Capítulo 51 🎻

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  Me crucé con Aitana saliendo de casa. Atardecía. Me dio un beso rápido e iba a pasar de largo cuando la agarré de la mano. Fue algo extremadamente estúpido.

  -¿Qué? -me miró intrigada.

  -Me parece que hay algo que quiero decirte pero que vos no querés saber -es imposible que decir algo así no sea estúpido.

  Aitana me congeló con la mirada, me soltó la mano y me dijo:

  -No lo quiero saber, vos misma me lo estás diciendo.

  Hizo una pausa y agregó:

  -Rafaela si es de tu padre, no hay nada que yo quiera saber.

  -Pero esto es distinto -insistí dudando.

  -No hay distinto, no hay igual, si es de él, no quiero saber. Puedo no querer, ¿no? -me dijo irónica y se fue.

  Busqué la bicicleta en el garaje. Subí y pedaleé hasta la florería de los abuelos. Tenía razón Aitana, podía no querer saber. Pero no sé si se imaginaba qué era lo que yo quería contarle.

  Frío. Gris. Como a punto de llover. Esas lluvias finitas. Me pregunté si nevaría. Nunca vi nieve y me muero de ganas. Dicen que la nieve cuando cae opaca todos los sonidos y el silencio es inmenso. Algo que opaque los sonidos y lo que siento.

  Pedaleé con ganas. Llegué a la avenida de la florería, subí con la bici a la vereda, me bajé y empecé a atarla a la columna de la luz cuando la vi salir del local de los abuelos. Al principio no me di cuenta, no uní los puntos hasta que giró. La hija de papá, parada en medio de la vereda con un vestido rojo y un conejo blanco de trapo entre sus buzos.

  Mi hermanita me miró.

  Yo, inmóvil, no podía dejar de mirarla. Y no lo pensé, me salió. Levanté la mano derecha e hice un movimiento para saludarla.

  Ella me miró intrigada, como diciendo "no te conozco". Y ahí caí en que sola no debía estar. Adentro, con los abuelos, tenía que estar papá. Y yo no quería verlo antes de estar preparada si es que alguna vez estás preparada para ver a tu papá que desapareció como hace doce años.

  Giré, desaté la bici, me subí. El corazón me latía como una manada de rinocerontes atravesando la tierra. Bajé a la avenida con la bici y empecé a pedalear. No quise ni mirar adentro de la florería.

  Pero llegando a la esquina no me pude contener y giré la cabeza. Mi hermanita me seguía con la mirada y había levantado la su mano para devolverme el saludo.

  Y mientras pedaleaba a casa se me empezaron a caer las lágrimas. ¿Qué onda los abuelos? El abuelo no lo puede ni ver a Manuel. Obvio que no dice nada. Es políticamente correcto pero es evidente. La abuela es distinto. Pensar que Manuel estaba en la florería con ellos y que por eso yo no había podido entrar me violentaba tanto que tuve que contenerme para no volver y decirle de todo a él y a ellos. ¿Qué hacían con Manuel? Los estaba envolviendo a todos. La bronca que me daba. Mamá parecía otra, decía "papá". Los abuelos lo recibían. Me indignaba. Y a esta altura era obvio que todos sabían de la hija nueva. Menos nosotras. Bueno, yo sabía pero nadie sabía que yo sabía. La única que no tenía la menor idea era Aitana. Eso me indignaba peor que nada, "ey, hablá primero con tus hijas que andás congraciándote con todo el mundo". Bueno, la realidad era que estaba tratando de hablar con nosotras. Pero igual. Los había envuelto a todos y casi hasta a mí. Había estado a punto de decidir verlo. Una vez que necesitaba hablar con alguien y decía "bueno, hablo con los abuelos", ellos con él. Parecía joda. Y lo increíble es que anda desfilando por la ciudad con su hija haciéndose el padre ejemplar. Es, qué sé yo, ni se me ocurre una palabra.

  Llegué a casa, tiré la bici en el garaje. Se cayó contra unos tarros de pintura, mamá no iba a poder entrar el auto y me iba a decir de todo. Pero no me importó nada. La dejé tirada.

  Subí la escalera de dos en dos. Entré en mi cuarto y cerré de un portazo. No alcancé a caminar a la cama, cuando Aitana abrió la puerta de una.

  -¿Qué pasa?

  Giré mientras seguía llorando.

  -¿Qué?, hablá -ella parada en medio del marco de la puerta mirándome inquieta-, ¿qué pasa?

  Yo dudaba. ¿Le contaba o no? No podía ser la única en no saber. O enterarse como me había enterado yo.

  -Rafaela, ¿qué pasa?, me estás preocupando.

  -Tenemos una hermana -tiré la bomba.

  Su cara, demudada, pálida. Pero se repuso rápido.

  -¿Y? -levantó una ceja.

  -Y... que papá tiene otra hija.

  -Sí, te entendí, era una probabilidad esa, o que estuviera muerto -Aitana versión hielo 2.0.

  -Está vivo, con la hija, en la florería de los abuelos. O sea todos saben menos nosotras.

  Silencio. Aitana muda.

  -¿Qué querés, Rafaela? -me dijo cuando pude hablar-, siempre se manejó como el culo ese tipo -hizo una pausa-. ¿Y vos por qué parte de todo esto llorás? -me lo preguntó pero era como si me estuviera retando.

  -¡Qué sé yo! -le grité, y sí, era una pregunta de mierda.

Y de repente era todo tan dramático. Aitana me miró y se mordió el labio inferior, exactamente igual a como hago yo, y se rio.

  -¿De qué te reís? -le pregunté entre mocos y lágrimas. Sí, era un asco-, "¿por qué parte de todo llorás?" es la peor pregunta del mundo -le dije empezando a reírme yo también.

  -Soy una yarará -me dijo.

  -Sí, la reina.

  Se acercó y me dio un abrazo. Tenía los ojos húmedos. Por ahí era la risa, pero tal vez todo, por ahí ella también hubiera llorado si se aflojaba.

  -Pobre nena con ese padre -me dijo al oído.

  Me separé de ella y la miré.

  -¿Y nosotras?

  -Nosotras estamos juntas, naba.

Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora