desnuda—. Son las... nada y nada.

—Entonces es muy tarde —respondí en torno burlón.

Tuve que reprimir un suspiro de alivio. Jesse volvía a ser el mismo de antes.

Pero detuve todos los pensamientos que se arremolinaban en mi mente. ¿Qué sabía yo de él? Hacía poco lo había conocido, ya lo había besado y me encontraba con él a solas en un hospital.

—¿Cómo te sientes? —pregunté suavemente.

—Como si la chica más linda en el mundo me hubiera besado toda la noche.

—Oh dios...

—Es que lo sé, sé que no te pudiste resistir a mis encantos...

—Cállate. —Volví a golpearle el brazo—. La pregunta va en serio. ¿Te duele el rostro?

—Un poco —respondió haciendo una mueca—. A excepción... —Señaló su entrepierna con una sonrisa burlona.

—¡Para!

—Lo siento —dijo entre risas.

—Eres asqueroso, apenas te he besado y ya dices esas cosas.

—Imagínate si hacemos algo más —añadió, moviendo sus cejas frenéticamente.

Mis labios temblaron por la fuerza con la que reprimía las carcajadas. Sentí cómo mis mejillas se ruborizaban ligeramente.

—Te estás ruborizando.

—No, no lo estoy.

—Te dije que no estoy tan ciego.

—Basta.

—Todo me funciona, a excepción de los ojos, tenlo en cuenta.

—¡Ya lo sé!

—Entonces bésame.

—En un millón de años.

—Entonces esperaremos un millón de años en este hospital.

—Ni de broma.

—De broma, sí.

—Estás loco.

—Tú también.

Cuando los ángeles merecen morirWhere stories live. Discover now