12| Cenizas, trizas, polvo

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Habían quedado en la casa de Harper para estudiar matemáticas. El examen era la semana que viene y ninguno de los tres estaba preparado. Cuando llegaron, cinco minutos después de bajarse del autobús, no les sorprendió encontrarse con el silencio inquietante de un hogar recién abandonado.

La casa era un chalet de tres pisos. En la planta baja estaba la entrada, la cocina, el salón y un baño. En la de arriba, las habitaciones; la de invitados, la de Harper y la de sus padres, cada una con baño propio. Y en la de arriba del todo un despacho abierto con estanterías con libros al fondo, una mesa alargada y blanca en medio y ventanales a los lados.

—¿Queréis algo de beber o de comer? —preguntó la anfitriona cuando volvieron a la cocina una vez terminado el tour.

—Si nos vamos a pasar la tarde estudiando, no te diría que no a un café —aceptó Lia.

Félix pidió lo mismo y miró a su alrededor. No se atrevía a alejarse mucho de Harper por temor a hacer algo indebido. Nunca le había gustado el momento en el que llegas a una casa ajena y no sabes nada sobre sus costumbres.

Se fueron al salón con los cafés y sacaron los libros de las mochilas. Estudiaron matrices hasta que dieron las siete y se despidieron en la puerta.

Harper les dijo adiós en zapatillas y sonriendo. Lia se volvió hacia Félix, que se despidió con un gesto de cabeza, y desaparecieron por el pasillo de salida de la urbanización, dejándola sola en su casa.

Harper se desmoronó contra la puerta de entrada nada más salieron sus amigos, y todo asomo de sonrisa se evaporó de su rostro. Deslizó su cuerpo por la puerta hasta quedar sentada en el suelo, y dejó que las lágrimas rabiosas escaparan a sus ojos. Sus padres le habían mandado un mensaje durante el descanso para merendar en el que le decían que no volverían a casa hasta muy tarde. Su madre tenía mucho trabajo en el instituto, y su padre había quedado con unos amigos a salir de copas, por lo que solo pasaría a dejar al perro, poco después de que sus amigos se fueran. O al menos, esas eran las excusas que la habían dado.

Ella sabía que la verdad era otra. Que, en realidad, la fachada de familia feliz estaba a un soplo de aire de desmoronarse, y que ella ya había caído en el abismo del que intentaba recuperarse todas las mañanas para volver a caer por las tardes, con una sonrisa deslumbrante y una actitud positiva como arma y armadura. Sin ranuras ni huecos abiertos, para que nadie pudiera asomarse y contemplar la negrura que escondía tras una máscara de luz.

—Bueno, Fluffy, me temo que estamos tú y yo solos. Otra vez —le dijo a su labrador cuando lo dejaron en casa, quince minutos después de que Félix y Lia se fueran. A su padre apenas le había dado tiempo a emitir un apresurado buenas noches antes de desaparecer por la carretera a toda prisa una vez había dejado al perro con Harper. Ni siquiera se había fijado en los ojos rojos e hinchados de su cara que no se había molestado en ocultar.

Fluffy le miro con sus preciosos ojos anaranjados y su pelaje dorado, blanco y negro. Acercó el hocico a su cara para lamerla, y Harper soltó una risita. Se dejó caer contra la puerta del salón y se abrazó el peludo cuello de Fluffy, ahogando los sollozos contra su pelo. Al menos, tenía la certeza de que siempre le tendría a él.

—Vale, ¿qué quieres ver hoy? Tenemos todo el catálogo de Netflix, pero siempre podemos ver reposiciones de Friends.

Hablar con su perro, incluso en la soledad de su casa, le animaba.

—¿Qué dices? ¿Qué quieres ver The Big Bang Theory otra vez? Te estás enganchando a esa serie, eh, Fluffy. Está bien, veamos The Big Bang Theory.

Al final, Harper se quedó dormida en el sofá, con una manta enrollada entre sus piernas y una mano colgando, casi acariciando a su perro, que dormía un poco más abajo. Cuando su madre llegó a casa casi a medianoche, se encontró a su hija tirada en el salón con la televisión y la luz encendidas, revolviéndose en una pesadilla de la que no la quiso despertar. Apagó la televisión y las luces y se fue a su propio cuarto, sin darle siquiera un beso de buenas noches.

A 5 centímetros de distanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora