33| Crónicas de unos niños adolescentes

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—¡Estás aquí!

Lia le dio la bienvenida a Félix en la entrada de la secuoya. Finalmente habían decidido quedar delante La Caverna de Madera.

—Al parecer soy el único. ¿Cuánto tiempo llevas esperando?

Lia miró la hora en su móvil.

—Diez minutos. ¿Qué tal tus vacaciones? ¿Cómo va tu hermano?

—Está bien. Demasiado, diría yo. Casi se siente orgulloso de su cicatriz y su brazo roto. Las vacaciones... Bueno, normales. ¿Qué tal la playa?

—Fría.

No tuvieron que forzar la conversación mucho más. De entre la maleza salió una melena marrón, y después el cuerpo de Harper emergió.

—Hola. Siento el retraso. Creo que me he perdido en algún punto del camino.

—¿Por dónde habéis entrado? —preguntó Lia.

—Por la parte de atrás —respondieron los dos a la vez.

No pasó mucho tiempo hasta que apareció Nix, vestido de negro y blanco, con su gabardina de película fantástica ondeando, de alguna manera, contra el viento.

—Oh, ya estáis aquí. Bien.

—Llegas tarde —le reprendió Lia.

—El tiempo es relativo —contraatacó él.

—Si vives en la cabeza de Einstein.

—¿Quién te ha dicho que no lo haga?

Lia puso los ojos en blanco.

—Pretencioso.

—Psicópata.

—Friki.

—Asesina en ciernes.

—Y a mucha honra, primera víctima.

Le tocó el turno a Nix de poner los ojos en blanco.

—¿De qué va esto? —susurró Harper a Félix, mientras observaban el toma y daca de sus amigos.

—¿Tensión sexual acumulada?

—No lo descartes. —Y luego añadió, en voz más alta y para interrumpir su duelo de miradas venenosas—: Bueno, ¿cuál es el plan?

Lia sonrió caninamente.

—Te va a encantar.

El plan consistía en escalar. Lia pretendía que caminaran hasta la cima del monte y almorzar ahí, viendo las vistas. La pregunta era, ¿qué vistas? Y se la hicieron.

—Pues las de la ciudad. Seguro que quedan techos nevados.

—Lleva una semana sin nevar.

—Agh, aguafiestas. Si lo preferís, podéis quedaros aquí.

—Yo me apunto —exclamó Harper—. Parece una buena idea.

—¡Gracias! ¿Veis? Una persona positiva en este mundo. Y vosotros vais a venir con nosotras como que me llamo Lia y os voy a tirar de las orejas si no lo hacéis por vuestro propio pie.

—Hombre, si nos lo pones así...

Al final, no tuvieron más remedio que escalar la montaña.

—¡Al menos podrías haber avisado de que teníamos que traer otros zapatos! —se quejó Félix cuando se resbaló por enésima vez.

—¡Entonces no habría sido una sorpresa! —replicó ella.

Nix no se quejó en toda la caminata, y cuando llegaron a la cima, cansados y sudorosos, la vista que los recibió realmente merecía la pena. La ciudad, desde ese punto, parecía un pueblo de juguete, sacado de algún cuento de hadas. El bosque que se extendía alrededor parecía una frontera entre el mundo real y uno fantástico, y desde esa altura sí que podían distinguir a la secuoya, cuya copa se alzaba por encima de las demás. Al final, Lia había tenido razón.

A 5 centímetros de distanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora