Capítulo 49 🎻

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Hasta que lo vi.

Sentado sobre la cerca de la casa que está a unos metros de la esquina del colegio. Fumando. Miraba alternadamente la esquina, la calle y la puerta del colegio donde me despedí de las chicas.

A mitad de cuadra, Rosario me llamó con un grito:

-¿Qué haces hoy? -me preguntó, modulando exageradamente cada palabra para que pudiera entenderla.

De espaldas a Simón, levanté mis pulgares señalando para atrás y le murmuré en cámara lenta "Simón".

Rosario abrió grande los ojos y asintió con su cabeza. Me imaginé que debía estar pensando algo así como "no come ni deja comer" y eso me hizo sonreír una vez más.

Giré lo volví a ver. Me hamaco en Simón. Voy y vengo. Nadie logra ponerme más nerviosa que él. Ningún evento, ninguna situación, nada. Un año antes ni sé qué hubiera dado por volver a verlo esperándome así. No se entiende, pero todavía me emociona. Lo que en ese momento me dió bronca.

Se bajó de la cerca de un salto cuando me paré adelante. Tiró lo que quedaba de su cigarrillo a la vereda, lo apagó y me miró.

-¿Caminamos? -me preguntó.

Asentí con la cabeza y cruzamos juntos la avenida. Todo el cielo gris. Gris frío. Hundí las manos en los bolsillos del tapado después de acomodarme el gorro de lana.

Era tan raro estar caminando juntos otra vez. Todo es cotidiano en nosotros, y no. Eso, estar juntos, era lo que había extrañado hasta que dolía. Me había preguntado por meses "¿el no lo extraña?, ¿el no me extraña?". Era obvio que no. Él no lo había extrañado. No me había extrañado. Hasta que me lo dejé de preguntar. Hasta que dejó de doler. Pensé que me había dejado de importar pero ahora sé que no. Me importa. Caminaba ahí a medio metro de él, sintiendo que en ese momento estaba eligiendo estar conmigo aunque eso significara que durante un año había elegido que no.

Yo no pensaba hablar. Pero más que nada no pensaba hacérsela fácil. Que remara en dulce de leche repostero. Y si en algún lugar de su corazón sentía algo por mí y la estaba pasando mal por lo de León, que tomara de su propia medicina. Teníamos un León contra trescientas veinte rubias. Como fuera, un León.

  Así que me quedé en silencio. Y solo me preocupé de poner un pie delante del otro, saltar los cordones en las esquinas. Y sentir. Respirar hondo. A la Rafaela de hace un año le hubiera encantado ese momento. Lo hubiera amado.

  -No sé ni por dónde empezar -me dijo Simón para romper el hielo.

  Lo miré de costado. Era evidente eso, pero no dije nada. Dulce de leche repostero.

  -¿Vamos a tomar algo?, ¿caminamos? -Simon Oliveira estaba perdido.

  -Podemos tomar algo o caminar -le respondí. Sí, puedo ser mala. Muy.

  -Podemos ir a nuestra plaza también.

   Ahora era nuestra. Mirá vos.

  -Vayamos a tomar algo -le dije ignorando su "nuestra".

  Me dijo de ir al bar frente al parque. No quedaba muy lejos. Y caminamos en silencio.

  Nos pedimos un moka. Y subimos a la planta alta del local que tiene todo el frente vidriado. Es como una casa en un árbol. Es verde. Los loros. El cielo gris cemento. Encontramos dos sillones junto a la ventana, en medio de una mesa ratona.

  Nos acomodamos. Y nos miramos. No quedaba otra.

   -Te extraño todo -me dijo de una.

   Y por más entera que me sentía, me desarmó. No me lo esperaba.

Intermitente RafaelaWhere stories live. Discover now