Capítulo 40 🎻

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  Ese momento fue todo real. Real. Tangible. Como la mano que sentí en mi cintura. Giré sobresaltada y atrás mío estaba León. Igual de real, igual de tangible.

  Me miró. Tenía puesta una remera de mangas cortas, como si las hubiera recortado, casi musculosa, blanca. Su cara seria, de frente ancha, los ojos hundidos, la nariz recta y los labios llenos.

  Y no decía nada. Me miraba. Hubo una pausa en la música y de repente sonó algo que yo no conocía, pero fue como si eyectaran a todos del suelo. Empezaron a saltar alrededor nuestro.

  Solo nosotros permanecíamos quietos, enraizados. León me seguía mirando y empezó a sonreír lentamente. Como en cámara lenta, como si se relantizara todo. Yo también. Dio un paso hasta mí, me agarró la cara con sus manos y me besó en la boca de una.

  Solo un beso.

  Me reí.

  —¿Qué haces?—le dije.

  Porque me parecía insólita la situación. Insólita e inesperada, completamente inesperada.

  —¿Te explico?—me preguntó acercando su boca a mi oído porque si no era imposible escucharnos.

  Asentí con la cabeza sin entender nada. Absolutamente nada.

  Y me volvió a besar. Sostenido.

  Y la sonrisa contenida toda la tarde me estalló en el centro de la panza. Eso y su boca. Y esos besos, intensos y suaves. Tan suaves.

  Se detuvo y me dijo al oído:

  —¿Vas entendiendo?

  Negué con la cabeza.

  —No entiendo nada—le dije—, pero no importa.

  Y me puse en puntas de pie y lo besé. Yo a él.

  Mientras nos besábamos sentía cómo todos saltaban alrededor, y después ya nada, como si el mundo se hubiera desintegrado y solo quedáramos nosotros. Su boca en la mía, su aliento, su olor, la noche toda, descalza y en puntas de pie para poder alcanzarlo.

Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora