Capítulo 10

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—¿Y por qué es loco? —pregunto mientras tomo el vino que nos ha servido una de las camareras, está divino y hago lo posible por no gemir del sabor. Es dulce, frío y con un toque agrio a la vez, me gustaría probarlo con queso, sería exquisito.

Conner me mira con los ojos abiertos de par en par.

—La última vez que bebimos juntos casi tuvimos un trío—dice algo incómodo y me atraganté con mi propia saliva—. Fue un desastre.

Su expresión hizo que me riera luego de recuperarme de la tos. No pude evitar imaginarme a Conner y a Richard en una situación cómo esa. ¿Qué hubiera pasado si... se confundían de hueco? Suelto una risita nerviosa mientras desvío la mirada algo acalorada. ¡Dios, Annelisse! ¿Por qué pienso estas cosas?

La misma camarera morena, coloca dos platos en frente de nosotros. La pasta se ve deliciosa y con solo verla hace que mi boca se vuelva agua. Más vino es servido en nuestras copas y doy un sorbo deleitándome del fabuloso sabor. Observo como la chica por encima de su flequillo le hace ojitos a Conner y no puedo evitar el revoltijo incomodo que se forma en mi estómago.

Aunque no debería sentirme así, ya que Conner mantiene su visita fija en mí viéndome con una sonrisa. La camarera se retira y puedo sentir como el peso en mis hombros disminuye.

—¡Dios! Esto está delicioso—exclamo cuando ya he llevado el primer bocado a mi boca—. Quiero venir más seguido a probar esta pasta.

—Te lo dije—atisba guiñándome un ojo—. Cuéntame algo de tu infancia.

—¿Qué quieres que te cuente? Mi infancia fue normal.

—Tu momento más feliz.

Sonrío al recordar un momento de los más felices.

—Mi papá me regaló una bicicleta cuando tenía once—empiezo—, había querido una bicicleta desde que tenía siete, pero lamentablemente nosotros no teníamos tantos recursos en esos momentos y por eso,nunca les pedía nada. Vivíamos en un cuchitril y mis padres ganaban poco, hasta que el día de mi cumpleaños mágicamente apareció una bicicleta azul en la pequeña sala. Fue el mejor día para mí y para mi hermana.

Trago el nudo que se ha formado en mi garganta. Recordar aquellos tiempos en los que pasábamos días sin comer, sin una cama, o con equis cosa, me mata. Fueron días, meses y años difíciles salir de aquel lugar para vivir mejor con trabajos excelentes. Mis padres habían conseguido con esfuerzo un trabajo mejor y logramos dejar Texas para venir a Nueva Orleans. Y debo admitir que fue un gran cambio, nos sirvió de mucho.

Conner se quedó mirándome con adoración. Eso es lo que veía en sus ojos y no entendía el porqué. Miré su plato y al igual que el mío no había nada, nos habíamos comido la cena de golpe. Debía admitir que esa pasta estaba muy deliciosa y quería más, aún había espacio para otros dos platos más.

—¿Era montañera o una BMX?  

—De montaña—respondo, y le doy un sorbo a la copa, debía calmarme o terminaría embriagada, pero estaba muy delicioso la verdad—. ¿Y tú? ¿Cuál es tu momento más feliz?

—No lo sé.

Frunzo el ceño mirándolo despectiva.

—¿Cómo que no sabes? —inquiero apoyando mis codos en la mesa para entrelazar mis manos.

Conner me observa el escote y me sonrojo. Muerde su labio sin ningún disimulo y yo entro en calor. Sus ojos lapislázuli brillan demasiado y me encanta. Encontrarme con aquellos ojos color mar hace que miles de emociones se junten y exploten. Estar cerca de Conner me ponía nerviosa, feliz y un poco tonta. Cada vez que me decía algo lindo explotaba de felicidad por dentro y sabía lo que era. Mayormente no suelo privarme de estos tipos de sentimientos pero, estábamos hablando de O'Conner Hilerson uno de los magnates más adinerado de Nueva Orleans.

Secretaria del sexo©Where stories live. Discover now