Capítulo 42 🎻

5K 177 61
                                    

  Y bailamos hasta que alguien se cayó a la pileta, varios en cadena, y a los que no, los tiraron. Me quedé medio escondida con las chicas atrás de unos arbustos, lo que no impidió que viera cómo el grupo de amigos de León lo hacían volar a la pileta cuan largo es. Lo vi aparecer rompiendo la superficie del agua, sacudir el pelo a ambos lados y treparse al borde mientras pensaba "ese chico gusta de mí". Me sonreía la cara. Se tiraron un par de veces más y después se perdieron en la casa.

  —Vos, más vale que empieces a contar qué está pasando acá—me dijo Rosario cuando lo vio caer por segunda vez.

  Hasta ese instante habían sido unos "oh", "ah", cuando los veíamos volar. A algunas chicas del curso de Simón también las tiraron. Yo no pensaba dejarme caer, sobre mi cadáver iban a tener que pasar para tirarme con la túnica puesta. Y no me iba a quedar en ropa interior delante de todos los colegios y clubes de la ciudad. Lo bueno de que hubiera esa cantidad de gente era que nosotras pasábamos completamente desapercibidas.

  —¿Y?—insistió Rosario.

  Tania y Wanda acercaron sus cabezas a nosotras. La música seguía sonando fuerte.

  Levanté mis hombros y me reí.

  —No pasa nada.

  —Boeh, si eso es nada, explicame la nada de la que te venís quejando medio secundario—Rosario sin un pelo en la lengua. Así, en bruto.

  —Bueno, qué sé yo lo que pasa—le contesté.

  Y ahí me acordé. Me acerqué a las tres y les pregunté.

  —¿Y Simón?

  —¿Simón qué?—me preguntó Rosario. Hizo una pausa y siguió—Simón nada. Rafaela. Simón no existe. ¿Dónde está? Explicame, no quiero ser dura pero él no está porque no quiere estar.

  Cruda era. Y real.

  Las chicas asentían con la cabeza. Wanda hasta se había cruzado de brazos indignada.

  —Dale una oportunidad a León, a vos, de conocer a alguien más—dijo.

  —La seguimos mañana igual porque acá León te está viniendo a buscar—me dijo Rosario mientras miraba lejos detrás mío.

  Giré para verlo llegar a nosotras. El pelo mojado, una remera azul y unas bermudas malísimas. Descalzo.

  Saludó a todas con una cara y me dijo:

  —No pongas esa cara, era lo único seco que quedaba para ponerme.

  Sonreí negando con la cabeza porque de repente ¿teníamos códigos?, ¿sabía lo que pensaba sin que yo hablara?

  —¿Nos vamos?—me preguntó. Como si fuera obvio, evidente, que esa noche de esa fiesta me iba con él.

  Miré a Rosario, no sé si como diciendo "me voy" o "rescatame". Pero ella solo sonrió como diciéndome "curtite, amiga".

  Por un momento pensé "le digo que tengo que volver con Rosario", pero no encontraba por qué razón tendría que volver con ella, algo que fuera lógico y verosímil. Y lo bueno de León es que no me da mucho tiempo para pensar.

  Saludé a chicas, él me apoyó la mano en el hombro mientras empezábamos a caminar entre todo el mundo. Y León que hace cinco minutos que llegó a la ciudad se despidió de más gente que yo. Rogué que no me diera la mano. No sé qué me llevó a pensar que podía darme la mano delante de todos. Pero me hubiera muerto de vergüenza. Ir de la mano se parecía bastante a ser novios y yo nunca estuve de novia. Ni en el jardín de infantes. Nunca.

  Dejamos la fiesta atrás y lo seguí hasta su auto. Sentí que se me cerraba la garganta cuando me quedé delante de la puerta del acompañante tildada.

  —Está abierto—me avisó.

  Lo miré tensa. Pánico de subir al auto con ėl. La imbecibilidad más imbécil del planeta. Habíamos ido hasta la playa el domingo anterior, habíamos estado solos en casa pero yo tenía miedo de subirme al auto. Pero todo eso era antes del beso. Había un antes y un después.

  Subí y en un momento lo miré, no podía. Me distraje con el celular, acomodándome el pelo mientras me veía en el espejo del parasol. León puso música, arrancó suave. Sentía sus ojos en mí pero no me decía nada. Miré por la ventanilla el campo iluminado, los alambrados, la luna y cada estrella del cielo. Hasta traté de acordarme de los nombres. Cualquier cosa que me evitara ese instante. Me sentía de piedra ahí sentada. Mis manos sobre las piernas. Hasta que casi llegando a la ciudad León detuvo el auto a un costado de la ruta.

  —¿Pasó algo?—me preguntó.

  Negué con la cabeza. Pero aún sin mirarlo. ¿Cómo le podía explicar todo lo que no había que explicar pero que explicaría todo?

  —Rafaela—me dijo, y apoyó su mano sobre mi rodilla.

  Miré la mano en mi rodilla como si estuviera un alien.

  Él la retiró suave, como la había puesto.

  —Está bien—dijo.

  Yo quería mirarlo pero no podía. Y sentirme tan impotente hacía que me paralizara aún más. Lo que sea que alguien como él podía esperar de una chica después de darle los besos que nos habíamos dado, yo no sabía si quería, podía, no tenía ni idea de que hacer después.

  Arrancó y manejó lento hasta casa en silencio. Yo tenía ganas de desaparecer. Quedarme inmóvil de vulnerabilidad, no saber qué hacer y no poder hacer nada. Doblamos en la esquina de casa, y algo me pareció raro. Pero no terminé de caer hasta que el auto se detuvo delante de la puerta. A un par de metros, sentado en el cordón de la vereda, Simón estaba esperando, con la cabeza apoyada entre sus brazos.

volví con estás notitas siendo pesada ahre. Quiero aclarar algo: cuando suba el último capítulo va a tener de título "capítulo final" claramente. La historia está casi en lo último, no sé cuanto exactamente pero está terminando.
Gracias por la paciencia, me estoy haciendo tiempitos para pasar capítulos 💛.

Intermitente RafaelaWhere stories live. Discover now