04| Demasiado buena para ti

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—¿Por qué te caen mal? —le preguntó Harper al salir de la clase, en la que el profesor se había dedicado a dar una charla larguísima y tediosa sobre los griegos y los romanos. Él había vuelto a ponerse sus auriculares, pero tenía el volumen lo suficientemente bajo como para poder escucharla.

—¿Quiénes?

—Kylie, Noah; ellos.

—Todo el mundo me cae mal, no sé si lo has notado —replicó, encaminándose a la última clase del día.

—Pero ellos te caen especialmente mal —contraatacó—. ¿Qué te pasó con ellos?

—¿Por qué crees qué me pasó algo con ellos? Quizás solo me parezcan unos egocéntricos, caprichosos.

Las palabras de Félix contrastaban contra su semblante tranquilo e indiferente, exactamente igual que siempre.

—Son mucho más que eso. Fuisteis amigos en el pasado, ¿verdad?

—No.

—Mentiroso.

—Piensa lo que quieras. De todas formas, sigo sin entender por qué te empeñas en estar conmigo. Ya tienes amigos que te quieren soportar.

—Está bien, no me lo digas —dijo Harper, ignorando la segunda parte de la frase—: Yo misma se lo preguntaré.

—Genial.

—¿Pero no preferirías que me enterara por ti? —insistió, tras dos largos segundos en silencio.

—No.

Harper empezaba a desesperarse.

—Eres imposible —bufó, adelantándose unos pasos a Félix.

—Lo sé —contestó.

—¿Estás seguro de que no quieres venir con nosotros? —preguntó una última vez. Se detuvieron a los lados de la puerta de la clase. Félix la miró a los ojos unos segundos.

—Ya he dicho que no.

Entró en el aula, dejando a Harper plantada enfrente de la puerta de la clase de matemáticas. Entró unos minutos después, tan tarde que tuvo que sentarse en el único sitio libre que había; junto a una chica rubia de ojos marrones, en la última fila. Desde ahí podía ver a Félix, que se había quitado los auriculares y los estaba enrollando alrededor de su móvil de carcasa negra. Todavía llevaba la capucha puesta, y cuando se giró hacia la puerta para ver entrar al profesor con su habitual cara de enfado hacia el mundo, Harper fue capaz de ver los mechones en punta que sobresalían por la parte delantera de esta.

A Harper le gustaba el perfil de Félix. Una curva para su nariz, desde el centro de los ojos hasta la mitad de su cara. Un poco más abajo, las curvas de sus labios, el inferior algo más grande que el otro. Y aún más abajo, la curva de su barbilla, que luego desaparecía hacia dentro para seguir por su cuello. Por no hablar de sus ojos —su ojo, el único que se le veía de perfil—, de un gris que variaba según la luz. En ese momento, era del color de la ceniza de los cigarrillos que fumaba su madre de vez en cuando.

—Tú eres nueva, ¿cierto? —La pregunta de la chica a su lado sacó a Harper de sus contemplaciones. Se giró para mirarla. Era rubia, y llevaba una sombra de ojos extravagante, de color azul. Destacaba contra sus ojos castaños, como de color miel.

—Sí, soy Harper —se presentó, sonriendo. Extendió la mano, y la otra chica se la estrechó.

—Lia.

Harper sonrió aún más.

—Encantada.

—Bueno, a ver, silencio todo el mundo —pidió el profesor de matemáticas, extendiendo los brazos para abarcar toda la sala—. ¿Quién quiere aprender qué son las matrices?

A 5 centímetros de distanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora