Crudos, burdos y versátiles celos

2.3K 121 0
                                    

No hablamos sobre esa noche, no hablamos sobre lo que paso, no porque no queríamos enfrentar algo, era y ahora estoy segura de eso, porque fue tan especial, íntimo y nuestro, que no había manera de que quisiéramos expresar las palabras al aire para buscarle significado a lo que habíamos compartido en aquel momento.

Al día siguiente pude volver a mi casa, y no por eso ni por lo que pasó la noche anterior, cambiamos. Natalia seguía siendo tan importante para mí como lo era aquella noche y antes de esa, yo seguía queriendo a Natalia como sentía y sabía aquella noche y antes de esa, sin definir algo en realidad, o buscar significados o aun más.

Volver a mi casa era saludable, aunque mentiría si dijera que no extrañaba dormir en el calor reconfortante de su cama, yo sobre ella y ella con sus brazos a mi alrededor. Pero ella estaba presente, constantemente, porque salíamos a comer, porque ella venía a mi casa, porque pasábamos tiempo juntas, es lo que los amigos hacen, es lo que nosotras hacíamos.

—¿Qué haces, Albita?—Pegué un brinco al escuchar a María detrás de mí pero no deje mi tarea. Estaba en el computador revisando una carpeta de fotos que venía acumulando desde hace tiempo, estaba seleccionando las mejores fotos que tenía con Natalia, se acercaba su cumpleaños y quería darle una sorpresa.

—Estoy trabajando—le respondí.

—A sí, ¿En qué? ¿Dejaste la actuación y te pasaste a la edición?—preguntó.

—No... sobre eso ya trabaje esta mañana, ahora estoy trabajando en una sorpresa—dije.

—¿Para quién?—llegó a mi lado, sentándose y empujándome hacía mi derecha, casi hace caer la laptop.

—¡María!—regañé.

—¿A quién le haces una sorpresa, Albita? Déjame ver—dijo casi poniéndose frente al computador, me alejé para que tuviera espacio y mirase, yo solo estaba seleccionando fotos para ponerlas en la carpeta de fotos que usaría, pero estaba tomándome más trabajo del que pensé, pues quería casi todas.—¿A Natalia?—preguntó, como si no fuese obvio.

—Sip—dije, remarcando la última letra.

—¿Qué haces? Mejor regálale fotos tuyas en lencería—golpeé su cabeza con mi palma.

—¿Cómo las que te he dado a ti?—pregunté. —No seas idiota, Villar—dije mientras volvía a mi tarea.

—Mi pequeña Albita—beso mi mejillas para fastidiarme. —¿Hasta cuándo van a hacer eso?—preguntó, la miré, no sabía de qué estaba hablando así que me encogí de hombros.

Teníamos una semana de nuevo en Nueva York, para unas escenas que se debieron regrabar. Y yo hace apenas dos semanas había dejado la casa de Natalia.

Escuchamos que tocaban la puerta de mi habitación y pedí con la mirada a María para que por favor fuese a abrir, ella lo hizo refunfuñando algo sobre ser esclava, abrió y levanté la mirada de las fotos para ver a Joan.

—Chicas, vengo a invitarlas—dijo.

—¿Dónde?—preguntó María por mí.

—Fuera de la ciudad, hacía el sur, hay un sitio... un lago. ¿Quieren ir?—preguntó.

—¿Estás loco? ¡Nos congelaremos!—protesté.

—¿Dónde está tu sentido aventurero, Alba?—preguntó el chico de ojos marrones. Sonreía que evidentemente estaba retándome, miré a María, ella no se negaría a ir, podía verlo. Miré las fotos, aún tenía tiempo para arreglarlas y teníamos la tarde libre, me encogí, guarde y cerré mi laptop.

—Si me congelo, tendrás que cocinarme Joan—regañé, poniéndome de pie.

—No sé hacerlo—rascó su cabeza regalándome una mirada inocente. —Pero ya sabes, tengo toda esta gente que haría cualquier cosa por mí—me sonrió, haciendo que se formara ese hoyuelo en su mejilla que solía hacerme suspirar cuando veía sus películas, me reí, ya no me provocaba nada.

Mi pequeña diva-AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora