Capítulo 44 🎻

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  A veces, cuando estás hecha mierda, en vez de preservarte buscás tocar fondo. Es así. Te sentís mal y hacés algo que sabés que te puede llevar a sentirte mucho peor. Lo sabés y no lo podés evitar o no querés. Para qué. Como me pasa muchas veces con la comida.

  Anoche no me pude dormir. Es mentira que no pude. Me quedé mirando a Simón. Su espalda, viendo cómo fumaba cada uno de los diez cigarillos que encendió. Pensé en bajar quinientas veces, a lo mejor cinco mil. Pero no bajé. Fui al baño, volví, me puse el pijama y me quedé sentada en el escritorio abrazada a mis piernas, sintiéndome pésimo. Había besado a León y me quedaba dos horas mirando a Simón, sin bajar. Toda una noche.

  A Simón lo quiero. Es tan simple.

  ¿Debería? No

  Simón me gusta.

  ¿Debería? Obvio que no.

  A Simón lo extraño. A veces. ¿Qué extraño teniendo en cuenta que estuvimos cerca cinco minutos una vez hace mucho? Es más simple aún. Extraño que esté en mi vida. Y no debería.

  Pero me pasa.

  Cuando Aitana me dijo de salir a conocer a Lucas, le dije que sí con una sonrisa. Porque es lo que yo quería. Me vestí lo mejor que pude. Camisa. Jean. Zapatillas. El tapada. Nos encontramos en la heladería. Debíamos ser los únicos que habíamos entrado en todo el día. Un poco nerviosa estaba. Lucas es el único chico logró que mi hermana saliera con él un tiempo. Aitana es esquiva para las permanencias. Como yo. O son las permanencias las que nos son esquivas a nosotras. No sé.

  Y ahí estaba esperándonos. Si yo me había imaginado algo posible en mi cabeza, Lucas es todo lo opuesto. Sonrió al vernos. Pero creo que más que nada al verla. Tiene la sonrisa más grande que Aitana. Se paró, no es muy alto, puede que sea más bajo que ella, y le dio un beso en la boca. Así de una. Me encantaron juntos. La energía entre ellos. Algo que trasciende. Pablo y Rosario. De esas parejas que sabés que pasa algo de verdad. Y la historia es buenísima. Me la fueron contando entre los dos mientras se pisaban al hablar y se rían carcajadas. Lucas ama a Aitana. Se nota. Lo sé. No sé si ella lo sabe. Pero yo ahí lo supe. Se conocieron porque él trabaja en la universidad. Aitana se quedó hasta tarde para rendir un examen. Rivera, R, siempre cerca del final. Su amiga se había tenido que ir antes y estaba ella sola. Fue al baño y se quedó encerrada. Para colmo, no tenía señal en el celular. De esos momentos que parece que se da todo para que algo sea. Hasta que pasó Lucas, que estaba limpiando, escuchó que golpeaba, no pudo abrir ni tirar la puerta abajo pero esperó a que viniera el cerrajero que llamaron desde administración mientras charlaban a través de la puerta. Aitana acotó que se rio tanto como no se había reído en mucho tiempo. Que al principio fue todo formal. Ninguno de los dos sabía quién estaba del otro lado. Aitana se imaginó que él era un señor grande, pelado, que tenía una voz que no era acorde a su edad. Lucas pensó que ella era una chica muy creída, por cómo hablaba, y se fue dando cuenta de que nada que ver. Los me dijeron que fue increíble cuando el cerrajero abrió la puerta, porque se pudieron ver y los dos pudieron. Pero dijo Aitana, aunque él la miraba y negaba con la cabeza, que al principio él no le dio ni bola. Que le costó que la invitara a salir.

  Tomamos un helado y caminamos un rato. Ellos de la mano. Rarísimo ver a Aitana de la mano con alguien. Entendí perfecto por qué Aitana no lo había llevado a casa. Mamá. Lucas está terminando el secundario, se atrasó por trabajar. Y su idea es seguir estudiando, lo dijo como al pasar. Pero los prejuicios de mamá son inmensos. Leonardo y Lucas en una misma cena iba a ser raro. Por Leonardo. La cantidad de pelotudeces que podría opinar de Lucas. Y el tema no era él. Porque a él lo había elegido mamá. Nunca entendí cómo ella pudo haberse casado con un profesor de violín, con los prejuicios que tiene en su cabeza. Se debió haber enamorado hasta las manos.
  Me despedí de los chicos en la avenida cerca de la universidad. Pasé por la vereda de enfrente para ver si estaba León en el playón. Creo que lo vi de lejos. Pero tal vez fueron las ganas. Y volví caminando lento.

  Domingo, el cielo celeste desteñido, las nubes rosas chicle, deshilvanadas, el frío polar. Me hundí en mi tapado rojo. Y me acordé de papá. O vi la plaza y entonces me acordé de él. Solo había dos opciones de amigos que pudieran albergarlo. Uno vivía en un barrio fuera de la ciudad y otro, frente a esa plaza. Me senté en uno de los bancos y al rato me di cuenta que lo estaba esperando. Miraba alternadamente el cielo, los niños en las hamacas, mi tapado, mis manos, la tierra pelada debajo del banco. Con la punta de la zapatilla hice unos dibujos. Esperé.

  Anochecía cuando volví a mí. Y me paré. Sentía el cuerpo entumecido como si hubiera estado esperando diez años. Sonreí amarga. Buenos, más o menos. Me acerqué a la vereda frente a la casa del amigo de papá. Y me quedé parada entre dos árboles inmensos. Anclada. Como si me hubiera martillado al suelo. No pasó mucho tiempo hasta que vi que la puerta se abría. Salió una mujer joven, con pelo largo. Y atrás, salió papá. Era papá. Ese tenía que ser papá. Alto, delgado, su pelo no muy corto. Tiene barba. Ahora papá tiene barba. Me quedé quieta porque no me podía mover y también porque sabía que así era invisible. Ser invisible no es muy necesario porque hace años que él no quiere verme. No había forma en el mundo de que fuera a reconocerme. Sí. Tal vez si me tenía al lado, mirándolo a los ojos, viera en mí a su hija menor. Pero así calle de por medio, yo entre los árboles, anocheciendo, era imposible. Aunque tenía mi tapado rojo que era como decir: "Ey, mirame, ¿me ves? Soy yo".

  Pero no.

  "Papá", pensé y tal vez hubiera querido decirlo. Pero lo estaba escuchando.

  "Papá", repitió una voz que no era la mía, y vi aparecer detrás de ellos a una niña con flequillo y pelo largo. Él la alzó y la sentó sobre sus hombros.

  "Papá", pensaba yo, sentía yo, pero ella fue la que lo dijo.

  Es mi papá pero también es el tuyo.

  Tengo una hermana. Tenemos una hermana. Aitana todavía no sabe nada. No puedo ni decirlo en voz alta.

  Es chiquita. Tendrá unos cuatro.

  Mi papá es de otra. Ella es su hija menor.

  Di un paso hacía atrás. Giré y volví a casa por inercia. Lo único que quería era hundirme en medio de la noche.

Mi disculpas por tardar tanto en actualizar. La facultad me consumió, mucho estrés por problemas personales y todo lo relacionado a Internet me generaba rechazo (??) pero weno, terminé de cursar pero estoy preparando finales así que también vengo un poco complicada u.u
Voy a actualizar lo más que pueda, gracias por la paciencia y los comentarios lindos 💛💛

Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora