22| Flores, resaca y claustrofobia

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Noah llegó el último al castigo, con gafas de sol y el pelo peinado hacia atrás, como si saliera de una mala versión de Grease. Se sentó junto a Luke y Kylie, apretando las palmas de la mano contra la cabeza.

—Muy bien, ahora que estáis todos, doy por comenzado vuestra penitencia —exclamó el profesor Tabard, dando una palmada. Era increíble que le hubieran hecho ir un sábado al instituto para vigilar a siete adolescentes rebeldes. Llevaba una chaqueta de pana con parches en los codos y el pelo engominado. Parecía una versión joven de Robin Williams en El Club de los Poetas Muertos—. No podéis salir del aula, los móviles están prohibidos y... Y en realidad no me han dado más instrucciones, así que, si pasa cualquier cosa, estaré en mi despacho. ¡Pasadlo bien!

El profesor Tabard abandonó la habitación de mesas largas y estanterías medio vacías sin mirar atrás.

—Agh, mi cabeza —se quejó Noah en cuanto se quedaron solos. Se arrastró las gafas de sol hasta el principio del puente de la nariz y se frotó la frente con dos dedos.

A Félix le hizo feliz verle sufrir la resaca, hasta que vio a Kylie acariciarle la espalda y murmurarle algo que hizo sonreír a Noah. Entonces sacó un libro de su mochila para ignorarles, lo abrió y se internó en él.

El Gran Gatsby se vio interrumpido por alguien dejándose caer sobre su mesa, lo suficientemente cerca como para proyectar una sombra alargada sobre su libro.

—Parece ser que Kylie y Noah se han reconciliado —observó Harper. Una nueva ráfaga de olor a mandarinas ahogó a Félix, que levantó la mirada. Noah y Kylie estaban sentados sobre una de las mesas, y él le pasaba un brazo alrededor de su cintura mientras que Luke, con cara de odio al mundo, hacía de sujetavelas.

Creyó escucharle fingir arcadas.

—Me alegro por ellos —murmuró, como si le hubieran arrancado las palabras de la lengua.

Harper se quedó mirándole cuando volvió a esconderse tras su libro, evaluando su reacción, disparándole con la mirada. Pero Félix era un experto ocultando sus sentimientos.

—¿Por qué me miras así? —notó, intentando apartarse de la trayectoria de su mirada.

—¿Tienes celos?

La bala le rozó la yugular.

—¿Qué? —Félix levantó la mirada de golpe—. ¿Por qué lo dices?

Trataba de posponer su muerte por desangrado. Notaba cómo las palpitaciones se le escapaban por la garganta.

—Lo preguntaré de otra manera. —Los ojos de Harper se volvieron tan penetrantes como el orificio de salida de una pistola, humeando tras el disparo—. ¿Besaste a Kylie?

Si lo anterior había sido un ataque a la yugular, aquello era una puñalada en el corazón.

Félix clavó su mirada en el pozo sin fondo de los ojos de Harper.

—¿De verdad quieres saberlo? —inquirió.

Harper le sostuvo la mirada.

—No —susurró desde arriba—. No quiero, pero dímelo.

—No deberías hacer preguntas de las que no quieres saber la respuesta.

Félix apartó la mirada.

—A veces hay que jugar con fuego, y dejarte quemar —contestó—: Voy a volvértelo a preguntar, Félix. Una última vez. Creeré lo que sea que me digas. ¿Besaste a Kylie?

—Sí.

Harper asintió. Miró hacia la mesa en la que estaba con Noah, y volvió a mirarle a él.

A 5 centímetros de distanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora