Ese es el plan

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No supe en que parte exacta de la canción cerré mis ojos, tampoco en la parte exacta en que los abrí y todo lo que podía ver eran sus ojos, profundos, color avellana, brillantes, derramando lagrimas que surcaban caminos en su rostro. Pero su expresión y el ritmo de mi corazón parecían sincronizados en la misma emoción, esa en que yo sabía exactamente donde estaba y lo que tenía, con mi vida estando en el punto exacto de su clímax y si lograba mantener eso, entonces no necesitaría  nada más. Lo supe, entonces, que mi deber era mantenerla enamorada, mantener esa expresión en su rostro, mantenerla mía.

Sentía cada frase que cantaba, porque fue una canción creada por mis emociones para ella. Así que cuando la terminé y rasgué los últimos acordes en la guitarra, sentí cada parte de mí ajustarse, a gusto y reconfortándola por haberla finalmente tocado para ella, porque fue creada para mí y para que ella la escuchara. Sonreí.

Sus movimientos no fueron rápidos, pero la lentitud con que los hizo, arrancó latidos extraños en mi pecho. Quitar la guitarra y dejarla cuidadosamente en el piso sobre la alfombra, tomar mi mano y recostarme hacía atrás, colocarse más o menos sobre mí y mirar directamente a mis ojos.

—Gracias—dijo antes de besarme, lento y yo no tenía problemas con eso, porque amaba tomar cada segundo para mover mis labios en sincronía con los suyos. —Gracias por expresar lo que sentías de esa manera y por convertirlo en algo tan hermoso—dijo contra mis labios, yo estaba jadiando y queriendo seguir besando sus labios. Sentí su mano temblorosa buscar mi espalda, me arqueé un poco para ayudarla pero era difícil si seguía acostada, sin embargo era claro que ninguna de las dos quería moverse, así que sonreí cuando ella encontró el cierre del vestido. Fue ella la encargada de removerlo, arreglándoselas para no irse demasiado lejos, solo estirar suficiente los brazos. Sus dedos temblorosos se situaron en mi abdomen desnudo mientras sus labios volvían a besarme.

Sus labios eran una distracción y su lengua probablemente mi perdición, su aliento y ese dulce sabor que había dentro de su boca. Por eso me costó percatarme de sus dedos temblorosos en el broche de mi sujetador. Luchó por soltarlo hasta que lo consiguió, alejándose de mi boca para terminar de remover la prenda.

Yo podía ver como sus ojos me veían, pero también podía notar el nerviosismo y el miedo. Cuando la prenda voló y sus dedos volvieron a mi abdomen rozando ligeramente en un ascenso que estaba erizando mi piel, podía sentir el ligero temblor que no abandonaba de ninguna manera su tacto.

—Albi—exhalé todo mi aliento cuando sus dedos empezaron a recorrer la piel de mis pechos. —No tienes... no tienes que...—mi aliento estaba muy enganchado, principalmente porque ella nunca me había tocado demasiado.

—¿Tú no quieres?—oh por favor, su inseguridad la hacía lucir demasiado dulce, demasiado tierna y me estaba matando en diferentes niveles. Levanté mis manos para tocar sus mejillas, para acercarla a mi rostro.

—Dios sabe lo mucho que quiero que me toques—dije, tomando un poco de sus labios porque eran gruesos, rosas, húmedos, dulces y tentadores. —Pero no estas obligada a hacerlo—aclaré. —Yo sé que tú nunca...—

De alguna manera, ella estaba sobre mí y sus labios en mi cuello. Gemí bajo.

—Pero yo quiero, Nat—su voz susurró contra mi oído. —Deseo esto, mucho... he tenido un largo tiempo para imaginar esto, para querer esto. Y puede que tal vez nunca lo haya hecho, pero... bueno, tú, yo puedo guiarme por lo que tú...—podía sentir el calor de su vergüenza y eso me hizo reír un poco. Pero no era una risa de burla, yo solo estaba removida por todas las emociones que ella me causaba, era una risa llena de afecto.

—Está bien—volví a buscar su rostro con mis manos para levantarla un poco y atraerla hacía mi rostro, su frente contra la mía y ella tan cerca, preciosa y mía. —Está bien, cariño. Realmente puedes hacer lo que quieras, te amo, Albi—ella no me regaló una suave sonrisa como quizás yo esperaba, pero sus ojos me contaban otra historia diferente, porque ellos rebosaban emociones.

Mi pequeña diva-AlbaliaWhere stories live. Discover now