Capítulo 16

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Desperté de golpe. Me estampé contra la cabecera de la cama. Lancé un fuerte gruñido, mientras me revolvía el cabello.

Eché un vistazo a mí alrededor. La habitación estaba hecha un desastre. Las cosas estaban tiradas y desparramadas por el suelo, como si un tornado hubiera pasado dentro de mi dormitorio, arrasando todo a su paso. Había un camino barrido, libre de objetos rotos y tirados en el suelo, como si yo hubiera arrastrado los pies cuando había entrado en la estancia hasta la cama.

Me quité las sábanas de encima, mirando mi cuerpo. Todavía llevaba puesta la ropa de anoche. Todavía podía sentir el olor a tabaco y sudor que Jake desprendía.

Apresuré mis pasos para ir hacia el baño, y darme una rápida ducha. Cuando terminé, hice todo lo posible para acomodar las cosas en mi habitación, antes de que mi madre o mi padre entraran y descubrieran aquel desastre.

La puerta se abrió, cuando estaba recogiendo uno de los cds tirados en el suelo, partido en dos. Me preguntaba, por dentro, cómo había podido causar todo aquello en tan poco tiempo. Incluso había estado inconsciente mientras hacía eso, como si yo no fuese la que lo había causado en realidad.

Contuve la respiración, la puerta abriéndose despacio con un chirrido estremecedor. Me erguí con lentitud, preparándome mentalmente para lo que se estaba avecinando.

El corazón me latió deprisa. Clementine entró a mi habitación con cautela, barriendo sus ojos por el suelo y los muebles, sin ningún atisbo de sorpresa en sus ojos. La examiné con cuidado, mientras ella cerraba la puerta detrás de sí.

Llevaba puesto un jean desgastado con una camisa blanca de rayas rojas. Llevaba unas pequeñas converse negras, y su pelo negro brillante un poco revuelto.

No tenía puesto nada de maquillaje. Me sorprendí de eso.

—Brenda —dijo en voz baja, cuando por fin clavó sus ojos en mí.

Ella estaba hermosa. Hermosa como un ángel. Esbozó una pequeña sonrisa

—¿Qué has hecho? —me reprendió, con un tono de burla en su voz.

Bajé los párpados. Reprimí una sonrisa, pero luego la solté, riéndome por lo bajo.

—¿Crees que esto se pueda reparar? —susurré.

Las dos barrimos los ojos por la habitación.

—Yo creo que sí. —Sonrió—. Si aceptas que te ayude. A no ser que seas demasiado orgullosa como para permitirme arreglar tus desastres.

Hice una mueca. Clementine soltó una risa despreocupada que me estremeció.

—Siempre deseé que llegara este momento —dijo, mientras levantaba las cosas del suelo y las colocaba en su lugar con una sonrisa pícara en sus labios—. Tanto tiempo siendo la que debían ayudar para arreglar sus desastres. Ya era hora que yo tuviera que cuidarte a ti.

La miré por el rabillo del ojo. Se me encogía el corazón cada vez que la veía. Era como si ella no fuese ella en realidad. Para mí era como una sombra, un fantasma que se esfumaba cada vez que la quería tocar.

«¿Esta será la Clementine verdadera? ¿Esta es la Clementine que se pierde todos los días?»

No contesté.

—Sabes —me dijo lentamente—, hay cosas que uno se entera después de todo.

Alcé los ojos. Clemetine me estaba viendo, con una frialdad en su expresión. Era como si sus ojos se volvieran de hielo y me clavara navajas con ellos. La sangre se me heló, seguida de un sentimiento asfixiante.

Cuando los ángeles merecen morirWhere stories live. Discover now