Capítulo 31

789 69 5
                                    

Miércoles 19 de Junio, 2013


Aquel día, era tan frío que sentía los dedos de las manos entumecidas. Las flexioné y observé mis nudillos. Cicatrices blanquecinas brillaban bajo la luz neón de los faroles. Los dedos estaban rojos por la baja temperatura, sentía que toda mi piel estaba de la misma forma. Miré el árbol delante de mí. Con movimientos hábiles, sostuve las primeras ramas ásperas con mis manos. Impulsándome con los pies, trepé por el árbol, con cuidado, pero con rapidez.  Me costó más de lo usual, pero pude lograrlo. Pequeños copos de nieve caían del cielo. Parecía como si ya me dijeran algo. Podía verme a lo lejos, como una sombra veloz. La espesura de la noche me daba ventajas, porque yo no tenía que ocultarme tanto como en el día.

Cuando alcancé la altura exacta, me encogí contra el tronco, en posición gatuna. Enterré mis uñas en la madera del árbol y observé. Las cortinas del dormitorio estaban abiertas. Siempre tenía que cubrirlas, porque ella se olvidaba de hacerlo. Los rayos del sol la despertaban todas las mañanas, y ella odiaba eso.

Clementine estaba moviéndose de un lado para el otro, con un vestido ajustado. Estaba tarareando una canción que no alcanzaba a oír. Recogía cosas sin utilidad para meterlas dentro de un bolso pequeño de mano. Lucía como si estuviera preparándose para ir a un lugar en especial. Mis padres estaban durmiendo, yo lo sabía, porque ellos vivían apegados a mi hermana como imanes. Pero allí no estaban. No era muy difícil escaparse de casa, no con el tipo de clase de mis padres.

Un gato gris se asomó por entre mis piernas y comenzó a frotarse contra mí. Su ronroneo era alto y fuerte. Lo intente apartar lejos pero me tambaleé. El gato se enredó con mis piernas y luché por no caer. Con mis uñas arañé las ramas que tenía más cerca de mí, para sostenerme. Una de las ramas crujió fuerte y se partió en dos, cayéndose al suelo. El gato cayó junto con la rama, de pie. Lanzó un último maullido y se escondió entre los arbustos. Lo maldije por lo bajo, mientras intentaba mantener el equilibrio. Cuando alcé la vista, divisé a Clementine paralizada. Caminó unos cuantos pasos hacia la ventana, para abrirla. Me escondí entre las hojas con el corazón latiéndome deprisa. Mis padres nos habían prohibido vernos, hasta comunicarnos incluso. Pero yo me oculté porque ella ya no tenía intenciones de volver a verme, ya lo había intentado.

Cuando dije que la había perdido, lo decía en serio.

No quería que me descubriese espiándola por las noches. Era lo último que me quedaba para poder verla. Así que me pegué contra el tronco del árbol y clavé mis ojos en la intensa mirada de Clementine. Creía que ella podía verme fijamente, pero me di cuenta de que lo único que ella divisaba era una sombra oscura cubriendo el árbol. Se echó hacia atrás, riéndose por lo bajo. Dio la media vuelta, y se fue.

Mantuve mi cuerpo inmóvil por varios segundos hasta que ella se subió a un descapotable rojo. Escuché varias voces, dos femeninas y tres masculinas. Los neumáticos chirriaron contra la acera cuando aceleró y desapareció por la carretera a toda velocidad. Me apresuré a bajar del árbol antes de que se marcharan, pero era demasiado tarde.

Aterricé en la superficie con mis dos piernas, pero acabaron por dolerme porque no las había tensado para la caída. Corrí unos cuantos metros detrás del auto, pero desapareció tras de una fina manta de neblina. Grité maldiciones con todas mis fuerzas, no me importaba si todo el vecindario estaba escuchándome. Me puse histérica, de la furia, de la bronca. Varias luces comenzaron a encenderse en las casas, incluyendo la de mi antiguo hogar.

No esperé un minuto más. Eché a correr a toda velocidad. El viento gritaba en mis oídos y parecía decir una sola palabra por sí sola: «apresúrate».

Cuando los ángeles merecen morirDove le storie prendono vita. Scoprilo ora