27| La recuperación de la bufanda roja

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No había nadie en el comedor cuando entraron.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Harper.

Justo entonces escucharon las puertas abriéndose, como si estuviera entrando una manada de toros en estampida al comedor, y apareció Lia, acalorada y gritando.

—¡Tenéis que venir! ¡Hay una guerra de nieve en el patio!

Salió corriendo otra vez, sin darles tiempo a reaccionar. Intercambiaron una mirada antes de salir corriendo tras ella.

Lo primero con lo que se encontraron cuando salieron fueron bolas de nieve volando. Todo el instituto se encontraba allí, ocupando todo el patio y corriendo unos detrás de otros. La nieve se acumulaba sobre el suelo y creaba montículos en las esquinas y los bordes.

—¡Harper! —volvió a gritar Lia. Ella se volvió justo a tiempo para que una bola de nieve le impactara en la cara.

—Te vas a enterar —rugió, preparándose para echar a correr y quitándose la nieve de la cara y la bufanda. Félix sonrió al ver que volvía a ser ella.

Harper se agachó, cogió nieve del suelo, la apelmazó entre las manos y salió corriendo a perseguir a Lia, que escapaba entre risas, esquivando a los demás alumnos que también se peleaban con sus amigos.

Félix se quedó solo en mitad de la guerra. Apoyado en una esquina del patio, comido por las sombras, encontró a Nix con un cuaderno de papel en las manos.

—Creo que esto es tuyo —musitó él sin levantar la vista cuando Félix se acercó. Cogió la bufanda que Nix le tendía. La misma bufanda que había perdido en la azotea cuando...

—Tú... Lo... ¿Lo viste? —castañeteó. No supo si por el frío o por la sorpresa. Nix asintió.

—Nix, yo...

—No te preocupes —le interrumpió. Por suerte, porque no tenía ni idea de cómo acabar esa frase—. No se lo diré a nadie.

—Gracias.

Sintió que estaban refiriéndose a algo distinto al beso.

Antes de poder analizarlo, un golpe en el cuello y algo frío y húmedo empezó a resbalarle por dentro de la camiseta. Se sacudió y se retorció, tratando de sacarse la bola de nieve que se le había quedado atascada en mitad de la espalda y que, al derretirse a demasiada velocidad, le dejaba surcos helados que le goteaban por todo el cuerpo.

—¡Ay, frío, frío, frío, frío! —se quejó, estremeciéndose. Varios escalofríos le recorrieron de arriba abajo. Una mano helada le acariciaba la columna vertebral. Cuando toda la nieve se derritió y solo le quedaron los chorretones de agua aclimatándose a su piel, se volvió, enfadado, a mirar quién le había tirado la bola de nieve.

Lia y Harper estaban demasiado ocupadas riéndose a carcajadas como para seguir prestándole atención.

—¿Por qué habéis hecho eso? —gritó.

—Venga, Félix, no seas quejica —exclamó Lia, antes de tirarle otra bola de nieve. Entre las sacudidas de sus carcajadas, erró el tiro, que iba con poca potencia, y se quedó varado a mitad de camino.

—Esto no va a quedar así —masculló Félix. Se agachó a recoger la nieve. Antes de que pudiera recaudar un buen montón, le volvieron a atacar a espalda descubierta. Esta vez la bola de nieve resbaló por la tela del abrigo.

—¡Ey! —Se incorporó y salió corriendo detrás de Harper, que huyó entre risas. Félix le tiró bolas de nieve durante la persecución y las falló todas.

A 5 centímetros de distanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora