Capítulo 34

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Cuando abrí los ojos, al principio vi una bata blanca. Luego un cuerpo alto y fornido, con una seria cara de concentración. Era un doctor. Luego vi frente a él, a mi madre y a mi padre poniéndose de pie. Él estaba diciendo cosas, estaba diciendo muchas cosas. Aquella escena parecía repetitiva; era como si hubiéramos ido años atrás, en el pasado, para volver a los centenares horas de espera en el hospital para aguardar respuestas sobre el estado de Clementine. Siempre decían que su estado era delicado, pero que volvería a recuperarse. Otras veces decían que ella estaba en perfecto estado, pero que debíamos de tener más cuidado la próxima vez. Entonces luego venían las recetas, las píldoras, la cantidad de pastillas que ella debía ingerir. Cuándo debía tomarlas, controlar que ella las tomara en el momento adecuado y bajo un horario estricto. Si ella no las tomaba, o fingía que lo hacía, que era lo más probable, todo volvería a ocurrir.

El trastorno bipolar es controlado, pero no hay cura para ella. La razón por la cual Clementine sufría de este tipo de fases, era porque ella nos engañaba a nosotros, hacía como que tomaba las pastillas que le habían recetado. Muchas veces si las tomaba, los efectos secundarios la volvían loca, ella odiaba los efectos secundarios. Clementine odiaba ser dependiente de unas pastillas.

Vi cómo los músculos de mis padres se relajaban gracias a las palabras del médico. Me puse de pie de un salto. Jonny se sobresaltó, adormilado, y miró hacia mí con sus ojos inyectados en sangre por el sueño.

—Su estado es muy delicado —había escuchado decir mientras me acercaba—. Pudimos detener la hemorragia, pero hay probabilidades de que esto vuelva a ocurrir.

—¿Quiere decir que ella puede sufrir otro derrame cerebral? —espetó mi padre.

—Es probable —contestó el médico, sin ensimismarse bajo el tono de mi padre. Supe que él estaba demasiado acostumbrado a este tipo de situaciones. Me preguntaba cómo se sentiría dar noticias como estas a familiares preocupados sin llegar a ponerse en lugar del otro.

—Oh dios mío —sollozó mi madre, cubriéndose el rostro con las manos. Su cabeza se apoyó en el hombro de mi padre, y él la abrazó de lado, mirando al médico con una mirada de impotencia. Como si él tuviese la culpa.

El médico alzó los ojos hacia mí. No podía moverme del lugar, hasta me daba vergüenza de acercarme a mis padres y consolarlos. En los ojos del doctor brilló una clase de curiosidad y reconocimiento.

—¿Tú eres Brenda? —preguntó.

Mi corazón saltó. Mis padres, por primera vez en toda la noche, dirigieron sus miradas hacia mí.

—Sí —me limité a responder. Titubeé.

—Ella no ha dejado de pronunciar tu nombre —dijo y añadió—: Incluso con sus dificultades para hablar.

Me quedé observando al médico por unos segundos que me parecieron siglos. Él hizo un ademán de sonreír, como si estuviera conmovido por eso. Asintió, les dijo una última cosa a mis padres y se marchó.

Tuve un destello de la imagen de Clementine, balbuceando mi nombre.

—Ella lo sabe. —La voz de Jonny en mi oído me estremeció—. Ella sabe que estás aquí, que siempre estuviste para ella. No se ha ido completamente. Incluso si no puede demostrarlo, le has dado un regalo extraordinario.

Me tragué las lágrimas. Cerré los ojos.

—Sé que debe de significar mucho para ella.


***

Jonny había ido a comprar un poco de café y unas galletas con chispas de chocolate. Comimos en silencio, en medio del pasillo, porque no queríamos movernos de allí. No sabiendo que el médico volvería para informarnos sobre el estado de Clementine en cualquier momento.

Cuando los ángeles merecen morirWhere stories live. Discover now