Capítulo 33 🎻

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  Todo llega. Y llegó.

  Recreo. Estaba sola en el baño del piso de mi curso encerrada en uno de los cubículos. Escuché cómo se abría la puerta y entraban voces de chicas. Las imaginé paradas delante del espejo subiéndose la pollera del uniforme, acomodándose el pelo. Hablaban de alguien del otro quinto. Debían ser del curso de Simón o del otro. Una entró al cubículo contiguo al mío, y aunque yo había terminado decidí esperar para irme porque no quería cruzármelas. Ya debía estar por sonar el timbre para volver a clase. La que estaba al lado salió, y escuché claramente que decía:

  —¿Se enteraron lo de ayer?

  Silencio.

  —¿Qué de ayer?—preguntó otra.

  La que había enpezado a hablar hizo una pausa.

  —Lo de Simón y lo de León—lo lanzó como una bomba y luego continuó—, que se agarraron a las piñas por Rafaela Rivera—pronunció mi nombre como si martillara cada letra.

  —Jodeme—dijo otra voz.

  —No te jodo, no se jode con eso.

  Mi cara adentro del cubículo. Conmigo más le valía que no jodiera.

  —Para empezar nadie puede entender qué le vio Simón a Rafaela que terminó estando con ella el año pasado—siguió la que había hablado primero, a la única que podía reconocerle la voz. Destilaba veneno.

  —¿Estando cómo?, ¿pasó algo entre ellos?, ¿es cierto?—preguntó una de las que había hablado.

  —Sí, obvio, pasó todo.

  Parada adentro del baño tuve que hacer un esfuerzo para no reírme; bueno, si eso era todo, tristísimo, unos besos y gracias.

  —Ponele que Simón esté quemado, porque si no no se entiende, pero León, ustedes vieron lo que es León, explicámelo—siguió la Señorita Veneno.

  Y como las otras se quedaron calladas, la Chica Veneno continuó.

  —O sea que estamos hablando de pelearse por ella, no entiendo qué le ven, es obesa para empezar...

  Y sí, todo llega.

  No lo pensé. Abrí la puerta del cubículo de una, con toda la fuerza de lo que me había contenido por años, no pensé en nada y salí.

  Y me reí. Sí, me reí.

  Las caras de las tres, porque eran tres. La Veneno, pasmada.

  —¿Nos estabas espiando?—me preguntó. Y además era estúpida, porque ellas habían entrado al baño después que yo y yo las estaba espiando. Sí, sí.

  —¿Sabés lo que me ven? ¿Vos sabés lo que me ven?—le grité, mientras me acercaba su cara—, me ven todo lo que a vos no te ven, porque a vos te están buscando el cerebro y el corazón y nada, sabés, no encuentran nada.

  Veneno me miró, levantó las cejas, miró a las otras y dijo:

  —Ah, mirá, habla.

  "Habla", dijo.

  Era para romperle la cara a trompadas. Mínimo.

  —Y siente—dijo la voz de Rosario desde la puerta. Acaba de entrar y la cosa se emparejó de repente—, y si te vuelvo a escuchar hablarle o hablar de mi amiga, no sabés lo mal que la vas a pasar.

  Rosario parada atrás y yo en medio de las tres. Éramos la Mafia. Somos.

  —¿Vos me estás amenazando a mí?—Veneno se acercó demasiado a Rosario.

  Sonó el timbre. Ellas empezaron a gritar como locas. Pensé que se iban a matar y no iba a poder hacer mucho. Pero antes llegó el preceptor de primero, que tiene un gps directo a mí, y estampó la puerta del baño contra un cubículo.

  —Señoritas, ¿qué es este griterío?

  Ellas trataron de explicarle lo que había pasado, hablando una encima de la otra.

  —De a una, por favor, que no se entiende nada—les pidió él y ahí me vio a mí—. Ah, Rivera, asistencia perfecta en dirección esta semana. Bravo.

  Escuché a Veneno decir algo de la amenaza de Rosario, a Rosario decir algo del bullying a mí. A Veneno decir algo de que no sabía que yo las estaba espiando, que no me lo decía a mí. Y dale con eso. Pero él desestimó todo y nos mandó a las cinco a dirección. Nos acompañó para que no siguiéramos discutiendo. Bajamos la escalera, las cinco en fila, ante la mirada curiosa de los que podía. asomarse a las ventanas para ver qué estaba pasando, y entramos al pasillo de dirección. Mi segundo día consecutivo.

  Esperamos paradas contra la pared en silencio. Y entramos las cinco a hablar con el director. La cara cuando me vio. Tuvo la cortesía de no decir nada. Esperó a que ordenadamente le contáramos qué había pasado. Lo que se complicó bastante. Es increíble como puede cambiar la historia según la mirada con la que la recibas.

  Yo no pensaba repetir qué había dicho Veneno, pero dije que estaba harta, así literal, de que me juzguen por mi peso y asumieran que era una cosa, un objeto, del que se podían burlar constantemente. Noté que Rosario me empezó a mirar a medida que hablaba como si recién me estuviera viendo. El director nos escuchó a todas. Y decidió que vamos a trabajar sobre discriminación en un proyecto las cinco juntas. Peor que encuentros con la psicopedagoga. Me acababa de arruinar la vida en dos días. El proyecto lo tenemos que presentar antes de fin de año para todo el colegio. La cara de Veneno. Si le daban la oportunidad se moría ahí mismo. Quiso protestar. Argumentó un par de imbecilidades. Que su padre. Que los tiempos con el estudio, el viaje de egresados, la universidad.

  —No me puede importar menos—le dijo.

  Objeciones no hay lugar. Y nos despachó.

  Las otras salieron primero, caminando rápido, como para no mezclarse con nosotras.

  Y mientras Rosario sostenía la puerta para que yo pasara, me dijo:

  —Te defendiste.

  La miré y sonreí.

  —Sí, hablo.

Intermitente RafaelaWhere stories live. Discover now