Capítulo 29 🎻

5.7K 186 49
                                    

  Caminé dos cuadras y le escribí a Aitana.

  ¿Dónde estás?

  Saliendo de la facu, me contestó al toque.

  ¿Nos vemos en casa?, le pregunté.

  ¿Pasó algo? , me escribió rápido.

  No. Y sí.

  Nos vemos.

  Guardé el celular. Jamás le escribía para verla. Para decirle algo gracioso pero no para vernos, nos vemos cuando nos vemos. Y no es que hablemos tanto, ni si quiera es necesario. Nos entendemos, nos acompañamos cada vez más. Muchísimo más que antes. Y nos peleamos. Pero poco. Muy de vez en cuando. Por ahí alguna contestación fuerte. Nos miramos y nos damos cuenta al toque. Y al rato viene a mi cuarto, me abraza y me dice: "Hermana, te amo, soy jodida, pero sabés que te amo". Se siente bien cuando me dice "te amo". Yo también la amo. Pero me cuesta decírselo. Creo que no se lo diga nunca. Le mando un "yo también".

  Llegamos en simultáneo. Ella estacionó el auto delante de casa. Abrí la puerta, la esperé y entramos juntas. Me saqué la corbata, le abrí a Minerva que nos miraba exactamente desde el patio, me pegó un salto que casi me tumba.

  Aitana abrió la heladera. Su pelo por los hombros, tan lacio, más rubio que pelirroja. Una bomba. Siempre le pongo el emoticón de bomba.

  —¿Qué comemos?—me preguntó.

  —Yo me comería una hamburguesa—le dije. Y era verdad.

  —Me hubieras dicho y pasaba por algún lugar y traía, no nos vamos a poner a hacer ahora, ¿no?—me miró por encima de la puerta de la heladera, medio cuerpo adentro, medio cuerpo afuera.

  —¿Cuánto nos puede llevar?—le pregunté.

  —No es eso, mamá nos va a decir de todo por el olor—me dijo.

  Nos miramos las dos y nos reímos al toque.

  —Listo, salen hamburguesas—decidió.

  Las bajó del freezer mientras yo me iba a cambiar y cuando volví estaba todo encaminado. Usamos pan lactal porque pan de hamburguesas no había, bah usé, porque Aitana las come al plato para no comer tanta harina. Para mí al plato es como comer helado de agua. Tampoco me iba a poner a hacer papas fritas pero por lo menos una buena hamburguesa con lechuga, tomate y huevo. Ella se la preparó con un tomate partido al medio con orégano y oliva.

  La otra vez Aitana me dijo que podría empezar a comer más variado, que tratara de incorporar frutas y verduras a lo que como habitualmente, que no me lo decía para que bajara de peso sino para que mi alimentación fuera un poco más saludable. No me lo dijo mal, como me suele hablar mamá. Yo sé. Lo sé. A veces me digo "bueno, el lunes empiezo a estar más atenta a estas cosas", y cuando llega el momento me digo "un día más". Como con otras cosas, lo voy postergando.

  Mientras yo servía, puso música y nos sentamos una enfrente de la otra en la barra. Y comimos. Aitana cantó un poco mientras dejaba los cubiertos en el plato, cerró los ojos y movió su cabeza siguiendo el ritmo. Yo llego a hacer eso y parece que tengo un espamo o algo así, ella parecía la protagonista de una publicidad de chocolate, de perfume, de felicidad. Y somos hermanas, así de distintas.

  —¿Y qué pasó?—me dijo cuando vio que yo ya había terminado—, ¿qué es lo que no pasó y lo que sí pasó?

  Pensé por un segundo por dónde empezar.

  Y le conté todo lo de León. Sus ojos. Una naba. Me hacía caras mientras le contaba. La amenacé con dejar de hablar porque no me podía concentrar, se calmaba un poco y volvía hacer cosas.

  Y le conté que Simón apareció otra vez.

  —Simple, nena, te comés a León y te comés a Simón.

  Revoleé los ojos.

  —Y sí—me dijo riéndose—, a Simón lo querés, y a León le querés dar, simple.

  —Tan simple no me parece.

  Aparte ni siquiera sé si es tan así.

  —Porque te enroscás mucho, disfrutó un poco más.

  Y me revienta que me digan lo que piensan que tengo que hacer. M E R E V I E N T A. Aitana, mamá o quién sea. Como si yo no supiera qué tengo-quiero-puedo hacer.

  Y no se lo iba a decir, pero no era una opción que no hubiera pensado. Y síííííí. Pero pensado solamente, así en la más remota de las fantasías remotas.

  Pero ni siquiera era eso de lo que quería hablar, solo contarle.

  —Es obvio que vos, que te creés siempre la invisible, estás siendo bastante visible para Simón, siempre fuiste, pero para León también.

  Para mí que León quiere ser mi amigo. Nada más. Pero ni se lo dije.

  —¿Y qué más?—me preguntó después de un silencio.

  —No me digas nada, pero lo de papá.

  —¿Lo de papá qué?

  —Qué yo sí quiero leer la carta—le respondí casi a punto de llorar.

  —Y leela, que yo no la lea no quiere decir nada. No me interesa nada lo que quiera decir ese tipo. Sabés lo que pienso, a vos no tiene por qué pasarte lo mismo. Leela—terminó de una y frunció los labios como los frunzo yo.

  —Pero no puedo— le dije. Levanté los ojos al techo mientras sentía que se me iban a empezar a caer las lágrimas—, no puedo porque siento que me voy a romper en mil pedazos. Acá siento que no puedo, que se va a llenar la casa de la emoción que me da leerla y después la casa siempre va a parecer ese momento, y hoy lo intenté, me metí en el salón de actos pero no pude pasar de la primer frase y para colmo terminé en dirección, me sancionaron y no me puede importar menos—me terminé de quebrar.

  Aitana se paró, rodeó la barra desayunadora y me abrazó. Me revolvió el pelo.

  —Ay, mi pequeña Adele—me dijo.

  Y me hizo reír. Siempre me hace reír cuando me dice "Adele". Solamente con mucha imaginación, vista con un amor de hermana, puedo parecerme a Adele.

  —Vamos a leer esa carta hoy mismo, vamos a ir a un lugar en medio de la nada, no sé, al parque, al medio del campo y vamos a leer la carta. La leés sola, la leo con vos, la leo para vos—me miró a los ojos, que es casi como mirarme en el espejo, porque las dos tenemos ojos muy iguales—, y lo que sea que diga lo vamos a enfrentar juntas.

  "Juntas" fue hermoso.

  Me quedé muda, me emocionó que me dijera lo mismo que me había dicho Simón. Me saqué las lágrimas.

  —Dale, dale, nos vamos ya. Agarrá la carta. Que no se nos venga a perder esa carta de mierda justo ahora. Una carta, explicame, ¿se quedó en los ochenta? ¿No podía escribir un mail?—siguió mientras subía las escaleras y bajaba un abrigo—, un mensaje, un tuit, si al final lo único que tenía que decir es "perdón", ¡nada más!, no es tan difícil, pero una carta tenía que escribir—se acerco a mí—,y vos llorá, haces bien, porque cuando se te pase la conmoción por esto, vamos a charlar un ratito de todo lo que me estuviste usando estos días, ¿sombrero te ponés ahora? Mirá vos—sonrió.

  Y sonreí. Decía todo para que yo me riera. Y lo había logrado.

  Dejamos los platos sucios. Se me ocurrió decir algo de lavarlo y me cortó en seco. "Hay momentos y momentos", me dijo. Y ese parecía ser un momento en que no se lavaban platos.

  Subimos al auto y cruzamos la ciudad con la carta sobre la guantera.

Intermitente RafaelaWhere stories live. Discover now