26| Ni champú ni mandarinas

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Pasó una semana. Dos. Quedaban apenas unos días para las vacaciones de Navidad y el aire festivo empezaba a respirarse en el ambiente. Era la última semana de clases y se notaba. Las sonrisas de los alumnos eran más grandes y la atención en las clases más pequeña. A los profesores les importaba todo mucho menos. Enseñaban sin pararse a pensar en ello. Por las esquinas todo el mundo hablaba de lo que iban a hacer, de los viajes que hubieran planeado juntos, de las escapadas familiares... La nieve que los había mantenido atrapados un sábado entero en el instituto seguía presente en las carreteras y los tejados, y la ciudad parecía glaseada.

Harper, de alguna forma, había conseguido las firmas para el periódico antes del miércoles, y, de alguna otra forma que nadie podía explicar, la moción para reabrirlo se aprobó por mayoría. Félix no dudaba de que Kylie había tenido algo que ver.

Empezaron a producir ejemplares. Y los alumnos empezaron a comprarlos. Puede que fuera por los dibujos de Nix que se imprimían en blanco y negro y que se colocaban en vez de fotografías. Puede que fuera por los artículos escritos por Lia y Félix en sus tiempos libres. O puede que tuviera más que ver con la capacidad de Harper para convencer a la gente y conseguir todo lo que se proponía, pero el caso es que funcionó, y al cabo de catorce días los voluntarios que querían participar en la edición del periódico escolar aumentaran de cero a diez. Harper tenía toda una maquinaria de alumnos sin nada mejor que hacer —y curiosamente motivados— trabajando entre tinta negra y papel acartonado.

La relación entre Félix y su amiga seguía igual que siempre, como si la conversación del sábado por la tarde jamás hubiera existido.

No dejaba de pensar en que, de alguna forma, Harper sabía lo que sentía por ella, y que si no lo había hecho ya, no tardaría en hacerlo.

Era martes, y a Harper le pasaba algo.

Había estado distraída desde que había entrado en el autobús. Llevaba una cantidad de maquillaje que no era usual en ella. Demasiado. Base opaca, pintalabios rojo, rímel y eyeliner. Parecía que quisiera esconder algo detrás de todas esas capas de pintura artificial. El maquillaje elegante entraba en contraste con el moño desordenado con el que se había atado el pelo y las ropas holgadas que llevaba para ocultarse. Andaba con la cabeza gacha y sus sonrisas eran menos intensas.

Félix la miraba de reojo, con las ganas de preguntarle qué le pasaba picándole en la punta de la lengua. Permanecieron callados todo el camino.

—¿Qué vais a hacer en vacaciones? —preguntó Lia al verlos llegar a la entrada del instituto. Nix estaba a su lado, un guardaespaldas de negro. Había adoptado la costumbre de convertirse en la cola del grupo, que había aumentado sus miembros oficiales a cuatro.

—Nada. Mi madre trabaja, mi hermana estudia y yo soy el encargado de cuidar de los demonios de Tasmania de mis hermanos —explicó Félix.

—¿Tus hermanos tienen demonios de Tasmania? —inquirió Lia. Félix la miró como si fuera un homúnculo que hubiera aprendido a hablar.

—Mis hermanos son los demonios de Tasmania —aclaró.

—Oh. Vaya, que pena. ¿Y tú, Harper?

—Creo que nos vamos a ir a esquiar una semana, pero no estoy segura —contestó mirando las baldosas de metal del suelo. Ni siquiera eso le hizo ilusión. Por otra parte, Félix sospechaba que su relación con sus padres no era precisamente buena, así que la perspectiva de pasar una semana en una habitación de hotel con ellos no debía agradarle.

—Eso está guay. ¿Y tú, Nix? ¿Vas a hacer algo especial?

—No.

Nadie añadió nada más. Lia los miró a los tres, esperando a que le repitieran la pregunta, pero ninguno hizo nada. Félix estaba demasiado ocupado tratando de que Harper le mirara a los ojos para descifrar qué le pasaba, y a Nix nunca le interesaba conversar.

A 5 centímetros de distanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora