Capítulo 12

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Domingo 10 de Marzo, 2013


Por la mañana, mi padre ya se había ido de trabajo. Mi madre nos había preparado un desayuno revelador; omelette de jamón con jugo de naranja. Tuve que acceder a comerlo, porque ella odiaba cuando no comían su comida. No tenía un gran sabor, pero le agradecí de todos modos. No quería preocuparla, siempre decía; «hago esta comida con cariño, y ustedes deben comerla por igual». Pero había ciertos detalles que ella se olvidaba al cocinar; como la carne.

Clementine era vegetariana.

-Me alegra que te guste -dijo con los ojos desencajados por el nerviosismo.

-¿Ocurre algo? -dije.

-Nada, nada. -Soltó una risita nerviosa-. Es que Cleo no quiere levantarse de la cama.

Solté un fuerte suspiro. Mi madre no tenía las agallas para abrir la puerta de la habitación de Clementine y soportar su humor con la resaca y todo eso.

Pero la razón principal era porque ella odiaba las fases.

-Iré yo.

-De acuerdo. Le daré de comer a Edd, por cierto.

Subí las escaleras con impaciencia. No tenía muchas ganas de moverme, pero tenía que hacerlo. Estaba en esos días en el que podría permanecer sentada por horas consecutivas sin moverme un poco. Llegué a casa cuando casi había amanecido, así que tuve la oportunidad de dormir tres horas como mínimo. Era algo, pero no lo suficiente.

-Clementine.

Abrí la puerta de par en par. Dentro de la habitación, había oscuridad. Las cortinas estaban cerradas, cubriendo las ventanas de los rayos del sol. Habían sujetadores, medias solitarias y bragas tiradas por todas partes, ya desde hace varios días. El escritorio de la esquina estaba repleto de papeles y deberes sin hacer. La cama estaba revuelta, desordenada. Me acerqué con desconfianza. Extendí las sábanas a un lado.

Estaba vacía.

Agudicé los oídos, mientras examinaba la habitación.

Se oía el ruido constante de la lluvia. Pero no estaba lloviendo. Era un día soleado. La ducha estaba abierta. Me dirigí hacia la puerta en el otro lado. Clementine tenía su propia habitación con un baño incluido. A veces la envidiaba, porque no tenía que esperar que mi madre o mi padre dejaran libre el único baño que teníamos en el piso inferior para poder entrar.

-Clementine -dije, apoyándome en la puerta-. ¿Estás ahí?

No respondió.

Alcé la mano, hacia la manija. Dudé por un momento.

No.

Abrí la puerta de golpe, entrecerrando los ojos por el vapor del agua caliente y la luz blanca del baño. La cerré detrás de mí, dando tres pasos hacia el interior, hacia la bañera. Estaba cubierta por una cortina con textura floreada, como mi madre había insistido colocar.

-Clementine -dije de vuelta.

Sin respuesta.

El corazón comenzó a golpearme fuerte en el pecho. Sentí que mi sangre se condensaba, que el mundo se detenía por un momento. Todo lo que había temido que sucediera podría haber ocurrido en ese preciso instante. Mi mundo se estaba preparando por derrumbarse, incluso con sus murallas construidas con tanto esfuerzo. Fuego corría por mi interior, amenazando con arrasar con todo.

Corrí la cortina a un lado, con las manos temblorosas.

Se me detuvo el corazón por un momento.

Cuando los ángeles merecen morirWhere stories live. Discover now