Capítulo 50 🎻

2.1K 89 2
                                    

Y todo muy lindo. Mil besos con León. Una declaración de amor de Simón. Me encantaría saber cuánto se me declararía si no existiera León. Nada. Naranja. Me haría ese movimiento de cabeza para saludarme que me hizo un año entero. Todo muy lindo.

  Pero cuando el rumor de todo se aquieta: tengo una hermanita. Tenemos. Y todavía no le dije nada a Aitana. No sé que hacer. Porque ella no quiere saber. Entonces ir y suministrarle información cuando su voluntad es no saber, es violento. Y a la vez, ¿no cambia todo saber que hay una hermanita? Papá como que pasó a segundo plano. No dejo de pensar, ¿y si yo fuera la hermanita y tuviera dos hermanas que no me quieren ni conocer? Aitana no me había registrado mucho quince años de mi vida, en muchos momentos fuimos como rectas paralelas, pero es casi todo en mi vida. No me puedo imaginar que ella no esté. Siento que esa nena nos tendría que tener. Aunque nunca vivamos juntas y la relación no pueda parecerse a la que tenemos con Aitana. No tiene por qué parecerse. Y lo pone a Manuel en segundo plano porque él me genera mil emociones encontradas. Y la nena no. Esa sensación nítida de que a la hermanita hay que preservala, que a los chicos hay que preservarlos de toda la mierda que les acontece a los grandes. A mí no me preservaron mucho. Pero yo, que estoy a medio camino entre grande y chica, no dejo de pensar en lo que yo no tuve, lo tenga ella. Y si en algún momento pensaba en querer escuchar a Manuel, hoy cero. Porque en qué cabeza entra desentenderte de tu familia y armar otra. Flaco, a ver, tuviste dos hijas, primero ocupate de esas, qué andás teniendo hijas por otro lado. O sea, es imposible que sea buen papá de ella si es este papá para nosotras. Es raro. Porque por más que intento con mucha imaginación encontrar la excusa que me haría olvidar esta ausencia y correr a sus brazos a refugiarme como una niña, no la encuentro. Pongamos que sea como la película de Matt Damon y se quedó varado en Marte sin poder comunicarse doce años. Pero no, no sería el caso. Expedición en África, perdida de la memoria, no, no. Cualquiera que sea su historia no tiene justificación. Puedo escucharlo pero sé que no va haber justificación que me impida sentir todo lo que siento, esta profunda decepción de saber que es nuestro papá y nos abandonó. Tendría que encontrarme con él sabiendo esto y a partir de ahí, escucharlo. Y tratar de construir un vínculo con lo que hay. Y a la vez cómo me gustaría que ninguno de los dos fuera siempre eso, él, el papá que se fue, y yo, la hija que dejó. Sostener esa estructura toda la vida es como mantener la herida abierta.

  Podría escucharlo una vez y no volverlo a ver.

  Y Aitana debería saber. Mamá seguro conoce la historia entera. Y está esperando a que nosotras veamos qué onda. Pero con ella no puedo hablar de Aitana,  ni de papá, ni de nada. Con ella no puedo ni quiero hablar. Porque me va a decir lo que debería hacer. Que probablemente sea verlo. "Es tu padre", me la imagino diciendo, cuando tanto tiempo despotricó contra él. Ahora está más civilizada, pero en una época era capaz de decir cualquier cosa delante nuestro y los abuelos tenían que calmarla. Si estaban.

  Los abuelos. Con ellos puedo hablar.

  Verlo no significa quererlo. Verlo no significa sentirlo mí papá. Ni sentirme su hija.

  Pero verlo me parece más real. Si no es como prolongar la ausencia y alimentar el qué será, cómo será, será que sí. Verlo es cortar la fantasía.

  Sí, verlo es real.

Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora