Capítulo 30

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—Realmente me parece una buena idea cariño—me dice Conner, acostándose en la cama—. ¿No quieres conocer París?

—Sí, pero contigo.

—Iremos después de Luna de miel. ¿Te parece?

Mi corazón late fuerte.

—Sería maravilloso Conner—beso la comisura de sus labios—. Buenas noches.

—Buenas noches cariño.

——————

—¡Es increíble! —exclama Abril en cuánto le digo que acepto ir a Francia.

—Bueno, sí, supongo—encojo un hombro—. ¿Para cuándo?

—Para entre dos semanas como mínimo—responde Carolina sentándose a mi lado—, ¿cómo estás?

—Perfectamente, ¿y tú?

—Todo bien, ya sabes—encoge sus hombros.

Las tres nos quedamos en silencio, mirándonos la una a la otra sin saber nada qué decir.

—¿Todo bien con Benjamín?—preguntamos al unísono Abril y yo y reímos entre dientes.

Carolina se remueve incómoda a mi lado.

—Quiere tener bebés.

Abro los ojos de la sorpresa.

—¿Así tan rápido?—exclama Abril.

—Sí... y pues no estoy lista. ¡Apenas seré tía! ¡Y de mellizos! ¡¿Y ya quiere hijos?! ¡Está loco!

Me río.

—Loco y todo, pero los quiero contigo—le digo.

Caro me lanza una mirada fulminante.

Luego de pasar un buen rato todas, regresé a mi casa. La había pasado muy bien con las chicas, estuvimos hablando de los diseños de la boda y sobre sus vestidos de damas del honor. Habíamos decidido por un color crema y que tenga manga larga y escote de corazón. Estuvieron de acuerdo y marcamos la fecha para salir en busca del vestido. Sería este jueves y estábamos a lunes.

Me quité las sandalias y sentí alivio de inmediato. Los pies los tenía completamente hinchados y me pedían descanso. Caminé hasta la cocina y tomé un vaso para servirme agua fría. Saqué de la nevera  también dos pedazos de pizza y las puse a calentar en el microondas, tenía hambre.

—Hola.

Pegué un grito del susto.

—¡¿ESTÁS LOCO ACASO?!—le grito y lo fulmino con la mirada.

Él simplemente lo que hace es reírse. Se ccarcajea tan fuerte que su risa resuena en toda la casa, hace eco. Se ve tan alegre y feliz riEndo que me es imposible molestarme con él, a pesar de que quiera matarme siempre de un susto.

—Debiste haber visto tu cara—señala y sigue riendo—, Dios. Estás bellísima.

Me sonrojo.

—¿Sabes que quedará bellísimo en ti?

—¿Qué? —responde con un poco de temor y sonrío malévola.

Secretaria del sexo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora