Capítulo 8

1.7K 119 6
                                    

Empujé lejos los cuerpos que se amontonaban en mi camino. Toqué partes íntimas de algunas personas accidentalmente, con la nariz arrugada. En ese preciso instante no lo estaba disfrutando. Había un olor denso a sudor y a alcohol. Alguien vomitaba en un extremo de la estancia, pero me negué a echar un vistazo. Alcé los brazos para dejar de tocar tantos cuerpos con las manos.

—¡Ten cuidado! —gritó una voz cuando empujé una masa de cuerpos.

Después de una eternidad, conseguí atravesar la pista amontonada de gente, inspirando todo el aire que mis pulmones eran capaces de soportar.

Una pequeña mesa ratonera con colillas de cigarrillos abandonados se situaba a pocos metros de mí. La mesa estaba rodeada por sofás bajos y negros de cuero. No había nadie sentado allí, a excepción del chico solitario. Recuerdo que quedé inmóvil, observando su cabello castaño, hasta que me armé valor para continuar.

Me situé a su lado, fingiendo no darme cuenta de su presencia. Lancé un bufido de cansancio, cruzando una de mis piernas por arriba de la otra. El chico movió su cabeza en mi dirección.

—Hola —dijo él.

Parecía confundido y perdido. Tan...

—Hola —lo saludé con despreocupación.

—¿Estás sola? Pareces enfadada.

Sonrió. «Oh dios, qué linda sonrisa», pensé.

Me encogí de hombros, aunque sabía que él no podía verme.

—Mi hermana es insoportable. Estoy de niñera. Como siempre, los niños odiando a sus niñeras.

El chico lanzó una carcajada insegura.

—¿Te has resignado a ser su niñera? —dijo con la boca ladeada.

Por lo menos lo estaba entreteniendo, aunque mi tema de conversación era muy estúpida.

—Lo que sea —le respondí mirando a Clementine a lo lejos, besándose con un chico—. Ella no tiene idea de lo mucho que me preocupa.

Apoyé mi mano en el sofá y accidentalmente mi mano se posó encima de la suya. 

No tenía planeado hacer eso, de verdad.

—Lo siento —me disculpé riendo.

Él no tenía las manos frías. Era tan cálido.

—No te preocupes. —Me sonrió de vuelta—. ¿Por qué no estás disfrutando de la fiesta?

—Primero que nada odio las fiestas. La música que pasan es una basura al igual que las personas que están aquí.

Él volvió a reírse, pero esa vez lo hizo con más ánimo.

—Ya, ya. Pero no está tan mal.

Lo miré.

—Lo es. Menos tú. —Lo empujé de lado con el hombro—. Por supuesto.

—Gracias —murmuró avergonzado.

Sonreí abiertamente. «¿Un chico que se sonroja? Esto es increíble», pensé.

—Te invitaría a bailar, pero no sé cómo —le dije inocentemente—. Soy muy torpe para hacerlo.

Él abrió la boca, a punto de responder. Un chico se aproximó con una cerveza chorreante en su mano, inclinándose a la altura de mi rostro. Me eché hacia atrás antes de que su nariz rozara la mía. Fruncí el ceño.

Preciosa —arrastró las palabras con ebriedad—. Vammos a baiiilarrr.

Olía rancio. El tipo había fumado porro, mucho porro y bebido cerveza hasta por el culo. Tenía que esforzarme a tragar saliva para quitarme la sensación de náuseas.

Cuando los ángeles merecen morirWhere stories live. Discover now