xxiv. CAPÍTULO OCHO, PARTE CUATRO.

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CHAMELEON.
Capítulo ocho, parte cuatro.
Final.

Me destapo y me tapo varias veces en la noche hasta que me digo a mí misma que no puedo con esto

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Me destapo y me tapo varias veces en la noche hasta que me digo a mí misma que no puedo con esto. Me levanto de la cama y con todo el cuidado y silencio del mundo voy hacia el armario y cojo unas mallas y una sudadera. Tomo mi mochila con el móvil y algo de dinero y miro la hora. Son las cuatro de la mañana. Salgo descalza hasta llegar a la puerta principal y tomo las llaves para guardarlas en mi bolsillo. Me siento en las escaleras y me pongo los botines para luego cerrar despacio.

Bajo las escaleras y salgo de la casa en dirección al bosque. Hace un frío que pela así que me abrazo a mí misma y recuerdo apagar el móvil para que no me rastreen. Al adentrarme en el bosque tengo que encender una linterna que llevo en la mochila para no caerme por ningún lado. No hay absolutamente nadie y todo está vacío, por lo que debo admitir que tengo un poco de miedo, aunque eso no me impide avanzar.

Llego al cercado de la casa de los abuelos de Guzmán y la trepo con cuidado para aterrizar en el suelo con los dos pies a la vez. Todo está apagado, y me planto en la puerta principal para luego llamar a la puerta. Soy tonta. Samuel no se acercaría a la puerta hasta comprobar que soy yo o Guzmán. Probablemente está dormido, o eso creo, hasta que abre de par en par y se me queda mirando.

—Ey —saluda—. ¿Tú por aquí?

Me acerco para abrazarlo y él me corresponde. Poco a poco va dando pasos hacia atrás y cierra la puerta con cuidado. Tiene encendida una vela en medio de la mesita de madera que hay en el salón y está viendo la tele.

Al separarme, lo miro a los ojos.

—Me voy a Asturias, al parecer —le digo—. No sé por cuánto tiempo...

—¿Qué? ¿Por qué?

—No sé si Guzmán te ha contado la gran idea del señor Rosón de amenazarme con una pistola a punta de cabeza —frunce el ceño—. Veo que no.

—¿El padre de Carla...? ¡¿Cuándo!?

—El día de la fiesta, cuando os fuisteis casi todos...

—Dios mío, Em. ¿En serio? —hace una pausa—. Tu tía se ha enterado, ¿verdad? Claro. Y... joder, qué putada.

Río un poquito y suelto vaho por la boca, del frío que hace.

—¿Solo te has traído eso? Eres tonta —me insulta, y señala el sofá—. Siéntate en frente de la vela, verás como a la larga se te pasa.

Le hago caso y él se sienta a mi lado. Está viendo lo típico que echan por la tele a las cuatro de la mañana: a las brujas del Tarot, que nunca aciertan por más que quieran.

He de admitir que cuando no puedo dormir también veo esos programas. Es algo que Samuel ha sacado de mí a lo largo de los años, cada vez que hacíamos fiestas de pijamas y yo le decía de no dormir, y él aceptaba a regañadientes mientras Nano se pegaba los siestones de su vida. Samu y yo apostábamos por ver quién acertaba lo que decía la vidente, y casi siempre ganaba yo, de tantas veces que veía esos programas de mierda.

𝐂𝐇𝐀𝐌𝐄𝐋𝐄𝐎𝐍 | ÉLITEOnde histórias criam vida. Descubra agora