EPÍLOGO.

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CHAMELEON.
Epílogo.

Las Navidades en Asturias han sido un coñazo

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Las Navidades en Asturias han sido un coñazo. No solo por el hecho de que al llegar al aeropuerto de Gijón mis padres me abrazaron y comenzaron a llorar mientras repetían lo mucho que me querían. Era cierto que mi tía les había contado todo lo del padre de Carla, y se les notó aún más cuando llegamos a casa y me hablaron de la importancia de estar a salvo en cualquier lado, por lo que me asignaron un chófer privado para ir a cualquier lado al que quisiera ir.

En Asturias no tengo muchos amigos. Vivo en un pueblecito que se llama Cangas de Onís, a las afueras, justamente al lado de un hotel de cuatro estrellas precioso, y no hay mucha gente de mi edad para hacer amigos, porque casi todos viven en el pueblo en sí, que está a unos veinte minutos en coche de donde se encuentra mi casa, rodeada de bosques y montañas. El instituto también se encuentra allí, y el dolor que me entraba en el pecho cada vez que me acordaba de que no volvería a ver a nadie en muchísimo tiempo, era indescriptible. Llamé a Ander todos los días, Navidad y Nochevieja incluidos, en los que no solo hablé con él, sino también con Omar y con su madre, que me deseaban unas bonitas vacaciones y un buen resto del curso escolar.

Mi gran sorpresa llegó cuando un día que fui al pueblo a comprar un par de cosas que hacían falta y al volver a casa me encontré a mi tía sentada en el sofá del salón, hablando con mi madre, su hermana pequeña, y con mi padre. Me dedicó una bonita sonrisa, y aunque a mis padres no les parecía hacer la misma gracia, se levantó y me tomó de los hombros como tantas veces había hecho.

—No te imaginas la de veces que ha venido Samuel a lo largo de las vacaciones a convencerme de dejarte renovar la matrícula en Las Encinas —me dijo, con ese tono tan maternal que le hacía falta a mi madre—. Bueno, no solo él. Ander vino también un par de días, diciéndome que se había acordado de milagro de dónde vivía, y que te echaba mucho de menos.

Sonreí sin darme cuenta.

—Y, aunque no te lo creas, hubo una tercera visita que fue la que más me extrañó.

Ladeé la cabeza.

—¿Quién?

—Carla Rosón —contestó—. Diciendo que no quería que por culpa de su incompetente padre perdieras la gran oportunidad internacional que ofrece Las Encinas.

Me costó asimilarlo, es cierto, pero acabé por aceptarlo. Carla podía fingir estar lo más enfadada que quisiera, pero ella misma decía que nunca podía odiarme, cosa que muy en el fondo me dejaba un muy mal sabor de boca por haberla tratado de la manera en la que lo hice. Al fin y al cabo podíamos ser amigas sin problemas.

—Después de mucho discutir por teléfono y hasta por correo electrónico —le dedicó una mirada de reojo a mis padres—, hemos pensado...

—Ha pensado —corrigió mi padre, muy molesto.

𝐂𝐇𝐀𝐌𝐄𝐋𝐄𝐎𝐍 | ÉLITEWhere stories live. Discover now